barceloneando

El zar del jamón

RAMÓN VENDRELL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Enrique Tomás se presenta casi de buenas a primeras, todavía en la fase protocolaria del encuentro, como «un charlatán» capaz de vender el producto más disparatado a través de un espacio de teletienda siempre y cuando crea en el producto. «El límite lo marca la verdad», dice.

Se embala y sin mediar pregunta  prosigue: «Mi caso se estudiará en Harvard o será el de alguien que quiso y no pudo. Enrique Tomás no aspira a ser una marca mundial de jamones sino la marca mundial del jamón».

Atiza. ¿Esto no es megalomanía? «Define megalomanía». Delirio de grandeza o como mínimo ambición desmesurada. «Es más sencillo. Conozco el mundo del jamón como nadie y sé que es un mundo en el que no cabemos dos». Lex Luthor mataría por esta frase.

La marca Enrique Tomás tiene 69 establecimientos. La mayoría en los alrededores de Barcelona, el primer territorio que colonizó, y en la capital catalana, pero también en Madrid (van unos cuantos y cualquier día el imperio del Museo del Jamón se dará cuenta de que se lo ha merendado), Mallorca, Zaragoza y Londres. Están en centros comerciles, en hipermercados, en calles de tiendas de lujo, en barrios populares, en zonas turísticas e incluso en el metro. Y si no hay en el Camp Nou es porque «los poderes fácticos se pusieron a temblar» con su propuesta. No quiere abundar en ello pero lo dice como si a unos cuantos les hubiera entrado el tembleque porque les iba a arruinar el tinglado. Tomás quiere todos los públicos. Si hasta promociona los cucuruchos de virutas o tacos de jamón como alternativa a las palomitas en el cine. Ya se ha dicho: persigue la hegemonía planetaria.

El negocio de los jamones ibéricos, explica Tomás, está aún dominado por criadores y fabricantes que se desentienden del producto en cuanto lo venden. «Al final de la cadena tiene que haber alguien que responda del jamón y no puede ser el tendero, al que bastante le cuesta pagarlo. Un jamón es como un melón: nunca se sabe cómo saldrá. Y hay que venderlo por lo que vale, no por lo que te ha costado». Ese alguien que responde es por supuesto Tomás. Él compra las piezas en crudo, las lleva a distintos elaboradores para que procedan según las instrucciones que les da y vende el resultado final con su sello. Todo el proceso menos la crianza de los marranos. «Una cosa. Solo hay sitio para una gran marca, pero tendré competencia: los pequeños comerciantes que mimen el jamón».

La burbuja del ibérico

El jamón ibérico ha ido paralelo al ladrillo. En los años en que éramos nuevos ricos vivió un boom. Solo con el que comían promotores y constructores cuando cerraban tratos ya creció el consumo la tira. Si no jamabas jamón ibérico eras un pringado. La cabaña de porcino de pata negra creció una burrada. Pero con la crisis cayó la demanda y ganaderos y productores no sabían cómo sacarse de encima gorrinos y perniles. «Fue cuando empezaron a verse ibéricos en las gasolineras. Siempre los que estaban a punto de echarse a perder», dice Tomás.

También fue cuando la firma Enrique Tomás empezó a convertirse en lo que es ahora, ¿no?. «No. Fue solo cuando desembarcamos en Barcelona e iniciamos la expansión fuera de Catalunya». Aclarado. Pero el estallido de la burbuja del ibérico debió de permitirle muy buenas compras de marranos sin futuro. «No lo negaré. Pero todo lo que pude ahorrar y mucho más lo invertí por ejemplo en formación de personal».

Jamón Experience, en la Rambla, es el establecimiento insignia de la empresa. Un gigante con restaurante, tienda y montaje audiovisual sobre el cerdo y el jamón ibéricos. Tomás se queda un poco desconcertado cuando le digo que vaya nombrecito. «¿Qué le pasa?» Bien, que la mezcla de castellano e inglés resulta un poco cómica, si bien para los guiris de la Rambla debe funcionar, y que no por haber hecho fortuna la palabra experiencia aplicada a todo en general y a la comida en particular deja de ser una cursilada.

Hijo del propietario de un puesto de ultramarinos en el mercado de la Salut, en Badalona, Tomás montó su primera tienda, una charcutería, a los 16 años. El resto es una historia de triunfo. Un 'self-made man'.