El tiempo esculpido a navaja
Benito Utande sigue en activo a los 81 años en su peluquería Unión del Poble Sec
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO / BARCELONA
Antes de antes, los hombres iban muy requetepeinados y olían a una mezcla de madera, hierbas del campo y mentol. Mejunjes perfumados que se llamaban Floïd, Varón Dandy, Aqua Velva o César Imperator. Efluvios de otra época, masajes para después del afeitado con cuyos frascos inicia la jornada laboral Benito Utande Utande (Torrecilla del Ducado, Guadalajara, 1935). “Mis padres eran primos, pero yo siempre digo en broma que, como éramos tan pobres, con un solo apellido nos bastaba”, se ríe.
Cumple en marzo los 82 años, sigue en activo y no tiene intención alguna de jubilarse. Suele llegar a las seis y media de la mañana a su negocio, la peluquería Unión, y lo primero que hace es afeitarse a navaja y, a continuación, descabalga todas las lociones de las baldas, las abrillanta, repasa los estantes y repone los envases en su sitio. Solo cuando la barbería está como un jaspe y la corbata ajustada en el cuello, abre la persiana a un nuevo día en el Poble Sec.
El local permanece tal cual lo inauguró hace medio siglo en el número 23 de la calle Vallhonrat, que entonces, dice, parecía Pelai por el bullebulle comercial. Idénticos los espejos, los sillones de cuero, el lavacabezas y el escaparate de vidrio esmerilado con las letras que dicen: “Esculpido a navaja”. Pocos establecimientos en Barcelona realizan ya esa artesanía de desfilar el cabello jugando con los volúmenes y el trazo de la cuchilla.
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El visitante no sabría con qué quedarse, si con la atmósfera intacta del local o bien la sonrisa y la conversación impagables.
- Yo hice la mili en la Academia General Militar de Zaragoza.
- ¿Ah, sí?
- Sí, y coincidí allí con el Rey, que estaba de cadete. Pero no con el de ahora, eh. Fue con el padre.
- ¡No me diga que peló al Rey!
- No. Al Rey lo pelaba el jefe en su habitación. Él tenía un cuarto aparte.
Pienso, pero callo, en el monarca emérito, en Bárbara Rey y en los pretendidos silencios comprados con el fondo de reptiles; de aquellos polvos, los lodos que vienen solapándose. La cuestión es que el amigo Utande no cogió un cetme en su vida, sino solo la tijera y con el pulso todavía de un francotirador. ¿Algún corte con la navaja barbera? Tan solo dos en toda una vida y por culpa de los clientes, por moverse o roncar, pero nada que no cauterizara al segundo el sulfato de alúmina, una piedra con forma de supositorio. El cortasangre de los barberos.
- ¿Quieres que te enseñe las fotos de mi casa en el pueblo?
- ¡Claro!
- Qué bonita… ¿Está abandonada Torrecilla?
- No. No es un pueblo abandonado, sino desocupado —corrige Benito con mucho tino.
Pienso, pero callo, en el libro de Sergio del Molino La España vacía, en la diáspora que desangró la geografía rural.
Llevamos un buen rato charla que te charla y no ha entrado un alma en la pelu. Aunque mantiene unos precios muy ajustados, el maestro ha visto reducida su clientela en un 50% en los últimos años. Ay, la competencia de las pelus chinas y pakis… “Ya solo vienen los antiguos”, dice. ¿Y los hípsters, esos chicos con la barba de ayatolá? ¿No vienen? Y así, por causalidad, aflora la anécdota de un moderno que ha colgado en Instagram un vídeo de Benito cortando el pelo con fuego. ¿Qué?, ¿con fuego? Sí, sí, con la llama de una velita parecida a las del cumpleaños.
CON CATANA Y SOPLETE
Un peluquero madrileño llamado Francisco Olmedo presume de cortar el pelo con catana y soplete, pero resulta que esta supuesta modernez, la del fuego al menos, es más vieja que la tos. “Ya lo hacíamos en tiempos, antes de que llegara la moda de los melenudos”, dice Benito. Al parecer, la técnica del churruscado regenera el cabello y sella las puntas.
{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Aunque parezca el \u00faltimo grito,\u00a0","text":"cortar el pelo con fuego es m\u00e1s viejo que las andanzas de Matusal\u00e9n"}}
Y en estas, la providencia quiere que entre por la puerta un cliente de los antiguos, Toni, un profesor que vive fuera de la ciudad pero que acude todavía a la peluquería Unión. Empezó a los 8 años y ya cuenta 58. Toni se presta amablemente al experimento, no solo porque tiene una buena mata de pelo, sino también porque el maestro inspira mucha confianza.
La verdad, el corte al fuego tendría su aquel si no fuera porque deja en el aire el mismo olor que una pata de pollo socarrada y dispuesta para el caldo. Será por eso que Toni rumia: “Cuando mi mujer me pregunte de dónde vengo, ¿qué le digo?”.
Aquí huele a chamusquina.
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