EL FUTURO DE UN ENCLAVE DEL EIXAMPLE

A la sombra de la Modelo

Las gemelas Montserrat y Sonia Varela, en el mostrador de su farmacia.

Las gemelas Montserrat y Sonia Varela, en el mostrador de su farmacia.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Dentro de la Modelo ha pasado de todo. Se han producido motines, fugas, asesinatos, ejecuciones, incendios. Por ahí han desfilado presidentes de la Generalitat, empresarios venidos a menos, delincuentes de película, periodistas cojoneros, artistas, ilustres revolucionarios. Casi 111 años de tropelías que son a la vez el reflejo de la historia y la sociedad de un país. Ahora, tras más de medio siglo de promesas, parece que la prisión por fin abandonará el centro de la ciudad para instalarse en la Zona Franca. Un buen momento para conocer de primera mano cómo ha sido y cómo es vivir o trabajar a la sombra de la cárcel más peculiar de España, en el entorno inmediato, las cuatro líneas de fachadas. Entença, Nicaragua, Rosselló y Provença.

La corteza de la Modelo tuvo una agitada vida de barrio hasta mediados de los años 80, cuando se prohibió entrar alimentos y paquetes en la prisión. Montserrat Roma recuerda a dos mujeres sentadas en su charcutería, en la esquina de Rosselló con Entença. Quitaban el papelito de la magdalena y dentro metían cosas. Supone que hacían lo mismo con los embutidos artesanos que ella y su marido preparaban. Eran los tiempos del Torete y el Vaquilla, "cuando se lanzaban unos dardos al patio de la cárcel que al descender abrían un pequeño paracaídas". Luego supo que ahí dentro se metía droga. El centro penitenciario era entonces la continuación del dramático consumo que también acechaba las calles. Montse había vivido toda su vida en Sarrià y Pedralbes, así que, por muy enamorada que estuviera de su marido, venirse al Eixample Esquerra hace 35 años fue "muy duro". No se arrepiente; nunca lo ha hecho. Es más, asegura que la prisión "jamás" le ha molestado.

Cuando había vida

En una ocasión, mientras despachaba a una clienta, vio cómo fuera se abría la tapa de una alcantarilla. Empezaron a salir presos, corriendo como si no hubiera mañana. La persona a la que atendía era la madre de Albert y Sílvia Ribera, cuarta generación de la panadería homónima que alimenta a la zona desde 1932. Añaden a la anécdota que un vigilante de la torreta disparó a un reo en la pierna. El resto, logró escapar. No saben si les dieron caza. Tampoco ellos se arrepienten de haber trabajado y vivido aquí toda la vida. Y como Montserrat, no han tenido sensación de inseguridad, más bien todo lo contrario.

Sí echan de menos esas década de frenética actividad, de microbarrio. "Había muchísima vida, y ahora está triste, desolado", suspira Monsterrat, que sonríe cuando explica que los días que juega el Barça "se escuchan los gritos de los presos". Tenían pescadería, carnicería, peluquería, verdulería, pollería, colmado, pastelería, churrería, panadería, un montón de bares. Recuerdan las colas. Hoy sobreviven a lo sumo cuatro de esos comercios, pero no le echan la culpa solo a las férreas normas penitenciarias o a la llamativa y evidente decrepitud de la Modelo, que fue incrementando la seguridad a la vez que se multiplicaba su decadencia. Como el resto de Barcelona, han sufrido el golpe de las grandes superficies, de los supermercados.

Hubo un tiempo en el que el hombre que se encargaba del garrote vil, de aplicar la pena de muerte, compraba el pan en casa de los Ribera. Era de Burgos y mientras le envolvían la barra, le contaba al padre de Silvia y Albert a cuántos hombres debía ajusticiar ese día. "Le enseñó las herramientas de matar". Un domingo por la tarde, Montse se fijó en un hombre que parecía un técnico de Telefónica. Colocó una escalera en el muro de la Modelo. Hasta ahí todo bien. Al poco, un preso descendió e inició una carrera por Entença. Ella siguió cortando carne. Porque aquí, con los años, lo que para otros sería una imagen escandalosa, para los vecinos se convirtió en rutina.

Resulta gratificante desmentir lo que era una suposición: nadie habla de la cárcel desde el odio. Será porque ha formado parte de su vida, porque les permite acordarse de sus familiares. Albert y Silvia se cortan con frecuencia. Les encantan sus anécdotas. Sonríen. Y su padre y su abuelo aparecen constantemente en el relato. "La cárcel forma parte de nosotros porque hemos nacido aquí. Nos sabe mal que ahora este todo así, dejado. Antes esto era mucho más divertido, más bonito". "Ah, y una cosa -añade Albert-, la Guardia Civil imponía más que los Mossos".

Las gemelas Varela

Las gemelas Sonia y Montserrat Varela regentan una farmacia en Rosselló que da al único bloque de la prisión que se ha derribado y que en otoño debería ser un parque. Adquirieron el negocio en el 2000 no sin antes estudiar bien la zona. "Nos daba respeto». Al final se decidieron. Se benefician del metro que tienen a 50 metros. Poco más «porque esta es zona de paso". "Muchos clientes no se creen que sea una prisión". Una curiosidad para terminar: al igual que Montserrat, Silvia y Albert, estas gemelas nunca han entrado en la prisión.