Vida desahuciada

Una afectada relata el drama de los desalojos por impago de la hipoteca

TERESA PÉREZ / J. G. ALBALAT / BARCELONA

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La vida de Yolanda del Águila se precipitó por un tobogán y todavía sigue descendiendo sin haber llegado al suelo. Su historia es similar a la de muchas Yolandas, a la de otras muchas Yolis. Ella nació en Perú y la adolescencia se le fue en un suspiro porque se casó a los 17 años. 

Los inicios fueron buenos. Tenían una casa de tres plantas y una fábrica de helados, pero el terrorismo se cruzó en su camino. Intentaron extorsionarles y no podían pagar. Así, comienza a desgranar a este diario, entre profundos sollozos, unos hechos propios de una novela. "Un día llegó un grupo al pueblo y nos ataron, y cuando ya estaban a punto de dispararnos, mi marido pronunció en alto el nombre de una persona influyente. Fue automático. El jefe comenzó a chillar: 'Desatadlos. ¿Por qué no dijeron antes que eran familia?'", recuerda Yolanda. No tuvieron la misma suerte algunos trabajadores de la fábrica. "A dos los metieron en las máquinas de fabricar hielo", relata con un hilo de voz.

HUIR DEL PAÍS

Yolanda y su marido decidieron huir del lugar donde habían pasado su infancia y juventud y hace 16 años llegaron a Barcelona solo con lo puesto. Aquí, pronto la vida les comenzó a sonreír. Tenían trabajos que les permitían ganar dinero y enviar parte a Perú para que sus hijos, entonces ya mayores, pudieran seguir estudiando. Yolanda puso hasta un pequeño negocio de pollos asados. "Siempre he sido muy independiente", puntualiza mientras apura un café con leche. Y, por fin, en el 2012 hizo realidad su sueño de tener "un pisito con plantas, que me gustan mucho". "Al fin me sentí feliz", cuenta. Adquirió una vivienda en el Bon Pastor. Cuarenta metros cuadrados por 269.000 euros. "Me engañaron", se lamenta. Por si esa cantidad no fuera una losa lo suficientemente pesada, instaló en el piso todos los servicios. "Agua, luz y calefacción, porque no había nada", explica.

DEPRESIONES

Llegó un momento en que, pese a renegociar la deuda, no pudo hacer frente a los 1.400 euros que debía pagar mensualmente. "Eran impagables", narra. Los problemas económicos se cruzaron con los emocionales y así poco a poco se formó un tejido difícil de desmembrar. Peleas y conflictos empezaron a formar parte de la dieta diaria de su casa. Todos le achacaban que había hecho una mala inversión. "Pero en su momento todos se callaron, nadie me advirtió", dice. Se separó de su marido y poco después la desahuciaron del piso. "Me quedé sola y no supe reclamar la dación en pago. En aquel momento no supe qué hacer, recuerdo que tenía mucho miedo", explica mientras echa la vista atrás. Su organismo se colapsó y tantos sinsabores se han saldado con una soriasis, una rodilla descalcificada, que le deben operar, y con "profundas depresiones" que van y vienen.

Ni siquiera ha logrado un alquiler social pero, pese a no tenerlo, no se da por vencida. "Cuando lo consiga volveré a ser feliz", dice. Y sueña con hacer algunos pequeños trabajos para sobrevivir cuando la salud le acompañe: "Preparo tortas y pasteles y, además, sé coser", afirma con un punto de optimismo. Mientras espera que su vida tome un cauce feliz, vive en el piso de un familiar que le ha dejado que ocupe una habitación. Pero muy pronto tendrá que volver a hacer una nueva mudanza porque se tiene que ir de allí. "No tengo nada de nada y después de trabajar toda mi vida como una loca, todavía debo 8.000 euros", lamenta Yolanda, que ya ha entrado en la sesentena. "Me hace daño recordar el pasado. Todos me dicen que no mire atrás, incluso lo dicen los libros que estoy leyendo, pero a veces no puedo dejar de mirar y me resulta insoportable”, afirma.