LA TRANSFORMACIÓN DEL TEJIDO URBANO

Sangría comercial

El Indio, en la calle del Carme, con su portal modernista, obra de Vilaró y Valls.

El Indio, en la calle del Carme, con su portal modernista, obra de Vilaró y Valls.

CARLES COLS / BARCELONA

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El funeral continúa. Tres tiendas del centro de Barcelona, dos centenarias y la tercera a cuatro años de cumplir un siglo, han anunciado esta semana a sus clientes que no verán nacer el año 2015. Londres tuvo la Luftwaffe. Barcelona, la ley de arrendamientos urbanos de 1994, que aunque de nombre menos épico está teniendo una capacidad destructiva inimaginada cuando se concibió. Cerrará alrededor de Navidad la anciana camisería Deulofeu de la plaza de Sant Jaume, fundada en 1918. En la Rambla de Canaletes acaba de colgar hace dos días el cartel de liquidación por cierre Musical Emporium, fundada hace 114 años, una tienda de recomendable visita se sea o no melómano. El Indio, en el número 24 de la calle del Carme, anuncia que cierra por jubilación, pero la causa, en verdad, es la misma, que expira el plazo máximo que aquella ley concedió para extinguir los contratos de renta antigua.

Extinguir es una palabra perfecta para la ocasión. Barcelona se enfrenta a la desaparición inmediata de varias decenas de tiendas icónicas que no pueden afrontar la actualización de sus viejos alquileres, como era el propósito inicial de la ley, porque lo entonces imprevisible fue que el centro de la ciudad estaría hoy en mitad de una perfecta tormenta comercial, en la que el público tradicional, el local, ha sido desplazado por el turista, de modo que los arrendamientos se deciden ahora en función de quién es el mejor postor.

Ramon Oliveras Deulofeu, nieto de uno de los dos fundadores de la camisería de la plaza de Sant Jaume, se ha beneficiado estos últimos años, es cierto, del auge turístico de la ciudad. Si por culpa de la crisis y de la parquetematización del centro ha perdido clientes de toda la vida, efectivamente ha mantenido las ventas gracias a los visitantes extranjeros. Pero asegura que el aumento del alquiler que le exige el dueño de la finca (habría que multiplicar por más de tres la renta actual) hace inviable la supervivencia del negocio. Lo más interesante de una charla con él, no obstante, es lo que le dicen algunos de los turistas que compran en su tienda. «En nuestros países ya no hay establecimientos así». Eso le explican. Oliveras Deulofeu pronostica que lo que le viene encima a la ciudad, como ya se intuye desde hace un tiempo, es tremendo. «Aquí solo habrá tiendas de low cost y algunas tiendas de lujo. Nada más». No en vano, tal vez este será el paisaje comercial más adecuado para una ciudad en la que, estadísticas en mano, la clase media tiende a menguar y se abre un abismo entre una minúscula élite pudiente y una mayoría del padrón que llega a fin de mes más o menos como puede.

Mejor postor

El cierre de Deulofeu será una lástima, como lo fue la desaparición en Venecia de la Camisería San Marco, pero en términos de extinción puede que sea más grave la clausura de Musical Emporium. Cuesta imaginar que sucederá con esa ley del mejor postor en un local tan bien situado, frente a la más famosa de las fuentes de la ciudad, y especialmente qué destino le aguarda a esos estantes en los que Lluís Castelló, el dueño actual, atesora miles de partituras. En Barcelona solo hay otra tienda igual, Beethoven, también en la Rambla, afortunadamente en su caso en los bajos de un edificio de propiedad municipal. Castelló ha colgado el cartel de liquidación y ha puesto incluso a la venta la mayoría de los instrumentos que hasta ahora solo estaban en exhibición, piezas procedentes de los cinco continentes de las que, por las prisas, cuelga ahora un cartel con un precio inferior al que en realidad valen. «Aquí, frente a la tienda, tenemos una de esas placas que nos distingue como una tienda especial, y ya ve, para nada», se queja Castelló. De hecho, Emporium forma parte de esa relación de establecimientos emblemáticos que con mucha pompa dio a conocer meses atrás el Ayuntamiento de Barcelona y que, supuestamente, iba a atajar la hemorragia de cierres y que a la hora de la verdad ha tenido una efectividad homeopática. La decepción de los afectados con el papel representado por el Ayuntamiento en esta auca podría medirse por el calado de los improperios impublicables que le dedican a los responsables municipales.

En esa inútil lista está también El Indio, una joya modernista de la calle del Carme. «A mí, la ley Boyer ya me echó de casa cuando murió mi madre y ahora me obliga a cerrar la tienda», explica Víctor Riera, dueño actual del negocio. Estos almacenes fueron fundados en 1870. Son parte de la historia de la ciudad. No sobrevivirán al 2014.

Esta semana, en resumen, tres conocidas tiendas han anunciado su adiós. La herida aún sangra. Habrá más despedidas. Seguro.