CELEBRACIÓN DE UNA TRADICIÓN EN BARCELONA

Una noche realmente corta

A partir de las tres y media de la madrugada, los megáfonos han empezado a recordar a los juerguistas que a las seis la playa tenía que estar despejada

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MIRIAM GARCÉS / BARCELONA

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La noche más corta del año, una vez más, ha cumplido con las expectativas. Además de los ciudadanos que han optado por las verbenas populares en las calles de Barcelona o las discotecas de la Vila Olímpica, había otra opción clara: la Barceloneta. Miles de personas han llenado la playa en busca de diversión. A las once de la noche, hacerse un hueco ya era tarea complicada, pues la multitud que minutos antes colapsaba el metro se había instalado ya, con mayor o menor magnitud: de simple reuniones encima de una toalla a grandes despliegues con alguna tienda de campaña incluida; e incluso en el caso de los más creativos, un gran pañuelo en el suelo rodeado de cuatro antorchas en los extremos servía para instalar una pequeña mesa y varias neveras con surtido de bebidas. En muchos casos, la fiesta iba para largo.

A las 23.25 horas, el ambiente ya estaba animado, y una gran hoguera se hizo protagonista, desprendiendo una luz rojiza que atrajo a los asistentes. Después, cada uno a lo suyo. La mayoría de jóvenes optaron por comenzar el botellón, las familias con niños se dedicaron a tirar petardos, alguno se animó a lanzar al aire farolillos de papel, se hicieron las primeras concentraciones alrededor de los pubs con música de la playa, alguna pequeña hoguera improvisada tomó forma y algunos se acercaron solo a hacerse unas fotos y sentarse un rato en la arena. Incluso se podía percibir un cierto orden en la repartición de la playa: zonas más ‘familiares’ con padres e hijos tirando petardos, los jóvenes de botellón también agrupados, y en un extremo de la zona costera, grupos de adolescentes unidos a la fiesta. 

Entre los grupos de gente, se podían encontrar nacionalidades de todo tipo, a causa de la rápida ‘integración’ del turista en la fiesta: ingleses, franceses, italianos, chinos y, por supuesto, catalanes. Y no sólo eso. Una vez la playa estaba llena, los lateros entraron en acción, salteando entre grupos de personas y petardos para intentar conseguir alguna venta de bebida, así como otros artículos para animar la fiesta.

LOS PAREOS, LA NUEVA OFERTA

A los tradicionales ‘cubatas’ y cervezas de cada año, se le han sumado los pañuelos de tamaño gigantesco para sentarse cómodamente sobre la arena y todo tipo de artilugios con luces de neón, como gafas y diademas con lazo, que capturaban la atención no solo de los más pequeños sino también de turistas. Pero la fiesta no se limitaba a la zona de arena de la playa. En el paseo Marítimo se podía encontrar actividad de todo tipo: adolescentes tirando petardos, varios grupos de danza africana –a los que se unía algún que otro turista con más o menos arte para seguir el ritmo--, ‘bares’ improvisados sobre alguna caja de cartón donde los lateros vendían cubatas a precios más económicos que los chiringuitos de la zona, e incluso un hombre con su trompeta que intentaba competir con la música de los bares para conseguir alguna moneda gracias a la atención de algún turista, pero sin demasiado éxito.

A medida que la noche avanzaba, los grupos instalados en la arena se iban retirando, y en los lugares que dejaban libres se instalaban otros ocupantes: miles de latas y botellas que, a medida que la playa se vaciaba, quedaban como prueba material de la fiesta. Hasta convertir la playa en un descampado de desechos. Aun así, había los que a las dos de la madrugada aún se unían a la fiesta, buscando un hueco disponible mínimamente libre. La fiesta también seguía en los pubs de la playa, rodeados incluso fuera de sus terrazas, por gente que bailaba al ritmo de la música, con más o menos arte según les permitía el alcohol ingerido. Incluso la ropa de algunos empezó a desaparecer cuando empezaron los baños nocturnos, ya tradicionales en las noches de Sant Joan en la playa, ya sea con bañador o ropa interior, e incluso con el atuendo completo.

TRAS LA DIVERSIÓN, LA LIMPIEZA

A  partir de las tres y media de la madrugada, los megáfonos ya empezaron a advertir a los juerguistas que a las seis la playa debía estar despejada, para que los servicios de limpieza pudieran hacer su trabajo, tarea complicada teniendo en cuenta el estado de la playa después de horas de consumo y diversión. De hecho, los encargados de devolver el lugar a su estado habitual entraron en escena a las 4.15, observando los desperfectos sufridos, elaborando el plan de ataque. Pese a las peticiones constantes de abandono de la playa entre las cinco y las seis de la mañana, aún aguantaban los más reacios a dejar atrás la fiesta, pero poco a poco la fueron abandonando, con más o menos colaboración. Para algunos, la noche más corta del año se ha quedado realmente corta.