Tras Sant Antoni, ¿Pi i Margall?

La anunciada reforma de esta deliciosa reserva de la vida vecinal invita a, como mínimo, cruzar los dedos

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CARLES COLS / BARCELONA

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El mariscal Helmuth von Moltke, que fue algo así como el Sun Tzu prusiano, dejó una herencia de sabios consejos fruto de su dilatada trayectoria militar, en la que no figura ninguna derrota en el campo de batalla. "Los planes políticos raramente sobreviven al primer contacto con el enemigo". Es una de sus muchas lecciones, un buen lema para ir de visita a Pi i Margall, una calle urbanísticamente que ni fu ni fa, como muy ochentera aún, pero que de repente, ¡oh sorpresa!, atesora un bien cada vez más en retroceso en Barcelona, vida de barrio y una policromía comercial estupenda, sana como una manzana, vamos, sin tiendas de alquiler de bicicletas para el 'one day tour' y sin gastrobares de tatakis de atún con crema de guacamole para la hora del almuerzo sí o sí. La visita tiene su razón de ser. Tras un unas semanas de consultas con los vecinos, el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido que dentro de un año comenzarán las obras para convertir Pi i Margall en un bulevar, desde luego una bienintencionada iniciativa, pero, ¡ay!, también la reforma de Sant Antoni comenzó como un plan político amable y meditado y parece que no ha sobrevivido al primer contacto con el enemigo.

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Vayan, vayan antes de que sea tarde o, como defiende la Royal Society of London en su lema de cabecera, ‘nullius in verba’, hay que verlo, sin intermediarios. Primero. No hay bajos comerciales cerrados. Uno entre decenas abiertos, tal vez. El resto es como un retrato fósil de lo que un día fue la mayor parte de Barcelona, un ecosistema equilibrado. Hay ahí, en esa espaciosa diagonal que enlaza las plazas de Joanic y Alfons X, una papelería bien surtida, una bodega como manda el canon, el bar Candela, que se merece un aplauso, una juguetería, farmacia, por supuesto, el informático del barrio, tienda de artículos para mascotas, el súper, colmados minoristas, artículos para el hogar… También hay un mercado municipal, L’Estrella, feo, sí, pero que se hace querer, aunque solo sea porque enlaza con la adyacente calle del Secretari Coloma, otro microcosmos lleno de vida.

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El proyecto municipal aún no está totalmente definido. Hay tres opciones sobre la mesa, la sota, caballo y rey de este tipo de reformas. Es una calle suficientemente ancha y con tráfico tan residual que la duda principal es esencialmente si ampliar aceras o colocar una rambla verde central. La llegada del carril bici ni se discute. Los pasos de peatones aumentarán. También la arboleda, lo más indispensable, sin duda. Será una operación ‘blitzkrieg’, un año como mucho de obras y basta. Nada de abrir una gran zanja para un aparcamiento subterráneo, primero porque por ahí transita el metro y, segundo, porque el anterior gobierno municipal privatizó la gestión de los párkings más rentables de la ciudad como si el rey Midas malvendiera su dedo en Wallapop y, con ello, se cortó una vía de financiación garantizada para este tipo de obras. Pero esa es otra historia. Lo que viene al caso es hacer de Casandra y pronosticar que será esta calle tras la pretendida reforma, es decir, meter la predicción en una cápsula del tiempo y rescatarla, por ejemplo, dentro de 10 años.

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Mapa en mano, Pi i Margall está a cinco minutos del corazón de Gràcia, 10 de la Sagrada Família y 15 del parque Güell, pero lo sustancial es que a su manera es el vórtice del tránsito de turistas de un punto a otro, una turbulencia que a veces da para anécdotas deliciosas, como esa pareja que el pasado fin de semana paró a una vecina del barrio, en la esquina de Travessera de Gràcia con Lepant, para preguntarle si faltaba mucho para el parque Güell. Iban empujando a una señora en silla de ruedas. Aunque cierta, la anécdota hay tenerla presente por su carácter más simbólico: el turismo es capaz de desafiar hasta las leyes de la gravedad.

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Las obras de Pi i Margall está previsto que comiencen en julio del 2018. Queda pues un año para disfrutar de lo que un día fue común en Barcelona, la vida vecinal. ¿Y después, qué? El 3 de julio de 1866, la jornada en que dio comienzo la batalla de Sadowa, que se estudia en las escuelas alemanas como la de las Navas de Tolosa en España, el mariscal Moltke estaba plácidamente sentado en un sillón leyendo un libro. Uno de sus ayudantes entró y, claro, se sorprendió. Moltke le respondió. "Todo cuanto podía hacerse ya se ha hecho. Ahora no queda más que esperar".