BCN, año 1 antes de Cerdà

EL 'STREET VIEW' DEL SIGLO XIX 3 La web 'darrera mirada' que exhibe la cartografía de Garriga Roca tiene un broche de oro. Es el paseo virtual por las calles y plazas que había allí donde hoy está la Via Laietana. Se titula 'Un paseo imposible'.

EL 'STREET VIEW' DEL SIGLO XIX 3 La web 'darrera mirada' que exhibe la cartografía de Garriga Roca tiene un broche de oro. Es el paseo virtual por las calles y plazas que había allí donde hoy está la Via Laietana. Se titula 'Un paseo imposible'.

CARLES COLS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La decisión del Arxiu Històric y del Institut de Cultura (Icub) de exhibir los Quarterons de Miquel Garriga Roca como jamás se habían visto hasta ahora (basta con buscar en Google «darrera mirada»darrera mirada y a partir de ahí disfrutar del hipnótico y casi adictivo espectáculo de esa primera y estupenda cartografía científica de la ciudad) es una muy buena oportunidad para realizar un viaje en el tiempo a la Barcelona de 1858, justo un año antes de que el Gobierno aprobara la construcción del Eixample de Ildefons Cerdà. Lo que hizo Cerdà en el campo del urbanismo es más o menos lo que hizo Pablo Picasso cuando con las Demoiselles d'Avignon inauguró el cubismo, maravilló, desconcertó y, sobre todo, eclipsó todo lo demás. Lo que darrera mirada hace es poner el foco sobre un trabajo excepcional, el de Garriga Roca.

Hasta que este arquitecto, urbanista, cartógrafo e ingeniero de caminos entró en escena, Barcelona, entonces ciudad amurallada, la actual Ciutat Vella, no disponía de un mapa real y preciso de sus calles y edificios. Los había militares, sobre todo de los campos que rodeaban la ciudad, pues Barcelona estaba considerada una plaza militar y estaba expresamente prohibido construir ningún edificio hasta una legua de distancia de sus muros, más o menos la distancia que alcanzaba un cañón de la época. Por situar las cosas, esa legua , desde la plaza de Catalunya hoy, llegaría hasta los actuales Jardinets del paseo de Gràcia. Entre un punto y otro aquello era casi por ley un gran patatal.

Sucedió que el Gobierno ordenó que todas la ciudades cartografiaran con precisión sus calles. En Barcelona se calculó que esa empresa costaría como poco 250.000 reales de vellón, más de lo que podían asumir las finanzas del ayuntamiento. Entonces apareció Garriga Roca, que montó su propia empresa para llevar a cabo el encargo, y con una oferta económica a la baja, explica Francesc Nadal, presidente de la Sociedad Catalana de Geografía y experto precisamente en la obra de Garriga Roca.

Un mapa transitable

Hay un brevísimo cuento de Jorge Luis Borges, Del rigor en la ciencia, que cuenta la historia de un imperio obseso de la cartografía, tanto que insatisfecho con la precisión de sus mapas terminó por confeccionar uno del propio tamaño del imperio. Garriga Roca no llegó a tanto, pero con sus teodolitos de la prestigiosa casa inglesa Troghton & Simms, sus eclímetros Chery, las brújulas Stel y otros instrumentos de medición llenó siete cajones de mapas, de los cuales destacan los 119 quarterons, planos a escala 1:250 de lo que entonces era Barcelona. Juntos ocupan una superficie de más de 50 metros cuadrados. Vamos, que son casi transitables, a lo Borges. Pero lo mejor es su exquisito detalle. Los empleados de Garriga Roca lo midieron todo. Por supuesto las calles, pero con el aval de la autoridad entraron en también en decenas de edificios públicos (iglesias, teatros, conventos, dependencias oficiales...) y fueron detallistas hasta la obsesión. Todo eso es lo que ahora, a través de la comodidad de internet, ofrecen mano a mano el Arxiu Històric y el Icub.

El viaje en el tiempo que ofrece darrera mirada es tan emocionante como comodón. Por eso, tal vez convenga antes hacer una breve mención a las condiciones con las que Garriga Roca y su falange de agrimensores y arquitectos llevaron a cabo su trabajo, como bien recomienda el profesor Nadal.

El general cuatro tiros

En primer lugar está el contexto político. Garriga Roca se propuso cartografiar la ciudad cuando, como un péndulo, España se balanceaba de la carcundia a las tesis liberales de O'Donell y luego otra vez marcha atrás. El fin del bienio liberal, por ejemplo, se saldó en Barcelona con más de 400 muertos en las calles. Eran años de ludismo, de las primeras huelgas obreras, años en los que al capitán general de Catalunya, Juan Zapatero, se le conocía no sin causa como el general cuatro tiros. «En ningún país civilizado se fusila tanto como en España», se escandalizaba la prensa. Así que, por qué no, se puede imaginar a los empleados de Garriga Roca corriendo con los teodolitos y los eclímetros bajo el brazo para salvar sus últimas anotaciones.

Barcelona no era aún la rosa de fuego o la ciudad de las bombas como sería conocida internacionalmente con el fin del ochocientos, pero desde luego ya apuntaba maneras. Pero, tal vez, para situar mejor el contexto de la elaboración de los quarterons sean mejor otros datos.

El primero, el censo. Dentro de las murallas vivían entonces unas 180.000 personas. Por comparar, el padrón actual de Ciutat Vella es de 100.000 vecinos. Y la esperanza de vida se situaba por debajo de los 30 años. Total, que con esos mimbres es fácil intuir el segundo dato fundamental. Aquello era una miasma urbana, una placa de petri perfecta para el cultivo de temibles enfermedades, como el cólera que se declaró en 1854 y que segó la vida de 6.000 barceloneses. Se suponía entonces que el humo conjuraba la enfermedad, así que en los cruces de las calles se encendieron hogueras que se alimentaban con alquitrán.

Las epidemias han sido no pocas veces el motor de la historia. De la peste medieval se afirma con sólidos argumentos que propició el renacimiento. Del cólera de Barcelona se puede asegurar que facilitó el derribo de las murallas y, en consecuencia, la gloria eterna para Ildefons Cerdà y una sombra inmerecida para Miquel Garriga Roca. Al menos, hasta ahora.