FAUNA URBANA

El zoo callejero de Barcelona

Una garza real de la colonia en libertad del zoo de Barcelona.

Una garza real de la colonia en libertad del zoo de Barcelona.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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La curruca cabecinegra es una pequeña ave insectívora cuya población se está reduciendo gravemente en su hábitat natural -el matorral mediterráneo-, pero que de forma inesperada ha experimentado en los últimos años un notable crecimiento en la jungla de asfalto de Barcelona, especialmente en primavera. Javier Quesada y otros investigadores del Museu de Ciències Naturals han documentado este cambio que, como explican, responde entre otros factores a su buena adaptación a la presencia humana y a «una dieta que incluye frutos de árboles ornamentales que otras aves desdeñan».

Y la curruca cabecinegra no está ni mucho menos sola en este proceso de urbanización. El ejemplo más conocido es el de la enorme colonia de garzas reales, totalmente libres, que crían en los grandes pinos del corazón del zoo. Con un centenar de parejas, constituye la mayor concentración en una ciudad europea, además de albergar también una destacada población de garcetas comunes y garcillas bueyeras. En Barcelona hay asimismo 300 parejas de vencejo real, sin igual en Catalunya, así como unos efectivos en progresión meteórica de urraca, tórtola turca, mirlo o estornino. «La ciudad es hostil y al mismo tiempo acogedora», resume Marga Parés, jefa del programa de Biodiversidad del Ayuntamiento de Barcelona (Hábitat Urbano).

Varias circunstancias favorecen este inesperado éxito de la fauna en Barcelona: un crisol de ecosistemas -incluyendo los grandes parques de Collserola, Montjuïc, Ciutadella y Tres Turons-, la ubicación marítima en plena ruta migratoria de las aves, la abundancia de alimento y un clima acogedor en invierno, enumera la responsable de Biodiversidad del ayuntamiento. Las condiciones son tan buenas que han favorecido también aclimataciones menos deseadas, como las de cotorras argentinas, ruiseñores japoneses y varias plagas vegetales. El inventario municipal de vertebrados silvestres concluye que en la ciudad, sin contar el parque de Collserola ni tampoco animales marinos, crían 3 especies de anfibios, 8 de reptiles y 16 de mamíferos (incluyendo roedores y murciélagos). Y hay además unas 80 aves nidificantes, más otras 150 observables en invierno o en movimientos migratorios.

AYUDAR NO ES SOLTAR

Salvo en el caso del halcón, que se ha beneficiado de un programa de reintroducción, y la salamandra, con un proyecto en ciernes en el Laberint, al ayuntamiento no se le ha pasado por la cabeza recuperar de forma artificial la fauna que potencialmente habría en Barcelona si no existiera la ciudad. Sin embargo, sí incentiva o cuida algunas especies protegidas que han logrado sobrevivir a la urbanización. Algunas son herencia de un pasado agrícola y rural. Se han colocado por ejemplo cajas-nido para murciélagos, se han naturalizado diversos estanques y medianeras entre edificios y se han protegido nidos de golondrina. No obstante, Parés considera que lo esencial para la diversidad de fauna es «cuidar la vegetación y tenerla bien estructurada». Aunque en la ciudad hay 150.000 árboles de alineación en calles, la especialista considera que tanto o más importante es el mantenimiento de buenas zonas arbustivas con especies autóctonas y a recaudo de las personas. Allí es donde más crían las aves, por ejemplo.

Parés explica que, al margen del indudable valor patrimonial y paisajístico, contar con una fauna diversa tiene muchas ventajas. Una de las principales es que ayuda a mantener a raya plagas de mosquitos y otros insectos. «Las aves y los murciélagos se comen millones de mosquitos, lo que en cierta manera nos ayuda a prevenir la transmisión de posibles enfermedades», añade. Y también ayudan a la polinización. Como curiosidad, en Barcelona hay propuestas para colocar colmenas de abejas en zonas poco transitadas. «Se ha analizado la miel que producen y sale estupenda, sin contaminantes», concluye Parés.