PATRIMONIO HISTÓRICO

La verdadera Gotham City

Un libro separa el trigo de la cizaña y revela el genuino patrimonio gótico barcelonés

El misal de Santa Eulàlia 3 Detalle inferior de la escena del Juicio Final que Rafael Destorrents realizó en el amanecer del siglo XV y que, como detalle inusual después, incluye a varios miembros de la jerarquía eclesial entre los merecedores de los

El misal de Santa Eulàlia 3 Detalle inferior de la escena del Juicio Final que Rafael Destorrents realizó en el amanecer del siglo XV y que, como detalle inusual después, incluye a varios miembros de la jerarquía eclesial entre los merecedores de los

CARLES COLS / CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Hay una Barcelona gótica que fotografían los turistas y que engaña a no pocos barceloneses, pues la mayoría aún no habían nacido cuando hace menos de 100 ese decorado se puso en pie, y luego está la verdadera Barcelona gótica, a veces oculta y otras veces poco conocida, que a través de un excelente libro han decidido rescatar la medievalista Victoria Cirlot, el especialista en simbología sagrada Raimon Arola y el preciosista fotógrafo Pere Vivas. «Que se levante el telón del espectáculo del gótico, que no nos olvidemos de lo que tenemos», proclama Cirlot. «Que se sepa, que en toda Europa no hay una acumulación de tesoros góticos como la de Barcelona», apostilla Arola. Pues eso, que se sepa.

Barcelona gótica. Así, sin pirotecnia innecesaria, se titula el libro editado por Triangle Postals en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona. Por situar de entrada las cosas, es un libro en el que premeditadamente no aparece fotografiada jamás la fachada principal de la catedral, tan postiza como el puente de la calle del Bisbe o como ese rincón tan coquetón y a la vez falso como es la plaza de Sant Iu, que por supuesto tampoco están ahí retratados.

¿Es exagerado considerar a estas alturas que aún hay un gótico oculto en la ciudad? Aunque es cierto que el libro se recrea en la lectura exhaustiva de qué significaron en su tiempo Santa Maria del Mar y las obras maestras de la arquitectura civil de los siglos XIV y XV que aún siguen en pie y, sobre todo, inalteradas, lugares todos muy visitados, Barcelona gótica pone efectivamente también el foco sobre espacios y piezas inaccesibles, y como ejemplo la decoración de la capilla del Palau Dalmases, un conjunto de ángeles, cada cual con su instrumento musical perfectamente esculpido, que componen una big band celestial de gran belleza. Está ahí, en la calle de Montcada, y no se puede visitar.

La verdad es que ahora que en Barcelona hay más millones de turistas que residentes, separar el trigo de la cizaña, es decir, el gótico del neogótico (más que nada porque varios siglos de historia les separan y porque con este pandemónium todo tiende a confundirse) es casi una obligación de higiene intelectual. Definitivamente es un libro muy oportuno.

CURAS EN EL INFIERNO / Del capítulo del gótico oculto merece la pena resaltar un par de piezas. Sin duda, primero el misal de Santa Eulàlia. Hay varias recreaciones pictóricas del juicio final de fama universal. Está, cómo no, la de Miguel Ángel en la Capilla SixtinaEl tríptico de El Bosco sobre ese fin de los tiempos es también sobradamente conocido. Igual ocurre con la versión de Hans Memling. Lo que sucede es que en Barcelona hay una versión más anciana, la del misal de Santa Eulàlia, que se conoce mucho menos, y es una lástima, porque tiene el delicioso detalle de incluir a varios miembros de la jerarquía eclesiástica entre los destinatarios de los tremendos tormentos del infierno.

«En Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mundo». Con estas palabras del poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973), padre de la coautora, arranca el capítulo más entusiasta, dedicado a la espada de Pedro el Condestable, uno de los más guapetones condes de Barcelona, un hombre desafortunado en la guerra pero poseedor de un acero para el combate que, según los expertos, es una pieza de magistral factura, por la que su dueño no pagó en monedas, sino que la obtuvo a cambio de entregar «un esclavo negro». Desde luego que relatos así hacen que la historia resulte más apasionante, tanto que Cirlot, el ensayista, tuvo entre otras aficiones la de fantasear con el robo de esa espada, al menos así se lo contó a su hija Victoria, coautora del libro, cuando era pequeña y la iban a contemplar, e incluso entonces a tocar, en el museo de la catedral.

Sobre Barcelona gótica hay que hacer, no obstante, una puntualización más. No es, aunque lo parezca, un libro de historia del arte. Es algo más inusual. Es un libro que lee el gótico, su simbolismo, el significado de todo aquello cuanto se edificó, esculpió y pintó hace medio milenio. Muchos son los ejemplos que servirían para ilustrar ese propósito, pero puesto a elegir, ahí va uno visitable (es un capitel del claustro de la catedral) y, sin embargo, es probable que sea indescifrable incluso para los creyentes de hoy en día. En él se ve una figura cadavérica de cuya boca surgen las ramas de un árbol.

Al cristiano contemporáneo eso le dice muy poco, pero en la edad media la lisérgica leyenda de la Santa Cruz era sobradamente conocida. Según ese relato, Sethijo de Adán, plantó las semillas en la boca de su padre cuando falleció. De ahí brotó un árbol que tiempo más tarde taló Salomón para su templo y sobre el que la reina de Saba hizo una profecía, cómo no, la de la crucifixión. La historia de la cruz tiene muchos más capítulos, pero aquí no vienen al caso. Lo interesante es otra cuestión. La oportunidad de revisitar el gótico de Barcelona, el auténtico, desde una perspectiva distinta, casi con el placer de viajar en el tiempo y disfrutar aquellas obras con el plan propagandístico con el que se concibieron.