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Un santo pagano para la Boqueria

Antoni Miralda convierte una parada del mercado en centro de reflexión alimentaria y altar de Sant Stomak

Antoni Miralda, el viernes, junto a Sant Stomak.

Antoni Miralda, el viernes, junto a Sant Stomak.

Natàlia Farré

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Protégenos de la inseguridad alimentaria, el fast food y la obesidad. Es parte de la plegaria de Sant Stomak, santo no por la gracia de Dios sino por la gracia de Antoni Miralda. Y santo bajo cuyo manto se protege desde el pasado viernes la Boqueria. Lo hace sin renegar de su advocación a san José, a quien le debe el nombre oficial, Mercat de Sant Josep, por levantarse en lo que hasta su quema, en 1835, fue el convento de los Carmelitas Descalzos, o sea, els josepets. A su ubicación frente al Portal de la Boqueria también le debe su sobrenombre. Un alias que mucho tiene que ver, además, con mantener la boca abierta, aunque no para comer sino para admirar. Ya que boquiabiertos se quedaban, según reza la leyenda, los barceloneses ante las trabajadas puertas con arabescos que Berenguer IV se trajo de Almería como botín de guerra. Fue colocarlas en el Portal de Santa Eulàlia y que este perdiera su nombre a favor del de Portal de la Boqueria. Que dicho sea de paso, le va al pelo.

Sant Stomak no tiene la vocación de sustituir a san José ni a nadie. Tampoco a san Pancracio y a su perejil, figura y planta que, hasta que la globalización impuso al gato chino de la suerte, lucían juntas en la mayoría de paradas del mercado por aquello de atraer la fortuna, es decir, a la clientela. La idea es «más pagana y poética», afirma Miralda. «Se trata -explica el artista- de que la Boqueria tenga un lugar de devoción. De devoción en cuanto a reflexión sobre su propio estómago, sobre el estómago de todos y sobre el hecho alimentario. Aquí es donde está el producto y aquí es donde debería haber el diálogo entre vendedores y clientes». Para ello, Miralda ha creado un oratorio en la parada 437 del mercado con capillita domiciliaria dedicada a Sant Stomak incluida. Pero esta, a diferencia de las de toda la vida, no circula de casa en casa ni tiene ánimo petitorio. Luce fijada en la pared y a un tamaño king size para poder esconder tras sus puertecillas las ofrendas de los feligreses. Nada de donaciones pecuniarias.

Los exvotos se entregaron el viernes, Día Mundial de la Alimentación. Y los hubo de todas clases, como el bicarbonato con propiedades digestivas que, como buena agnóstica, ofrendó Marta Tatjer; o la multifuncional shungita, mineral con yacimientos únicos en Carelia que llegó de la mano de un estadounidense: James. Ahí se quedarán junto a las lentejas, el pimentón o los guisantes ofrendados hasta que el santo los haya «asumido, aspirado y metabolizado», apunta Miralda. Todo muy simbólico. Mientras esto ocurre, en el oratorio -que también luce un fragmento del vídeo que el artista ha presentado en la Expo de Milán- se irá desarrollando un work in progress. Los alumnos de la Massana trabajarán sobre la Boqueria, sus gentes y sus productos. O sea, parada reconvertida en  santuario, sala de exposición y taller de artista.

No al 'fast food', sí al chuño

Todo bajo el filtro de Food Cultura, el proyecto que Miralda gestó en el 2000 tras su participación en la Expo de Hannóver y que es «un espacio sin paredes dedicado a la comunicación, la investigación y la historia de la comida, los rituales, las experiencias culturales y el arte», según consta en su manifiesto. Y que no tiene «ningún interés en el fast food -según el artista-. Nos interesan los procesos y las implicaciones políticas, sociales y de toda clase del hecho alimentario». No en vano, «la comida es arte» para Miralda. ¿Un ejemplo a estudiar? La facilidad con la que ahora en la Boqueria se encuentra el chuño, una patata deshidratada del altiplano peruano antes inexistente por estos lares.

A Sant Stomak se le puede rezar en horas de mercado, pero por si la necesidad aprieta, ahí va otro trozo de oración: Haznos reflexionar ante las contradicciones entorno la comida en la sociedad contemporánea, la Agro Cultura devorada por el consumo, la naturaleza artificial y el diésel de la desforestación. Amén.