El conserje justiciero

Santiago Ponce, portero de una finca del Turó Park, ha sido clave en la detención de varios ladrones en el barrio

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Santiago Ponce hay que acabar cortándole porque habla y habla y es capaz de hilvanar historias sin nexo aparente. Pero no es un hablar que se haga pesado, conste, porque a sus 57 años ha vivido de todo, y además lo cuenta con gracia. Es conserje en una finca del Turó Park desde hace siete años. En este tiempo, gracias a su curiosidad, pericia, y algo de temeridad, ha logrado que los Mossos detuvieran a dos bandas de apandadores. También le salvó la vida a un hombre atrapado dentro de un coche. Cuando los porteros están en extinción, Santiago demuestra que además de dar los buenos días, estos profesionales son el primer filtro de la seguridad de un barrio.

Llegó a Barcelona desde Alosno (Huelva) cuando tenía cinco años. Esa generación de andaluces que arribaron a la capital catalana a bordo del Sevillano, el tren de las oportunidades. Estudió para aparejador y aprendió el oficio de la piel junto a su hermano. Llegó a tener su propia empresa; pequeña, pero solvente. “La tuve que cerrar cuando vinieron los chinos”. Se encontró en el paro con casi 50 años, pero la propietaria de una peletería de la zona del Turó Park le recomendó para un puesto vacante en una conserjería. “No se me caen los anillos”.

UN FUERA DE SERIE

Santiago es un portento en su profesión. Cuando entra un vecino, cambia la cara, se pone tieso y saluda como si esto fuera el vestíbulo de la Casa Blanca. En la finca vivió Juan Antonio Samaranch, que donó los carteles de los dibujos finalistas de los Juegos del 92 que adornan la rampa del aparcamiento. También Plácido Domingo tuvo un piso. La entrada es noble, con dos estancias majestuosas que dan acceso a la escalera y los ascensores. Santiago tiene un pequeño piso en el que podría vivir, pero él y su esposa prefirieron quedarse en su casa, en Sant Andreu. Cuenta que a menudo vienen rusos cargados de dinero en busca de pisos. "No entienden que la gente no quiera vender". Pero esa es otra historia. 

Resulta que en pleno agosto -él hace las vacaciones en julio-, avistó a dos mujeres que olían a chamusquina. Vestían bien, incluso con pamela, “pero saltaba a la vista que no pegaban nada en el barrio, que aquello era todo fachada”. A Santiago le parecieron sospechosas y llamó a la policía. No las perdió de vista en ningún momento, así que, cuando llegó la patrulla, les guió. Las detuvieron. También a otra cómplice que aguardaba en un coche en el que tenían abundante material robado. “Venían de robar en dos pisos de la calle de Beethoven”. 

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"MALAS PINTAS"

La mayoría de viviendas disponen de alarma, pero el sistema de seguridad da demasiado margen a los amigos de lo ajeno. “Entre que la compañía encuentra al propietario y se presentan en el edificio, ya te han desvalijado. El portero, en cambio, avisa en el acto. Y eso es parte de nuestro trabajo”. Hace tres años, un sábado, vio a un par de hombres “con muy malas pintas”. Se juntaron con un par más en Pau Casals y luego un quinto les dio una bolsa que escondieron entre plantas. “Tenían pinta de ser de Europa del Este. Se marcharon en formación militar hacia abajo y cogieron la Diagonal dirección paseo de Gràcia. Llamé a los Mossos”. No solo hizo eso. Se acercó al macuto y lo abrió. “Sí, ahora lo pienso e igual se me fue un poco la cabeza. Vi instrumentos electrónicos que luego me dijeron que eran inhibidores y herramientas para calentar cerraduras. En el fondo había joyas y relojes”. La policía acabó pillando a los malos en el Eixample, en Pau Claris, todavía en formación.

Además de propiciar arrestos, Santiago testificó en el juicio contra varios miembros de los Panteras Rosas, la banda de atracadores más peligrosa del mundo. Se interpuso en el tiroteo. Dice que sin querer. “Si ves que pasa algo, debes actuar. No te puedes quedar mirando, hay que echar una mano, por eso salí a la calle”. Tuvo también su momento salvavidas cuando un hombre suramericano se estaba asfixiando dentro de un coche. "Creo que era un ajuste de cuentas". De aquello hace cinco años. Le avisó un paleta y le sorprendió que nadie moviera un dedo. No había manera de sacarle, así que otra vez a llamar a la policía. Otra medallita para Santiago.

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