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Una historia de amor

Los casi centenarios Juan y Luisa cumplen hoy 75 años de matrimonio, tras sobrevivir a todos sus amigos

Juan y Luisa muestran las fotos de la época en que fueron novios, en los años 30.

Juan y Luisa muestran las fotos de la época en que fueron novios, en los años 30.

PATRICIA CASTÁN
FOTOS: JULIO CARBÓ

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Fue tal día como hoy. El 3 de agosto de 1937 Juan Navarro Izquierdo y Luisa Tello Valenzuela se dieron ely se prometieron amor eterno. Quién iba a decir que la eternidad («que no tiene principio ni fin», según la RAE) iba a ser tan literal. Han pasado ¡75 años! desde aquella fecha, y la pareja celebrará hoy un doble mérito, o casi un milagro: mantenerse tan unidos como el primer día y, sobre todo, haber sobrevivido juntos a una vida XXL. Él tiene 96, ella 94. Y lo mejor es que el cuerpo les responde con solvencia y la mente mantiene las cinco velocidades. Hasta el punto de que diseccionan su intensa historia vital y de amor para EL PERIÓDICO sin tener que echar mano de un solo documento. De pura memoria, de corrido, como si fuera ayer, y con pasión.

El longevo matrimonio vive en Gràcia desde hace seis décadas, y desde el sofá de su casa, como un dueto afinado, deshilacha con ritmo e incluso humor su periplo conjunto. La novia, porque hoy vuelve a ser una novia a ojos de Juan, tiene una energía centrifugadora, camina ágil e incluso el día antes de la entrevista estuvo nadando unos largos en casa de un hijo. Porque el matrimonio tiene dos vástagos vivos, de 64 y 52 años, que son su orgullo, y un hijo perdido hace cuatro, a los 70, cuyo recuerdo humedece aún sus ojos como el gran golpe de su vida. Tal vez esa sea la única nota negra de su trayectoria, haber sobrevivido a un hijo, coinciden.

Pero mucho antes que el huevo (y de los cuatro nietos y tres bisnietos) hubo la gallina. O sea, el amor. Era un 2 de febrero de 1935 -ella con 16, él con 18-, cuando sus grupos de amigos coincidieron en un baile de sardanas en la Ciutadella.«A mí enseguida me gustó Juan, pero él se fijó en mí más tarde», rememora Luisa, con todo lujo de detalles. Hubo otra cita colectiva, esta vez en un balandro, donde la joven se mareó y el entonces galán -«tenía un montón de chavalas detrás», tercia picarón, y su foto de la época lo avala- la asistió. Ese escatológico vómito acercó posiciones, pero las tres amigas se fijaron en él, y hubo que esperar una tercera ocasión, un baile, para que la llama prendiera.

Guerra y reencuentro

Lo que podía haber sido una historia de amor más convencional tropezó entonces con una barrera que no sabe de afectos.«Me libré del servicio militar, pero cuando empezó la guerra tuve que ir», prosigue Juan, que estudiaba bachillerato y música.«Aquello lo cortó todo...»Vendrían entonces cuatro años de penurias que marcarían, sin embargo, tanto su unión como su supervivencia. El jovencísimo novio estuvo en los frentes de Granada y Teruel, hizo luego oposiciones en la escuela militar de Cartagena, se hizo teniente de navío de la República y volvió a bordo de un destructor a Barcelona. Todavía le quedaba vivir la guerra en toda su crudeza en el Ebro, pasar el paludismo, luchar en el Segre y, por fin, caer prisionero de los italianos. Para entonces la suerte ya había salvado a Juan varias veces, pero llegó la guinda: un obús mató a siete militares mientras él salió volando por los aires ileso. Nunca sufrió un rasguño. Más tarde le entregaron a la Guardia Civil y llegó a pie desde Lleida a Logroño. Meses de prisión viendo«morir de hambre y miseria»a compañeros y, por fin, la libertad condicional tras un consejo de guerra.

Pero la libertad tuvo un precio. Considerado como«desafecto al régimen», Juan tuvo que vivir la posguerra con ese estigma que dificultaba conseguir cualquier empleo. En medio de la contienda, en un permiso, la pareja había tenido el ímpetu de casarse. Todas lasseñaleslos unían. Él llevaba en la cartera la foto de Luisa que ven en esta página. La perdió en una batalla y, de casualidad, volvió a dar con ella en un barrizal. Su imagen le acompañó en las noches más largas de su vida, incluso en un invierno a 21 bajo cero, cuando ni podía imaginar que le aguardaba una vida centenaria siempre compartida con su alma gemela.

De ese lapso, antes de una nueva separación, nació el primer hijo. Luisa tenía 20 años recién cumplidos y vivían en el Raval. Barcelona se reinventaba y con ella miles de jóvenes como Juan buscaban un futuro contando solo con sus manos y un pasado casi borrado.

