HISTORIAS DE MERCADILLO

Toda una vida de carretera y venta

Carles Quintana y su mujer despachan ropa de hogar desde Barcelona hasta Tordera y Segur cada semana

Sant Cosme 8 Carles Quintana, en su puesto de ropa de hogar, el pasado jueves.

Sant Cosme 8 Carles Quintana, en su puesto de ropa de hogar, el pasado jueves.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Carretera y venta, literalmente. Así han transcurrido los últimos 35 años para este marchante accidental, que un día dejó su trabajo en el sector de las antigüedades y se pasó al de los mercadillos, alentado por su suegro. Desde entonces, muchos miles de kilómetros y toneladas de ropa del hogar despachadas a lo largo y ancho de Catalunya. En la actualidad, su jornada empieza los miércoles en el de la Verneda, en el distrito de Sant Martí, y prosigue los jueves en el de Sant Cosme (El Prat), los viernes en Segur de Calafell, los sábados en Riells i Viabrea y los domingos en Tordera. El descanso del guerrero llega los lunes y martes, cuando disfruta de su casa del Montseny, si no tiene que ir a reponer género muy lejos.

A sus 63 años, empieza a pensar en la jubilación, porque levantarse a las seis, coger la furgoneta y montar el chiringuito, siempre mirando al cielo, desgasta. Y más cuando la venta baja, porque la capacidad adquisitiva de su público ha caído, se queja, y porque ahora hay tiendas hasta en la sopa. Qué lejos quedan aquellos años en que la gente cogía el coche y se lanzaba en busca de mercadillos, cuando las grandes cadenas de distribución eran ciencia ficción, rememora.

La carretera (donde ha llegado a sumar mil kilómetros semanales) le ha dado disgustos, como un accidente que causó heridas graves a su mujer, pero también le ha permitido labrarse un patrimonio. Ahora, cuesta hasta mantenerlo, entre la crisis y la guerra de precios de género importado. «Cada vez hay menos fábricas y peor calidad», aunque él no deja de buscar aquí y allá para marcar la diferencia con la invasión de género asiático.

«Es un trabajo solitario, y a veces duro», de defender el espacio ante el competidor, pero también de amigos para siempre. Y hasta con algún cliente infartado y reanimado sobre su mesa.