El triunfo del Neolítico

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ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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Hace unos 12.000 años, una vez concluidos los rigores de la última glaciación, los pueblos cazadores-recolectores de aquel entonces inician en el llamado Creciente Fértil, desde el valle del Nilo hasta Mesopotamia, y un poco más tarde en China y en la India, una transformación gradual pero muy profunda que los llevará a dejar la vida nómada basada en la caza y la recolección de productos silvestres para pasar a depender de la agricultura y la ganadería. Es lo que se conoce como la Revolución Neolítica. No tardaría mucho en llegar a las costas del Mediterráneo occidental.  

"El Neolítico tuvo una expansión muy rápida", comenta Miquel Molist, catedrático de Prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y uno de los dos comisarios de la exposición 'Primers pagesos BCN'. "Las evidencias más antiguas de plantas cultivadas en Oriente Próximo son de 9.100-8.700 años antes de Cristo, mientras que los primeros restos documentados en la península Ibérica son de 5.600 a. C.", explica. Y más rápida fue aún la llegada de la cerámica: en apenas un milenio y medio. 

La domesticación de los cereales, las legumbres y otras plantas silvestres favoreció el crecimiento demográfico e impulsó el desarrollo de las tecnologías necesarias para la agricultura, como la azada y el arado, y para la conservación de alimentos en los momentos de escasez, como la cerámica y la cestería. También la construcción de casas de adobe. Así surgen los primeros asentamientos estables de unas ciertas dimensiones, como Çatalhöyük en Anatolia o Jericó en Palestina. Asimismo, se domestican las ovejas, las cabras, los dromedarios, los patos o las palomas. Finalmente surge la especialización en el trabajo y el intercambio de productos, es decir, el comercio. Con la difusión de estos conocimientos, el mundo cambiaría para siempre.

MIGRACIÓN Y CULTURIZACIÓN

El Neolítico llega a Europa de la mano de las primeras emigraciones humanas desde el Creciente Fértil, aunque no está claro si fueron muy nutridas o el proceso fue ante todo una culturización, es decir, las comunidades locales aprendían las nuevos conocimientos venidos desde Asia. Esta es una de las claves que las modernas técnicas de análisis genético, que permiten determinar características imposibles de apreciar con un esqueleto, como el color de la piel o de los ojos, parecen destinadas a dilucidar.

Las evidencias arqueológicas sugieren que la cultura neolítica atraviesa el mar Egeo desde Anatolia, dice Molist, lo que presupone un dominio de la navegación. "Más que trayectos en mares profundos, muy posiblemente eran sencillas canoas que pasaban entre isla e isla", prosigue. El Neolítico llega muy pronto a Chipre, por ejemplo, donde no hay restos de una ocupación humana anterior.

A partir de entonces, siguiendo las costas y remontando el valle del Danubio, el Neolítico se extiende por Europa meridional y central. "Hay elementos que no existían aquí y son indudablemente importados desde Oriente Próximo, como el trigo, las leguminosas, las ovejas y las cabras", afirma Molist. La ruta por la costa debió de pasar por la actual Croacia, llega luego a la península itálica y "sigue avanzando mediante pequeños cabotajes por la costa". Finalmente se alcanza a Marsella y penetra en Iberia.

Los pueblos neolíticos que siguen la ruta costera mediterránea desarrollan su propia tradición cultural, la llamada cerámica cardial, caracterizada por una decoración realizada con los bordes de las conchas de las almejas. Los yacimientos neolíticos más antiguos de la península Ibérica se han datado en torno al 5.500 a. C., entre ellos la llamada Cova de l'Or de Beniarrés (Alicante), la Cueva de los Murciélagos de Albuñol (Granada) o La Draga de Banyoles.

Según un reciente estudio encabezado por Carles Lalueza-Fox e Iñigo Olalde, investigadores del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona (CSIC-UPF), los pueblos neolíticos que llegaron a la península Ibérica eran más esbeltos que los fornidos habitantes locales, herederos de migraciones paleolíticas muy anteriores. Tenían también la piel más clara y los ojos marrones (no azules).

Los investigadores han llegado a estas conclusiones tras secuenciar el genoma de una mujer neolítica a partir de un diente de hace 7.400 años localizado en la Cova Bonica, en Vallirana, y compararlo luego con un estudio similar realizado con un varón de época similar localizado en La Breña (León). "El ADN nos está aportando una información de un valor incalculable", concluye Molist.