BUCÓLICOS ANÓNIMOS
Vexilología de urgencia
La diferencia entre un paseo y una manifestación no está en el número de personas sino en los estandartes que se lucen. En una manifestación hay palabras espontáneas y hay consignas colectivas. Pero lo importante son los colores. Para ello se instalan en las esquinas los vendedores de pasiones. Se trata probablemente de una de las metáforas más antiguas de la humanidad. Ahí donde no llegan ni la fuerza armada ni el derecho de conquista se instala un símbolo clavado en el suelo o enroscado en el cuerpo del soldado civil.
Hay manifestantes que invierten su tiempo en la elaboración de pancartas y de cartones pintados. Pero cuando se han dado los primeros pasos de la protesta urge algo que nos identifique. Y ahí aparecen los responsables de la vexilología textil. La vexilología es la ciencia que estudia las banderas. Pero las banderas de las multitudes corren el riesgo de perderse o de caer pisoteadas por abanderados contrarios. De ahí que los vendedores sepan que el precio de un ideal reducido a un trapo atado a un pequeño mástil debe ser tan barato como noble, tan glorioso como la fuga, tan perenne como la supervivencia.
Empiezan a verse hoy esos pequeños puestos que ofrecen al manifestante de urgencia los colores que en su día cayeron bajo las balas de cañón. Los manifestantes de hoy necesitan algo que les licúe entre la masa y que les otorgue una sensación de durabilidad en el tiempo. Ahí está el hombre adecuado. La ciudad es todavía un espacio civil, pero hay que calentar motores para la combustión patriótica de hoy. Banderas catalanas, banderasestelades, camisetas del Barça y de otros clubes que en las próximas horas servirán de decorado multicolor para la prensa internacional. Al frente de la pequeña tienda ambulante hay un vendedor con acento argentino. La bandera albiceleste de aquel país ha demostrado que es la misma para adornar una dictadura militar como para pintar la democracia. Hay gente a la que a veces le gustaría tener una bandera sin pecado concebida, pero no es ese el caso de la bandera española, demasiadas veces bordada en los hombros policiales y en demasiadas ocasiones expulsando a la bandera catalana de las fachadas de los ayuntamientos. Solo el vendedor argentino sobrevuela las extrañas pasiones que despierta el conflicto de las banderas de ese rincón mediterráneo. Luego llegarán los campeonatos de fútbol y la bandera rojigualda se irá descoloreando en las azoteas para celebrar el triunfo incruento de la selección.
Pero hoy no es un día de fútbol. Ni siquiera es día de empate. Se trata de llevar a la calle la insatisfacción por un Estado torpe, miope e inoperante, mande quin mande en la Moncloa. El vendedor de banderas celebra su agosto en setiembre. Y a medida que pasa el tiempo y se llenan las calles, el precio de la bandera aumenta unos pocos céntimos.
La democracia textil se impone. Las oriflamas brillarán en la tarde de una sociedad que ya no puede creer en los gobiernos y que prefiere abrazar la quimera. Una vez al año la secesión no hace daño. Las banderas surgen del pequeño negocio de un vendedor apátrida y acaban deslumbrando a propios y acomplejando a los extraños.
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