Marejadilla en el urinario

Las quejas de CiU y PP sobre los nuevos lavabos de Ciutat Vella no calan entre el vecindario

La cabina y el urinario trasladados desde el Centro Cultural el Born hasta la confluencia de Fusina con Comerç, ayer.

La cabina y el urinario trasladados desde el Centro Cultural el Born hasta la confluencia de Fusina con Comerç, ayer.

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA

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Como la marejadilla que se desata en un retrete embozado al tirar de la cadena, cuando el agua amenaza con desbordarse. La idea de instalar seis servicios públicos en otros tantos enclaves de Ciutat Vella estuvo amenazada de verse superada por los acontecimientos. Desde las filas de CiU y el PP se cuestiona el impacto urbanístico, el diseño abierto del urinario y la ubicación inicial de uno de ellos junto al Born Centre Cultural, icono del soberanismo. Las críticas políticas hacían temer que la cosa acabara en mar gruesa, pero  viendo la reacción vecinal, las aguas (residuales) están en calma.

Si un vecino merece ser escuchado ese es Lucero Liboreiro, que ha descubierto que bajo su balcón cambiaron las vistas de un día para otro. Ahora tiene una (¿)privilegiada(?) perspectiva cenital de la cabina y del urinario a la intemperie, en forma de aspa, capacidad simultánea para cuatro usuarios y solo apto para micciones masculinas. «Si no llega el olor... Es mejor que hacerlo en la calle», dice. No solo no protesta sino que ya ve el lado positivo: «Ocupa el lugar en el que descarga cada mañana un furgón que no me deja dormir», suelta.

Indiscreción

Muchos habitantes de la calle de Fusina ni repararon en el cambio de ubicación ayer de los mingitorios del Born, desde uno de los laterales del centro cultural hasta la confluencia de Fusina con Comerç. Pero no es el caso de Juan Manzano, de 85 años, que monta guardia ante unos lavabos casi sin público por la mañana. Manzano no entiende «la piel fina» de los sectores que acusan a Colau de atentar contra la solemnidad del espacio. «¿Por qué no se dejan de banderas y ceden el lugar al auténtico soberano, que es el pueblo? ¿Por qué no ponen los lavabos allí, donde no molestarían a la vista?», exclama. Iris García obvia el aspecto político, pero coincide en la necesidad de buscar «discreción» con unos urinarios demasiado «descarados».

Al italiano Giacomo le parece una «buena idea» que ya se aplica en su país. También lo aprueban los holandeses Kasper y Jacky, a los que no les sorprende el nuevo mobiliario urbano en la calle de Arc del Teatre, familiarizados con los mingitorios de Rotterdam. Mas reticencias plantea Loli Álvarez, temerosa  de que el mantenimiento no evite el hedor y, sobre todo, de que las prostitutas usen las cabinas «para su negocio». El alemán Adrian sonríe al saber que sintecho como él dispondrán de más intimidad para su higiene. Olaide y Gogita desaprueban los urinarios al aire libre, «a la vista de los niños», pero avalan la medida en general.

Al concluir la Mercè, el ayuntamiento analizará la «prueba piloto», como la calificó la concejala de Ciutat Vella, Gala Pin. Un test que ubica los urinarios en los espacios «donde se reciben más quejas» y que supone un pago de unos 40.000 euros. Pin habló de «corregir un error inicial» al aludir a la reubicación del lavabo del Born, «como estaba previsto», sin causa-efecto por las críticas de CiU.

La edila convergente Francina Vila reclama al consistorio que retire los lavabos y se limite a «hacer cumplir la ordenanza cívica». Y desde el PP, Xavier Mulleras pide «servicios públicos cerrados». Pin no da pábulo a una «polémica veraniega» sobre una medida justificada «por la presión de turistas y sintecho que soporta Ciutat Vella» y avanza que la reacción de los vecinos será la única vara de medir para saber si la medida será algo más que una prueba piloto.