Breve viaje al centro de la tierra

Visita a un inexplorado refugio de la guerra, a la resistencia heroica y a la que no lo fue

El refugio de la calle del Ripollès recién descubierto, ayer.

El refugio de la calle del Ripollès recién descubierto, ayer.

Carles Cols

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La visita a un refugio de la guerra civil recién hallado gracias a unas obras en la vía pública suele ser un momento para echar mano de la épica y de la hemeroteca y recordar, como suele hacerse demasiadas veces, lo que dijo Winston Churchill en vísperas de la segunda guerra mundial. «Confío en que nuestros conciudadanos sean capaces de resistir, tal y como lo ha hecho el valiente pueblo de Barcelona». El primer ministro británico era un hombre de verbo fácil, las cosas como son, aunque a veces incontinente. Siempre negó, por ejemplo, haber pronunciado esta otra frase: «No me hablen de tradición naval. No es más que ron, sodomía y látigos». Así que cuando el Ayuntamiento de Barcelona me invita a visitar el recién descubierto refugio antiaéreo de la calle del Ripollès, prefiero aparcar la épica churchiliana y meter en la mochila de esta excursión al subsuelo, como lectura, Homenaje a Catalunya, de George Orwell, un libro medio maldito para la izquierda catalana, que retrata el lado menos amable de esa valiente resistencia a  la que apeló Churchill, pues al padecimiento que causaron las aviaciones alemana, italiana y franquista habría que sumar el que ocasionaron las órdenes que desde Moscú dictaba Stalin.

El caso es que a finales de los años 60, por orden del que después sería conseller de la Generalitat Albert Vilalta, un grupo de funcionarios descubrió en unas dependencias municipales del paseo de Pujades la documentación perdida sobre los refugios de Barcelona. Era un tesoro de planos de papel cebolla, croquis, anotaciones a pie de página y en que destacaban con luz propia dos minuciosos listados firmados por la Junta Local de Defensa Pasiva, uno de 1937 y otro de 1938. En ese segundo inventario aparecían nada menos que 1.324 posibles refugios. En realidad no todos se construyeron. Solo una parte se ejecutaron. Desde entonces, los arqueólogos municipales, como si jugaran al buscaminas de Windows, van separando en esa lista los realmente existentes de los simplemente proyectados, pero solo lo pueden hacer cuando interviene el azar, cuando unas obras lo permiten. El de la calle del Ripollès, número 173 de aquella lista, está efectivamente ahí. Existe.

Lo primero que sorprende de él es la estupenda volta catalana del techo, una técnica constructiva que, como era artesanal y se transmitía de maestros a aprendices, se ha olvidado. Así que merece la pena.

La galería mide unos 100 metros de longitud. Es estrecha. A un lado está el banco en el que se sentaban los vecinos durante los bombardeos. A ojo, cabían tal vez más de 250 personas. El pasillo, según las órdenes de la época, tenía que quedar expedito. Junto a la entrada, puede que durante alguna de las incursiones aéreas, alguien se entretuvo en grabar a cuchillo en las paredes proclamas simples. Viva la FAI, se lee en uno de los ladrillos de adobe. Es una inscripción minúscula, pero una gran metáfora de cómo era la guerra civil en Barcelona, cada cual defendía antes sus siglas que la república, como muy a su pesar descubrió el propio Orwell, que llegó a la ciudad en diciembre de 1936 para luchar contra el fascismo y tuvo que salir por patas en junio de 1937 para no terminar hecho un Andreu Nin a manos de los comunistas.

El refugio de la calle del Ripollès puede que comenzara a construirse probablemente cuando el autor de Rebelión en la granja y 1984 dormía en las calles de Barcelona por miedo a ser apresado, un vagabundeo que, por cierto, le permitió de forma inesperada descubrir un día «uno de los edificios más espantosos del mundo», con sus «cuatro torres almenadas con forma de botella de vino». Lamentó el mal gusto de los anarquistas, que renunciaron a volar por los aires aquella construcción religiosa, la Sagrada Família.

El refugio de la calle del Ripollès comenzó a construirse entonces, pero jamás se acabó. Al final del túnel, en una galería lateral, los arqueólogos descubrieron las herramientas que de un día para otro, hace 76 años, dejaron ahí quienes trabajaban en la construcción del refugio, puede que porque la guerra había llegado a su fin o porque se intuía perdida. Es una lástima. Como solo tiene un acceso, por motivos de seguridad, el túnel no se abrirá al público. En breve, la entrada se volverá a sellar. Cuando algún día lo reabran será una oportunidad de echar mano de nuevo del lapidario de Churchill, o no, que cada cual elija.