BARCELONEANDO
Tiempo de retales
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO / BARCELONA
Dicen que por aquí las primeras rebajas como tales se celebraron el 2 de enero de 1940 por obra y gracia de Pepín Fernández, un empresario asturiano que se inventó la “venta post-balance” en Sederías Carretas, el establecimiento que había abierto en Madrid como antecesor de lo que serían después Galerías Preciados. En la España de la autarquía, desgarrada por la guerra, y con Europa embarcada en otra tanto o más cruenta, lo que el señor Pepín rebajaba eran metros de tela para que sastres, modistas y amas de casa hicieran lo que pudieran. Un abrigo de paño costaba entonces cien pesetas; o sea, un riñón con sabañones.
Había que pegar rodilleras y coderas, correr botones —hacia adentro, claro—, zurcir calcetines, apedazar sábanas y descoser dobladillos sucesivos; sin Zara ni Primark, los bajos del pantalón delataban el crecimiento de los niños igual que los árboles dibujan círculos concéntricos en el tronco.
La subsistencia del remiendo perduró en un tiempo en que, después de todo, la moda tampoco cambiaba tanto. Así, durante las rebajas de enero de 1965, los Almacenes Capitol de la calle Pelai anunciaban “trozos, retales y finales de pieza” de los mejores tejidos, mientras El Dique Flotante, en paseo de Gràcia, ofrecía una gran liquidación de trozos de seda, lana y algodón.
De hecho, el concepto de rebajas clásico, como fenómeno de masas, con su publicidad, su vocabulario (liquidación total, chollo, quema de restos) y su liturgia (el mogollón, la poli apostada a la entrada, el jersey disputado a tirones), es cosa de los años 60, los del despegue-milagro económico, y de los grandes almacenes, sobre todo desde la inauguración de El Corte Inglés de plaza Catalunya, en 1962, y su pique con Galerías Preciados; aquí, Can Jorba.
Allí estaba María Elba, en ese mundillo de gangas yeyés con el precio rotulado con números grandotes, en concreto en los Almacenes El Siglo, situados también en Pelai, en el edificio con la cúpula de vidrio y hierro que ahora ocupa C&A, y luego en Jorba Preciados. Una vendedora digamos especial, una artista. Gemma Tramullas ya la entrevistó en la contraportada hace un par de años, y habrá que regresar a ella más veces por el magnífico arsenal de fotografías que atesora sobre la historia de Barcelona.
Recién llegada de Valencia de Ventoso, en Badajoz, María Elba entró a trabajar en El Siglo con 16 añitos. El encargado les daba una hora para el almuerzo de fiambrera, de la que ella empleaba media con su cámara de fotos: mientras otras compañeras charlaban, leían o hacían ganchillo, ella las retrataba en silencio hilando un tesoro de la vida pequeña; el colega Carles Cols la definió con mucho acierto como la Vivian Maier catalana, la niñera fotógrafa norteamericana cuyos negativos aparecieron de chiripa en el almacén de un subastero. También un milagro salvó a los carretes de María de la basura.
Sentada en su estudio, en el Paral.lel, la fotógrafa y pintora recuerda sobre todo las jornadas extenuantes durante el tiempo de rebajas, una paliza que al menos les compensaban con el pago de horas extra: “Algunas noches plegábamos a las 12 o a la una y mi padre tenía que bajar a buscarme porque entonces vivíamos por Travessera de Gràcia”. Como había que hacer caja y recoger lo que los clientes habían revuelto, se prolongaban los horarios habituales, y no estaba bien visto que una jovencita anduviese sola por la calle a esas horas.
"NO TUVE JUVENTUD"
“No tuve juventud”, dice María, que estudiaba fotografía y luego arte en la Massana al terminar el turno durante los 14 años duró su experiencia como dependienta. Luego, voló. Recuerda con cariño a sus compañeras de El Siglo y Jorba, con quienes mantiene contacto a través de un grupo de Facebook formado a raíz de la exposición de sus fotografías, hace siete años, en el Pati Llimona.
¿Las rebajas de ahora? Ni las conoce ni le interesan. “La gente comenta que lo ponen todo muy bien de precio, pero yo no puedo ir por muy barato que esté”. Vive de la pensión, sin gastar y reutilizando. “Si veo un tornillo por la calle, yo lo cojo porque igual…”. Los artistas saben reciclar, dice.
De entre su archivo de imágenes, sale de repente una foto donde se lee “quincena de la camisa”, y María recuerda que sí, que a veces se hacían promociones de ese tipo, pero que lo suyo eran las rebajas canónicas, las de enero y las de verano. Ahora, en cambio, vivimos en el outlet permanente, en un eterno fin de temporada sin saber hacia dónde va la nueva.
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