Requiem por un bar cultural

Gipsy Lou

Gipsy Lou / periodico

NANDO CRUZ / BARCELONA

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Este sábado Barcelona pierde otro bar cultural. El Gipsy Lou tira la toalla. Y no será una pérdida menor, ya que este bar del Raval acogía conciertos los siete días de la semana. Apenas ha aguantado cuatro años abierto, pero en este tiempo se había convertido en un referente de la música en vivo de la ciudad. Este sábado será el último concierto. Una nueva sanción obliga a sus socios a cerrar seis meses y ya no tienen ganas de recurrir. Cerrarán el 8 de febrero para siempre.

El Gipsy ya estaba cumpliendo una multa anterior. No levantó la persiana en todo el verano, y desde septiembre solo abría y programaba conciertos de miércoles a sábado; un apaño que aceptó el ayuntamiento para evitar que cerrase seis meses y ya no volviera a abrir. “Hemos aguantado con un portero que mantenía el aforo en 80 personas”, explica Aurélie Krummenacher, una de las socias. El aforo legal del Gipsy es de 47 y si se restan los músicos y los trabajadores, ya no entraban ni 40. El local tiene cien metros cuadrados, aunque de uso público son unos 60.

El Gipsy Lou abrió en abril del 2013. En enero del 2014 recibió la primera multa por programar conciertos. Cerró un mes. En febrero del 2015 la sanción fue por exceso de aforo e implicaba seis meses de clausura. En octubre, otra visita de la Guardia Urbana acabó en sanción. “Ni entraron en el local y dijeron que había 180 personas, cuando no cabe tanta gente”, asegura Krummenacher. De los 365 días del 2016, el Gipsy ha estado cerrado 110. Y uno de los que abrió, el pasado  21 de octubre, recibió otra inspección y multa. Había 70 personas en el bar.

NEGOCIACIÓN ENREDADA

Las sanciones y, sobre todo, la imposibilidad de ser rentables cumpliendo el aforo establecido han acabado con otro bar de música en vivo. El Gipsy tenía licencia de bar-cafetería, razón por la cual su aforo era más restringido que el de un local de conciertos. Es el mismo caso que ha dejado al Heliogàbal, sin apenas conciertos en el 2016, y que, muy probablemente, no retomará su actividad hasta febrero del próximo año, como ha declarado a este diario su dueño Albert Pijuan. Y es el problema de muchísimos locales más.

“Si la Urbana se pasa un sábado a la una madrugada por todos los locales que funcionan más o menos bien en Barcelona, podría cerrarlos todos”, teme la empresaria suiza. Por eso, aunque el Gipsy Lou se rinde, alerta del problema: “Nosotros llegamos tarde, pero las cosas tienen que cambiar porque si no mañana cerrará otro bar”. El ayuntamiento sigue trabajando en una categoría que permita asignar a los locales un aforo en función de la actividad que realizan. Pero es una negociación enredada en leyes estatales y planes de usos de distrito durante la cual siguen cayendo piezas del tejido cultural.

Cuando aún no han cumplido con los primeros seis meses de cierre, el Gipsy debe iniciar otro el 8 de febrero. “El ayuntamiento dice que si cogemos unos buenos abogados y luchamos mucho igual podríamos abrir dentro de un mes. Pero, ¿para qué?”, se preguntan. “Ya no hay solución. La Urbana volverá a pasar, nos abrirá otro expediente y habrá otro cierre”. Al ser sancionados por exceso de aforo, la Urbana visita el bar de vez en cuando para comprobar que no reincide. “Y eso es un pez que se muerde la cola”, ilustra Krummenacher.

LA ÚLTIMA RUMBA

Una buena noche, rebasando el aforo con creces, el Gipsy podía hacer mil euros de caja. Pagar a músicos y trabajadores ya son 400. Y luego está un alquiler mensual de dos mil euros y otros gastos fijos (luz, agua, SGAE, gestoría, Seguridad Social…) que suman mil y pico más. Cuando aún podían acoger 120 espectadores en el local, los grupos se llevaban 250 euros. “Ahora es difícil que saquen más de 150”, expone Aurélie. El bar sobrevivía y los músicos malvivían.

El último concierto lo protagonizará Sandunguera, grupo de rumba de Víctor del Río. “Actuar en el Gipsy suponía una motivación extra que no me generaban otros locales”, confiesa el rumbero, que define el Gipsy como un local “pequeño y humilde que compensaba sus carencias con un público entregado y generoso con ganas de pasarlo bien y escuchar”. Como barcelonés, opina que su cierre “corta a la ciudad otro dedo de su malherida mano generadora de cultura”.

El Gipsy Lou muere, pero el entierro será sonado. El sábado 11, en la Nau Bostik, se programarán 12 horas de música, ocho grupos, tres 'discjockeys' y varias 'performances'. El aforo de la nave es de 500 personas y calculan que se quedará pequeña ante al cantidad de amigos que acudirán. Ese es el legado del Gipsy Lou y de cualquier bar: más allá de los artistas que hayan pisado su escenario, la comunidad que generó a su alrededor y que se lo hizo suyo. En su caso, más de 500 personas para un bar en el que solo podían entrar 47.