Visita al quirófano sin anestesia

Open House incluye en su programa de esta edición una visita a los ultramodernos quirófanos del Hospital del Vall d'Hebron

Vall d'Hebron, Barcelona Open House

Vall d'Hebron, Barcelona Open House / periodico

CARLES COLS / BARCELONA

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El quirófano y su antesala suelen ser lugares de vago recuerdo, un anestesista que explica que por el brazo te subirá una sensación de frío, que a lo mejor te pide que cuentes hasta 10 y no pasas del dos. El recuerdo posterior no suele ir más alla de unas caras y un techo. No es lo mismo, pero por culpa del subconsciente, que es muy cabrito, uno se imagina en ese limbo de la anestesia, como un Adriaen Adraienszoon a manos del doctor Tulp, personajes ambos de la famosa lección de anatomía de Rembrandt. Open Houseuna de las citas culturales más interesantes del año, brinda en esta edición la oportunidad de conocer los quirófanos del Hospital Vall d’Hebron. El Open House se supera año tras año. A las salas de operaciones, inauguradas el pasado 23 de septiembre, y dicen que las más modernas de Europa, se puede ir por riguroso orden de inscripción. Aquello no puede ser una rambla. Desde hace días las plazas estaban ya todas adjudicadas.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Al biobanco, departamento\u00a0","text":"de nitr\u00f3geno l\u00edquido, no se puede entrar solo. 'Peligro de asfixia\". Eso avisa un cartel en la puerta"}}La expedición comienza por una ruta previa por el llamado VHIR, el Vall d’Hebron Institut de Recerca, uno de los edificios del complejo hospitalario, donde unos 480 investigadores (médicos, biólogos, veterinarios, químicos…) exploran estrategias contras las enfermedades. De la ruta merece la pena destacar la parada en el biobanco. Queda pasado uno de los laboratorios de patologia mitocondrial. Las tarjetas de presentación de los dotores Martí y Vila, inquilinos de de ese despacho, seguro que son de aquellas que impresionan en cualquier fiesta.

¿WALT DISNEY?

A lo que íbamos. En el banco se hacen ingresos y reintegros, pero de los tejidos y células que los investigadores emplean en sus trabajos. La mayoría están en unas neveras imponentes, a 80 grados bajo cero, pero lo impresionante, por no decir acongojante, son los contenedores de la siguiente habitación. Junto a la puerta hay una señal de advertencia. Dentro de un triángulo (símbolo internacional del peligro) se ve la silueta de un hombre sentado en el suelo, con la cabeza caída hacia delante, como recién sacado de un Saloufest cuando sale el sol. Debajo, en grandes letras, el aviso: “Riesgo de asfixia”.

A aquella zona del biobanco no se puede entrar solo. Están los congeladores de nitrógeno líquido. La guía, Elena o Helena, explica las precauciones que requiere la manipulación de materiales a 190 grados bajo cero. Los guantes de cuero, la máscara protectora, el peligro de que el nitrógeno desplace el oxígeno de la habitación cuando se abre una nevera… Por eso hay que entrar, en el día a día, como mínimo por parejas, por si alguien se desmaya. Vamos, que cuando ya tiene a los visitantes más tiesos y asustados que a la pandilla que Shackleton dejó en la isla Elefante, la guía abre uno de los contenedores. La nube vaporosa impide primero ver más allá de un centímetro. ¿Estará ahí Walt Disney? No. Solo cajas metálicas.

BORBONES

El viaje matutino hasta el Vall d’Hebron, sin embargo, tenía como gancho principal los quirófanos. Las opciones alternativas del Open House eran muchas y golosas. Esta es una cita en la que se puede acceder a un piso de personas sin techo de a Fundació Arrels y, una hora después, pasar después por el Cercle del Liceu. La ‘catedral’ subterránea de los depósitos pluviales del parque Joan Miró siempre impresiona. Mas Guinardó es otra propuesta muy oportuna estos días, no por el refugio antiaéreo que allí se puede visitar, sino porque aquella finca fue uno de los cuarteles borbónicos desde los que se dirigió el asalto a Barcelona en 1714. Nadie le tira huevos. Pero los quirófanos tienen (cada cual tiene sus pasiones, qué se le va a hacer) un plus único, así que a ello vamos.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"El primer grupo que visita\u00a0","text":"los quir\u00f3fanos est\u00e1 de suerte. Una cirujana est\u00e1 a punto de abrir un abdomen. Nadie se lo quiere perder"}}

La docena larga de visitantes del primer turno los recorre de la mano del doctor Jesús Martínez, subdirector del hospital. Se exige etiqueta. Es decir, pijama de cirujano, de color violeta, con fundas para los pies a juego. Lo facilita el hospital. Martínez lleva una mascarilla colgada del cuello. Basta con poner cara de pena para que, vaaaaaale, le dé una a cada uno.

LA NASA EN CASA

Lo que el pasado 23 de septiembre inauguró el Vall d’Hebron, en resumen, es un conjunto de 19 ultramodernos quirófanos, dos de ellos equipados con robots Da Vinci, diseñados por la NASA, el futuro aquí y ahora. Como es sábado, la zona se prevé en calma. No hay operaciones programadas, pero sí imprevistos. En uno de las salas, la visita pasa por el pasillo justo en el instante en que el una cirujana está a punto de hace una incisión en un abdomen de un paciente. Una apendicitis. No es obligado mirar a través del cristal, avisa Martínez. Nadie se lo pierde.

Los quirófanos, en definitiva, son impresionantes. A la altura del personal que allí trabaja. A la altura del Open House.