Viaje a la infancia de Madelman

El Mercado Masadas se muda a la contigua plaza de la Assemblea de Catalunya

Llibert (izquierda) y Jordi Zubero, el domingo pasado en su parada de juguetes antiguos, en el nuevo emplazamiento del mercado Masadas.

Llibert (izquierda) y Jordi Zubero, el domingo pasado en su parada de juguetes antiguos, en el nuevo emplazamiento del mercado Masadas.

OLGA MERINO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Decía Cortázar que por haber salido de la infancia se nos olvida que para llegar al cielo tan solo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato. Ay, la niñez… Con esa intención, la de viajar al estadio de la inocencia, los pasos se encaminaron el fin de semana último hacia la plaza Masadas, en el corazón de La Sagrera, donde cada primer domingo de mes —el 1 de marzo lo era— el Agrupament Ferroviari de Barcelona monta un mercadillo de miniaturas y juguetes antiguos. Montaba, mejor dicho, porque justo el domingo cambió de ubicación después de 20 años.

El zoco juguetero conservará el nombre de mercado Masadas, pero a partir de ahora los tenderetes se instalarán a cien metros, junto al parque de la Pegaso, en la plaza de la Assemblea de Catalunya. Una explanada a la que, por cierto, aún se la conoce como plaça de les rates porque en otro tiempo el solar acabó convertido en un vertedero que costó años de luchas vecinales transformar en un espacio habitable.

El domingo, pues, era día de estreno en el nuevo emplazamiento y hubo cierto desbarajuste. Coleccionistas que no encontraban su puesto de cabecera y vendedores que se quejaban de poco calaix. Antes, en Masadas, la orientación resultaba facilísima porque los 150 puestos se colocaban, uno tras otro, siguiendo el perímetro rectangular de la plaza; ahora, en islotes. «Todos los cambios implican cierto trastorno, pero en un par de meses todos nos habremos acostumbrado», asegura Santi Comte, de Agrupament Ferroviari.

El viejo Ibertrén

El baratillo comenzó hace más de dos décadas en la iglesia aledaña de Cristo Rey, como centro logístico para el intercambio entre maquetistas de tren, quienes siguen acudiendo al barrio en busca de una locomotora, un viajante minúsculo con maleta o bien balasto para colocar entre los raíles a escala. ¡Ah, el viejo Ibertrén! El chaval que disponía de uno tenía muchas amistades, por no hablar de las que concitaba el Scalextric. «¿Te acuerdas?», es la frase más repetida entre las mesas. Muy pocas mujeres, por cierto, entre la concurrencia, tal vez por cierta aversión genética a cualquier objeto que acumule polvo, robe espacio y carezca de un estricto sentido de la utilidad.

A cada uno se le disparan las mariposas de la nostalgia por distinto motivo, y allí estaban, cual magdalena proustiana, aquellos sobres sorpresa que vendían en los quioscos por un duro. ¡Ah, qué aventis! Sobres con una leyenda por construir: Rodeo en KansasAnimales prehistóricosLa batalla de El Alamein... Soldaditos y sartenes que venían con la rebaba del molde, un excedente plástico que se acababa transformado en comiditas o magníficas defensas antitanque. «Mi abuelo, que regentaba una bodega en la calle Verdi, dejaba la americana en el respaldo de la silla cuando volvía a casa; yo le sisaba calderilla y bajaba corriendo a la lechería a por un sobre», recuerda Pere Giménez, el simpático vendedor.

El corazón da un vuelco unos metros más allá, en el expositor de Madelman que llevan Llibert y Jordi Zubero. ¡Ah, cuántas escaramuzas bélicas con mi hermano Raúl! Un cliente se acerca a buscar una mano suelta para el muñeco articulado. En verdad, sometidos a la tralla infantil, solían troncharse bastante, de manera que el juego que traía más cuenta era montar un hospital de campaña en el comedor, con todo aquel ejército de rótulas de plástico a la virulé. Cotiza bien el viejo Madelman: «El colono, que vestía un peto de pana, es uno de los más buscados y alcanza los 250 euros —dice Llibert—. Si viene en caja, ya se dispara».

El viaje a la niñez concluye en la antigua dirección, en Masadas, una de las pocas plazas porticadas de la ciudad, junto con la Reial y la del Mercadal, en Sant Andreu. Los bares, aunque temían el traslado, funcionaron bien a la hora del vermut. Pero, por alguna extraña razón, ya no les quedaba ni una Mirinda.