Jubilación hiperactiva

Nuestro protagonista tuvo mil y un empleos, hasta se especializó en hacer lámparas como la que pende del techo de su salón. Finalmente acabaría su vida laboral en tareas de oficina en Cremalleras del Norte. Luisa no trabajó.«En aquella época las mujeres estábamos en casa», relata, pero se afianzó como el pilar del hogar que aún maneja con soltura. Los otros hijos llegaron con 12 y 10 años de distancia. El último cuando ella tenía 41 y pensaba que sufría una menopausia adelantada.«Fue el juguete de la casa». Y parece que sea ayer, pero el niño ya supera el medio siglo. Y la madre, que siempre lleva pantalones y aparenta varios lustros de menos, no pierde fuelle.«Sigo haciendo la compra, cocinando y organizando, y por las noches coso». Una señora les ayuda en la limpieza cada 15 días. Curiosamente, la guerra que casi les separa fue la que a posteriori les ha permitido una vejez intensa. Tras quedar finiquitado el régimen franquista, a Juan le correspondió una pensión como oficial de la República que les permitió dejar atrás estrecheces.

Y si para muchos la jubilación es un parón vital, para la pareja vino a ser como un muelle de propulsión. Viendo cómo se mueven ahora, háganse una idea de loflexque se encontraban ambos a los 65... Cada día se iban a desayunar a un sitio distinto, celebrando la vida. Tan en forma como para animarse a ver mundo, recorrer las capitales europeas, peinar España y hasta un último e intenso viaje a Rusia, cuando ella tenía 77. Entonces echaron el freno.

A estas alturas de la película, uno ya no resiste preguntar sobre la pócima de la longevidad. ¿Cómo se cuidan?«Comemos como siempre, de todo, los mismo salado que picantes», espeta ella, incapaz de dar más pistas que la genética. La bisabuela de él murió a los 117 años, y los hermanos con más de 85. La madre de ella se fue poco antes de cumplir los 100. Ambos no recuerdan haber pasado apenas ni resfriados. Pese a la edad, su hoja médica está impoluta. Él solo tiene algo de asma, y ella fuertes migrañas que combate con unas inyecciones poderosas, que hoy le impedirán brindar con cava. Juan posiblemente lo haga con vodka, su bebida favorita, aunque«nunca»se haya emborrachado, puntualiza.

Otro ingrediente aparece rápidamente como combustible orgánico, el amor. Sin recrearse en la ñoñería, la pareja confiesa haberse querido mucho, con devoción y respeto.«Hemos discutido como todos, pero nunca para separarnos. No me ha engañado jamás, suelta ella convencida.«O eso creo», ríe. Y no solo hablan de romance, también de vínculos. Ella tuvo cuatro hermanas muy unidas, él era la alegría de las celebraciones familiares y toda la Rambla lo conocía cuando tocaba la trompeta por Fin de Año. El buen rollo debe prolongar la vida, porque la pareja siempre ha sido vital e hiperactiva. Ambos eran buenos nadadores, practicantes regulares hasta hace tres años.«Yo le enseñé a ella, como en Escuela de sirenas», explica sonriente. También se han volcado en sus relaciones sociales.«Hemos tenido muchos amigos, pero ya todos se han muerto», dice la anciana con tristeza.«Eso es lo más duro de llegar a ser tan viejo, ir viendo morir a tu familia y a la gente que más quieres. Pero me he quedado solo y aguanto», apostilla el esposo.«No nos queda ni un amigo vivo», meditan. Y Luisa zanja emocionada que en la vida«todo se supera menos la muerte de un hijo».

Celebración sonada

Por fortuna, son muchos más. Están sus otros dos hijos, nietos y bisnietos. Y sobrinos como José Luis, que estos días vive volcado en festejar a lo grande las bodas de platino, con varias sorpresas incluidas que se desvelarán en una comida familiar en La Fonda del Port Olímpic. Cuando celebraron las bodas de oro el asunto se limitó a una velada más íntima porque acababa de fallecer la madre de ella. Esta vez será toda una inyección energética para Juan, que en los últimos meses sale menos de casa y comparte más momentos con su sofá, su trono. El suyo, es un hogar con solera, vivido, luminoso, un nido al que se asomaron cuando juntaron las 23.000 pesetas que costaba el traspaso del piso, explica ella, y que ha sido testimonio de estas vidas kilométricas. La pareja ya se siente de Gràcia y allí espera acabar sus días.

¿Cómo encaran esa recta final?«Pienso en la muerte con tranquilidad, como el final natural de la vida», razona Luisa. El marido replica«¡qué remedio!», menos convencido.«Lo que sí quisiera es no padecer para morir», barrunta la dama. Y Juan solo pide que no le falte ella...«Somos como uno solo, si falta uno el que quede durará poco», sentencia. Y quién sabe si se encontrarán en otras vidas. Las señales siguen apareciendo aquí y allá. Los dos guardan un retrato en sepia de ellos siendo muy niños y hace poco descubrieron por casualidad que ambas imágenes fueron tomadas en el mismo estudio de la calle del Carme. Tal vez ya entonces se cruzaron sin saberlo.

Pero hoy no es un día de melancolía, ni de puntos finales, sino de fiesta grande. Juan y Luisa, dos mitades, cumplen 75 años juntos y revueltos, con mil arrugas más, con menos pelo, con menos fuerza, con menos pilas... Pero con el mismo amor que aquel lejano verano del 37 donde empezó su eternidad. Y él le jura que resistirá como mínimo hasta los 100, y ella está dispuesta a seguirlo. ¡Viva los novios!