BARCELONEANDO

Sara, Aurora, dos sillas y la calle

Ya no se estila como antes lo de charlar en la acera delante del portal, por eso es un lujo dar con dos mujeres que lo practican a diario

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Una silla es un asiento con respaldo. Pero también es la antítesis de las prisas, del agobio propio de una ciudad que vive pegada al reloj. Como Barcelona. Por eso, sacar ese utensilio, sea de madera, metal, mimbre o plástico, a la calle, es una manera de gritarle “ahí te quedas” a la frenética rutina que circula ante tus ojos. En los pueblos de bolsillo todavía son muchos los que evitan el pegajoso sofá y ocupan un pedazo de acera. A media tarde, cuando el viento sopla. Y si el vecino hace lo propio, pues ahí que se quedan charlando un buen rato. En la capital catalana, que es de hecho una suma de pequeñas aldeas, todavía quedan moradores que se sientan frente a su portal. En los cascos antiguos de Sants, Sant Andreu, Gràcia y Horta y, sobre todo, en el barrio la Barceloneta. En el Eixample hay dos mujeres que le plantan cara a la modernidad, al turismo, al furor urbano. Son Sara y Aurora, dos señoras encantadoras. Y habladoras.

Vaya por delante que la labor de investigación de este Barceloneando ha sido más bien escasa, ya que estas dos damas se sientan casi a diario a cinco metros de la puerta de EL PERIÓDICO. Pero no por ello dejan de tener una buena historia. Aurora y su marido, Mario, regentan el restaurante , + B ('coma más bé', aleación catañola de 'coma más bien'), que abre de lunes a viernes hasta las cinco de la tarde. Cuando el último comensal sale por la puerta, Mario termina de recoger y se marcha.

NI POLÍTICA NI FÚTBOL

Aurora se coge una Coca-Cola y Sara, portera de la finca, una botella de agua. Dejan la persiana a medio bajar y sacan un par de sillas a la calle. Hay dos asuntos que no tocan nunca por total y absoluta falta de interés: la política y el fútbol. Tampoco, eso dicen, suelen meterse demasiado en la vida de pareja de cada una. El podio de temas lo tienen bastante claro: "los hijos, los yernos y los nietos". Todo elogios para los primeros y los últimos. Para los del medio, bastante repartido, como el Gordo.

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/6\/2\/1498841778626.jpg","author":"DANNY CAMINAL","footer":null}}Sara Puente nació en Tetuán y vino a Barcelona en 1981. Tiene dos hijas y tres nietas. Aurora Álvarez es galaicocatalana, como Pepe Rubianes. Llegó a la ciudad siendo un bebé y tiene una hija y dos nietos. Da gusto oirlas hablar por su capacidad mareante de ir saltando de una materia a otra. No tienen ni Twitter, ni Facebook, ni Instragram. Pero sí un piquito de oro y toda la tarde por delante. Si no les pilla un canguro de por medio, pueden quedarse ahí hasta pasadas las 11 de la noche. "Ella se coge un taxi -cuenta Sara- y yo la despido así, con la manita". Hasta el día siguiente. Incluidos los fines de semana, porque aunque el restaurante no abra, ellas quedan para desayunar y después se van a los Encants a fisgonear. Solo se separan durante las vacaciones y las fiestas de Navidad. Pero se llaman cada día, no fuera a quedarse algo en el tintero. 

EL BUEN FRESQUITO

Podrían quedarse solas en el interior del local sin que nadie las molestara, pero adoran el contacto con la calle, que la gente las salude, que puedan vigilar la portería. "Ah, y el fresquito", apunta Aurora. Cuenta Sara que en Tetuán es muy habitual que la gente salga con las sillas a la calle. "Los hombres juegan a cartas y al dominó mientras las mujeres hablan y los hijos juegan". Eso aquí está complicado. Esta no es ciudad para niños. También en los pueblos de Galicia, aporta Aurora, se vive mucho vida en las aceras. 

Su presencia diaria frente al restaurante ha creado una pequeña comunidad en el barrio. Recogen paquetes para los vecinos que no están en casa, echan una mano a cuantos la necesitan en el radio que alcanzan sus ojos, acogen a cualquier que quiera quedarse a charlar un rato y controlan que no haya amigos de lo ajeno en la zona. "Somos como dos espantapájaros", bromea Aurora. Les encanta ver a la gente pasar, que las reconozcan. A Aurora también le gusta fumar. Y a Sara, cruzar las piernas. 

Nunca han tenido la sensación de estar perdiendo el tiempo. Sí son conscientes de que no es algo habitual, "porque cada vez hay más turismo y todo pasa muy deprisa". Pero ellas seguirán disfrutando las tardes con su silla en la calle, haga frío o calor. Compartiendo "confidencias que nunca salen de aquí". "Menos cuando hablamos a gritos y entonces se entera todo el barrio". Se parten de risa. Y así cada día.