barceloneando

La zarpa de Trotski

Un pastor alemán avisaba a las adrianenses de los bombardeos durante la guerra civil

La impronta, en el cemento.

La impronta, en el cemento.

OLGA
Merino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La historia es tan hermosa y perfecta en su arquitectura narrativa que merecería pertenecer al reino supremo de la verdad literaria. Podría haberse fraguado en la imaginación de la Rodoreda o en la de Marsé, pero resulta que es un caso verídico que dos hombres generosos no se cansan de compartir: Jordi Vilalta, historiador vocacional y responsable del refugio antiaéreo de Sant Adrià de Besòs, y Josep Maldonado, vecino de la localidad y apenas un niño de ocho años cuando estalló la guerra civil.

Para revivirla hay que trasladarse hasta 1938, cuando la aviación fascista bombardeaba con saña las fábricas del Pla de Besòs. Maldonado, de 86 años, recuerda cómo refulgían bajo el sol los proyectiles arrojados desde los Savoia Marchetti SM-79, los aviones italianos conocidos como 'las pavas'. "Una vez, cayó una bomba incendiaria en un campo de patatas, y corrimos todos a rebuscarlas entre la tierra caliente. ¡Ya salían 'escalibades'!", rememora Maldonado, uno de esos abuelos a quienes las 'farinetes' hicieron de hierro colado.

En aquellos días, campaba por Sant Adrià un perro callejero, apodado Trotski, que avisaba a los vecinos de los bombardeos mucho antes que las sirenas. En cuanto intuía el zumbido de los trimotores, el can se ponía a ladrar y corretear como un poseso por las calles de una población que entonces contaba con apenas 3.800 habitantes. "Trotski está ladrando, ¡todos al refugio!", se alertaba el vecindario. Cuentan los contertulios que el perro llevaba anudado al cuello un pañuelo de la CNT --mitad rojo, mitad negro-- y tenía garantizado el derecho de pernada entre los rebaños de cabras. "Deixeu-lo que es desfogui".

Los adrianenses tenían en tanta estima al pastor alemán que estamparon la huella de su pata en el cemento fresco del refugio antiaéreo construido en la plaza de Francesc Macià, una galería de 200 metros recuperada para la ciudadanía hace una década.

MEMORIA INCLUSIVA

Merece la pena el paseo hasta el búnquer solo por disfrutar del entusiasmo que pone Vilalta a todo cuanto explica. "Después de la guerra, Trotski fue adoptado por un matrimonio anciano. Pasados los años, cuando los abuelos fallecieron, el perro se dejó morir de inanición", relata. Costó lo suyo, pero los vecinos lograron persuadir al mossèn de enterrar al chucho junto a sus dueños.

Entusiasmo, el del guía, erudición sin alardes y una idea de la memoria histórica muy democrática. Tanto el refugio de la 'placeta' Macià como el cercano Museu d'Història de la Immigració, cuyas visitas también se encarga de coordinar Vilalta, han hecho bandera del 'inclusivismo'. Él explica mejor el concepto: se trata de "espacios sin barreras",  ni económicas (la entrada es gratis), ni culturales (no es necesario ser licenciado en Oxford para comprender las explicaciones), ni físicas (ambos son recintos adaptados a cualquier tipo de discapacidad).

Jordi Vilalta anda enfrascado en un libro y un documental sobre sus hallazgos en la penumbra de la intrahistoria, retazos de memoria compilados en la escucha. "Los abuelos me contaron que, acabada la guerra, la aviación franquista lanzó en Sant Adrià hogazas de pan blanco y 'espardenyes' de esparto, junto con unas octavillas que decían: 'Comeos el pan, que no está envenenado, y calzaos, porque vais a correr'."

A menudo, explica más lo pequeño, la astilla de un recuerdo empolvado, que cien estadísticas.