JORNADA DE TRADICIÓN EN EL ÁREA METROPOLITANA

Venga esa levantadita

Más de 70.000 personas asisten a la procesión de Viernes Santo de la Cofradía 15+1 de L'Hospitalet animados por el clima espléndido

Paso del Jesús Nazareno en un momento de la procesión, ayer, en L'Hospitalet.

Paso del Jesús Nazareno en un momento de la procesión, ayer, en L'Hospitalet.

MAURICIO BERNAL / L'HOSPITALET DE LLOBREGAT

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La pausa está a punto de terminar y el capataz se acaba de poner delante del paso, y su intención es comunicarse con los hombres invisibles que llevan a cuestas el armatoste: los costaleros. «¡A mí me gustaría dedicarle esta levantadita al padre de un costalero que está fastidiado!», grita, para que todos, los que están delante y los que están más lejos, lo puedan oír. Seguro que hay una respuesta, pero solo llega a oídos suyos. «Esta levantadita va para el padre. ¡Para el Manuel, sí señor, para el Manolito!». Se produce un instante de suspensión del tiempo durante el cual el público, los nazarenos y las autoridades se quedan mirando el paso como hipnotizados, aguardando la inminente y triunfal -eso se espera- levantadita. Y ¡hop!, de repente, el Jesús Nazareno más que levantarse da un salto, así es la enjundia que le imprimen los costaleros. Por Manolo.

Después hay un momento de acomodo -se adivina que allí abajo pasan cosas-, y el paso vuelve a bambolearse, señal de que avanza. La procesión baja por la avenida del Bosc y mira con deseo el centenar de metros que la separan de la meta, es decir, de la plaza de la Bòbila. Son casi las dos de la tarde y el desfile empezó a las ocho. Pero va todo bien. Es Viernes Santo es L'Hospitalet, y la Cofradía 15+1 está a punto de poner el broche a otra procesión triunfal.

MI PADRE EL CAPATAZ

«Para ser capataz hay que tener una buena escuela, alguien que te enseñe bien el oficio», explica David Segura en otra de esas pausas, una de las 30 o 40 que se llevan a cabo durante las siete horas de desfile. A él le enseñó su padre -«mi padre», dice ufano-; que se llama Francisco. Segura hasta hace siete años era costalero, y que pasar de eso a capataz suene a ascenso no significa que necesariamente lo sea, o mejor: no significa que todos quieran hacerlo. «Yo -dice Jesús Antequera, fiscal de paso- llevaba 19 años de costalero, pero por una lesión ahora tengo que hacer esto». Estar allí, debajo del paso; arrimar literalmente el hombro; ser uno de esos héroes: hay personas que lo harían siempre. Luego están los nazarenos, los músicos, los romanos. Y el otro paso, el de la Virgen de los Dolores, con el mismo séquito, o más o menos; las madrinas, que van de negro y mantilla. Y todo ocurre cada año y ocurre sagradamente cada Viernes Santo, pero nunca al parecer deja de ser emocionante. La gente, en un número que la organización estima en 70.000, quizá 80.000, aporta el fervor, la abundancia, lo multitudinario. La única procesión laica de España hace alarde una vez más de un excelente estado de salud.

«Un gran día», confirma el presidente señalando el cielo azul. Manuel Romera tenía 20 años y estaba en la puerta del Bar Kiki cuando a los cuatro fundadores («los cuatro visionarios, les digo yo») se les ocurrió la idea: una cofradía, unos pasos, unas procesiones; las costumbres con las que se habían criado. «Que no se pierdan las raíces, que sepamos siempre de dónde venimos, de eso se trata esto», dice, y menciona orgulloso que el 60% -«el 60%, ¿eh?»-, el 60% de los integrantes tienen menos de 30 años. Eso, el gentío, la emoción simple de dedicarle la levantadita a un enfermo... No parece que los hábitos se vayan a perder.