Sexo y arquitectura, una expo para quedar exhausto

El CCCB inaugura un recorrido por la historia de la arquitectura lúbrica desde la Francia libertina hasta la actualidad

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Carles Cols

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París era en el siglo XVIII la capital más libertina de Europa. También, conforme avanzaba la centuria, era un caldero intelectual en el que despuntaban propuestas para edificar una nueva sociedad, como los falansterios de Fourier, por los que los estudiantes de secundaria actualmente pasan de puntillas en las clases de historia. Una lástima. Aquel licencioso siglo XVIII francés es el del real marqués de Sade y de los ficticios y no menos depravados vizconde de Valmont y marquesa de Merteuil y sus amistades peligrosas. Pero puestos a buscar una imagen icónica y menos común de aquella etapa, puede que nada mejor que el Oikema, la casa del placer que sobre plano concibió el arquitecto, urbanista y visionario Claude-Nicolas Ledoux. Si la planta de una iglesia es una cruz, la del edificio que proyectó Ledoux era, inequívocamente, un falo testiculado.

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Estos preliminares viene al caso porque el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) abre hasta el próximo 19 de marzo 1.000 metros cuadrados dedicados al deseo, bajo el título inequívoco de ‘Arquitectura y sexualidad’, un viaje en el tiempo desde los espacios concebidos expresamente para el goce antes y durante la revolución francesa hasta la actualidad, hasta los cines porno, los espacios burbuja de los años 60 que dieron pie a la psicodélica ‘Barbarella’, con Jane Fonda condenada a morir de una sobredosis de orgasmos, las habitaciones oscuras de las noches homosexuales de Barcelona, el sexo virtual y, sobre todo, porque merece un capítulo aparte, Playboy. La exposición del CCCB no es una sino varias expos primorosamente cosidas. Tanto es así que ‘Arquitectura y sexualidad’ no tiene una comisaria, sino dos, AdélaIde de Caters y Rosa Ferré, y además una batería de responsables de cada sección, entre las que merece una mención especial Beatriz Colomina, tal vez una de las mayores expertas del mundo en Playboy, profesora en Princeton que sostiene, con fundamento, que lo más importante de la revista que en 1953 fundó Hugh Hefner son los artículos de fondo. En resumen, una expo para quedar exhausto.

"LÚDICA, SERIA Y JUGUETONA"

Como director del centro cultural, Vicenç Villatoro explica que el CCCB aborda por primera vez el sexo como materia de debate y análisis “porque no se entiende la sociedad actual si no se habla también de sexo”. No es, queda todo el mundo avisado, una exposición destinada a la lubricidad. El único espacio vetado a los menores de 18 años es una recreación de un cine porno. El resto es un relato antítesis de los frívolo, profusamente documentado y denso, pero también, explica Villatoro, “lúdico, nada aburrido y juguetón”. Como ejemplo de ese último calificativo sirve a la perfección una réplica del orgón, un artilugio patentado en 1940 por el sexólogo austriaco, discípulo de Freud y víctima de la caza de brujas del macarthismo Wilhelm Reich.  Era (y es, porque el CCCB exhibe uno) una cabina, más pequeña que una telefónica, confeccionada con más de 20 capas de materiales orgánicos e inorgánicos y que, según Wilhem, mejoraba la salud, sobre todo la sexual. A cualquier fiel al cine de Woody Allen le recordará el orgasmatrón de ‘El dormilón’. Al CCCB, también. Por eso la pieza se acompaña de un video en bucle de esa divertida escena de la película.

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El relato de la exposición es, efectivamente, profundo, pero merecería incluso la pena solo por la gran cantidad de piezas originales cedidas por otros centros culturales, como el MoMA, la Bibliothèque Nationale de France, la Biblioteca Nacional de España, además de libros raros y grabados procedentes de colecciones particulares. Sorprende y da envidia lo que la gente puede tener en casa. Por ejemplo, ‘El triunfo del falo’, un conjunto de tres grabados cedidos por la enigmática Colección Mony Vibescu.

SADE, CÓMO NO

El CCCB dedica una buena parte de los 1.000 metros cuadrados de la exposición a proyectos arquitectónicos reales (fueran o no ejecutados), pero abre una puerta también a la arquitectura ficticia contenida en la literatura de aquel rijoso final del siglo XVIII, como aquella “mazmorra abovedada” en cuyo interior “se hallaba todo lo que el arte más cruel o la barbarie más refinada pueden inventar en cuanto a atrocidad”, según palabras del propio Sade, que concluía tan inquietante párrafo con un giro narrativo magistral: “Y allí, ¡qué tranquilidad!”.

El CCCB, en defintiva, propone una excursión al oceánico mundo del sexo de un modo inusual, pero con el convencimiento de que tendrá tirón. Lo explica bien una de las dos comisarias, Rosa Ferré, cuando subraya que en la cama nunca se está solo. Cuando se acuesta una sola persona en ella, son dos, y cuando parece una pareja, en realidad es un trío. “Se cuela siempre entre las sábanas un tercer personaje, la fantasía”.