Publicado en El Periódico el día 3 de junio

La sala donde nadie quiere entrar

El hospital del Institut Català d'Oncologia recibe cada año más pacientes con cáncer

Carmen Hernández, recibiendo el tratamiento de quimioterapia, ayer en el Hospital Duran i Reynals del Institut Català d'Oncologia.

Carmen Hernández, recibiendo el tratamiento de quimioterapia, ayer en el Hospital Duran i Reynals del Institut Català d'Oncologia.

EDWIN WINKELS

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Somos cada vez más gente que conocemos este lugar donde nunca hubiéramos querido estar. Un mundo que antes nos era totalmente desconocido, muy lejano, hasta que entrábamos en él y que, tras no sé cuántas visitas obligadas, se volvía familiar, con sus enfermeras amables, los otros pacientes y sus mujeres, maridos, hijos o padres; las bolsas de pociones mágicas pero a la vez vomitivas, algunas de un terrible e intenso color rojo o azul; los sillones cómodos o las camas para las sesiones más largas; las pelucas o los pañuelos para ocultar la caída del cabello; las agujas en busca de venas aún no endurecidas por el tratamiento; las lágrimas y, pese a todo, las risas.

Isabel aún puede reírse un poquito. Es una mujer con fuerza y mucha juventud, 35 años. Tiene el cabello, o lo que le quedaba, recién afeitado. Se ríe, pero a la vez dice con mucha seriedad: «Yo no estoy aquí porque quiero, ¿eh?» Y en su cama cerca de la ventana levanta la sábana; no solo se quedó sin pelo, también sin pierna. La derecha está amputada a la altura de la rodilla. «Trabajaba mucho y me entraba dolor en la pierna. Intenté calmarlo con ibuprofeno, pero cada vez me dolía más. Fui al médico, pensaba que sería artrosis o algo así». Le diagnosticaron cáncer de huesos. «Lo que menos te esperas». Primera mala noticia. Luego, la segunda, «cuando dijeron que no pudieron salvarme la pierna».

Ahora está en tratamiento de quimioterapia, como las otras 38 personas que llenan cualquier momento de la larguísima mañana las ocho camas y 30 butacas del Institut Català d'Oncologia (ICO) en el Hospital Duran i Reynals, enfrente de Bellvitge, justo al otro lado de la autovía.

Pasaba yo casi a diario por ahí, por fuera, en coche o en tren, como miles y miles de viajeros más. Nunca tuve que entrar, hasta hace 15 años, cuando de muy cerca tocó esa suerte dispar e imprevisible de un bulto malo, de un gen alterado, de una vida trastocada. De aquel edificio recuerdo que la mitad estaba sin terminar, vacía, tal vez hogar de vagabundos o incluso fantasmas, decían. Ahora está en uso por completo, hay cientos de coches más aparcados delante, hay miles de pacientes más que pasan por las consultas.

Colecta anual de la AECC

El año pasado, en este hospital del ICO se administraron 23.500 tratamientos de quimioterapia. «Hay más pacientes que hace 15 años porque hay cada vez más gente con cáncer», me diceMaria Antònia Serra, jefa de enfermería de la sexta planta de quimioterapia en esta mañana de jueves en que por Barcelona y otras poblaciones se han ido desplegando voluntarios de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) para recaudar fondos para seguir ofreciendo atención psicosocial a los enfermos y a sus familiares, así como apoyar la investigación, la prevención y la divulgación de la enfermedad que ya se ha convertido en una de las más comunes.

El hospital moderno, luminoso y amable del ICO, un hospital donde la muerte está más al acecho que en cualquier otro y donde, tal vez por eso, tienen la mejor planta de curas paliativas, no es un hospital solo de gente mayor. Se ven cada vez más pacientes jóvenes. ComoIsabel, al que el maldito y doloroso tumor le cambiará la vida para siempre. O comoCarmen Hernández, mujer con ánimos mientras las gotas de fármacos bajan por un tubo hacia su antebrazo. «A mí no me tocaba todavía». No lo dice por la enfermedad, sino por las mamografías preventivas que se realizan a mujeres a partir de los 50 años.Carmen tiene 42. «Me noté el bulto yo».

Fue maligno, y ya sabe que hasta febrero del 2012 estará con tratamientos, entre laquimioy laradio. Y pese a que está con fuerzas, y con ganas de transmitir que esto lo puede pasar a cualquiera, y pese a que ella ya ve la salida del oscuro túnel que es el cáncer, no oculta la realidad: «Cuando te toca, es muy jodido. No, solo por ti misma, sino porque también eres esposa, hija, madre... A mi madre ni le quise contar nada del tumor hasta que empecé la quimioterapia». Su marido la escucha, viene cada día con ella cuando recibe el tratamiento.

Nadie que no ha pasado por ese túnel del cáncer, por los análisis, las biopsias, las operaciones, los tratamientos, las malas noticias, las caras compungidas incluso de los médicos, nadie que no ha vivido eso entenderá nunca lo que realmente es el miedo a la muerte, cómo te agarra por el cuello, te aprieta el estómago, te golpea el hígado. La enfermedad se cura, cada vez más, pero el miedo a la muerte no te lo quita nadie. Porcentualmente, muere menos gente de un tumor; en cifras absolutas, los fallecidos no dejan de crecer. Y el cáncer no es uno, son muchos. Nada tiene que ver el de mama con uno cerebral. Todos ya tenemos al menos un muerto de cáncer en la familia, entre amigos, en el trabajo. Uno, al menos.

Pero en las salas de laquimiodel ICO no se habla de la muerte. Ahí se busca la vida, la curación, aunque sea con sufrimiento.Lucíaacaba de comenzar, además de laquimio, la radioterapia para combatir su cáncer de cuello de útero. Cada día 15 minutos, para los que ha de venir desde Igualada. Cada día. «Es duro, muy duro», dice. Tiene 49 años. Aún con casi media vida por delante.