La suciedad arruina la pesca frente a Badalona
Allí donde los pescadores de Badalona esperan sacar lenguados, langostinos, sepias, algún bonito y vieiras, vamos, una zarzuela estupenda, las redes salen en realidad tan llenas a rebosar de porquería que ni siquiera merece la pena entretenerse después en recuperarlas. "Perdemos así kilómetros de redes, en coste, tal vez unos 6.000 euros anuales, y no está la economía familiar para estos sustos", explica José Costa, uno de los afectados. Eso sucede a solo unos 300 metros de la playa. En verano, un simple levante puede arrastrar todos esos residuos ocasionalmente hasta la arena y entonces los sufren los bañistas, saltan las alarmas municipales y se suceden las quejas de una Administración a otra, pero si se va de pesca, esto es muy cotidiano. ¿Por qué?
El problema, en verdad, no es exclusivamente de Badalona. La pesca de preservativos, pañuelos y, sobre todo, de esas toallitas húmedas de higiene personal que tan de moda se han puesto estos últimos años y que irresponsablemente se tiran al inodoro abarca una franja que va de Montgat hasta las playas de Barcelona, pero los pescadores de Badalona se han puesto al frente de la protesta porque han tenido la picardía de grabar con el teléfono la recogida de las redes y después han utilizado las otras redes, las sociales, como altavoz. Bingo. Son imágenes repugnantes, o sea, eficaces.
EL ANTES Y EL DESPUÉS
La siguiente parada del relato es saber qué hacen ante una situación como esta. Pues buscan otro lugar de pesca. «Frente a la desembocadura del Llobregat, por ejemplo, el agua está cristalina». Esa deliciosa llengueta que estas semanas aún es posible comprar en las pescaderías de la ciudad las capturan las embarcaciones no frente a la costa de El Prat, sino casi directamente dentro del río. La transformación del Llobregat de cloaca a río sanísimo, el antes y el después, ha sido sorprendente, muy cara en partidas presupuestarias, pero eficaz.
También en el Besòs el cambio ha sido pasar de la noche al día. Solo la modernización de aquella infame depuradora puesta en marcha en 1977 se llevó en el 2005 más de 43 millones de euros. Pero como en las cordadas alpinistas, parece que la expedición se ha quedado a escasos metros de la cima. ¿Por qué?
Los técnicos de Agbar y del Àrea Metropolitana coinciden en señalar como culpable del problema a una obra de ingeniería que no siempre se merece el nombre que le pusieron, el interceptor. Esto es una galería subterránea que discurre en paralelo a la costa del Maresme y que conduce las aguas residuales hasta la depuradora del Besòs. El problema es que en episodios de lluvia está previsto que esa instalación se desborde y parte de su contenido vaya directamente al mar, puesto que la depuradora, a pesar de su enorme capacidad de trabajo (11.000 litros de aguas residuales por segundo) no podría asumir ese trabajo extra.
"El tratamiento de las aguas pluviales es un lujo que por el momento solo se han permitido países como Alemania y Francia", explica un responsable de Agbar. La legislación española no obliga a depurar esas aguas, y probablemente menos ahora que las cuentas públicas no están para sobresaltos. Hay una solución más económica -advierten las fuentes consultadas-, pero parece que no fácil. Los vecinos del área metropolitana deberían comprender que igual que separan los residuos domésticos entre orgánicos, plásticos, papel, cristal, pilas y etcétera, deberían dejar de utilizar el retrete como un contenedor más. Al parecer, el problema de las toallitas húmedas, aparentemente tan inofensivas ellas, va camino de convertirse en una enfermedad medioambiental gigantesca.
Los principales damnificados son los pescadores y, tirando del hilo, los consumidores, porque como explica Costa, como el pescado mediterráneo, ninguno. Será porque es un mar más salado, como dice él, o por cualquier otra razón, pero lo cierto es que para echar las redes con garantías no vale cualquier punto del litoral.
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En 'Supervivientes: Tierra de Nadie'