LA NUEVA VIDA DE UN ESTABLECIMIENTO CON HISTORIA

El renacer del bar Núria

República  El Núria, en 1933, cuando era famoso por el helado Nuri.

República El Núria, en 1933, cuando era famoso por el helado Nuri.

CRISTINA SAVALL
BARCELONA

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El bar Núria, el emblemático establecimiento situado desde 1930 delante de la fuente de Canaletes en la Rambla, a tiro de piedra de la plaza de Catalunya, bajó ayer sus persianas para comenzar una remodelación arquitectónica en busca sus verdaderas raíces.

El local está patas arriba, en obras, con el objetivo de, a partir de marzo, emprender un viaje a sus orígenes, a esos años 30, cuando los barceloneses se reunían allí con sus amigos o iban a catar vinos y a cenar canelones con sobrasada y pato a la naranja después de la función del Gran Teatre del Liceu.

Son otros tiempos, pero la idea es acercarse de nuevo al público local y volver a ser un punto de encuentro en la vida barcelonesa. El bar Núria es un superviviente y prueba de ello serán los murales que están creando artistas como Nazario, Miquel Ferreres y Toni Batllori para recordar su historia. Renació cual ave Fénix del atroz incendio ocurrido en noviembre de 1985 a causa de un cortocircuito que convirtió en cenizas hasta la placa en la que aparecía un rebaño de ovejas en el valle de Núria, cuyo santuario da nombre a este local, que nació cuando Marcel.li Cortadellas y Josep Vila, dos empleados de las desaparecidas mantequerías Tívoli de la calle Casp, decidieron independizarse y fundar su propio negocio.

Comenzaron su aventura en 1929, adquiriendo un local especializado en fiambres, gelatina de gallina y quesos y mantequilla de los Pirineos en la peatonal calle de Santa Anna, que nace en la Rambla, y que hoy, al igual que el bar Núria, sigue en manos de la familia de sus fundadores. Marcel Cortadellas, hijo de Josep Cortadellas y nieto de Marcel.li, y Montse Vila, hija de Ramon Vila y nieta de Josep, regentan los dos céntricos locales de restauración.

Su ilusión es reconvertir al bar en ese lugar tan querido, donde los actores de los teatros cercanos hacían la tertulia al bajar el telón. «En sus inicios era una charcutería con barra, con grill y con restaurante especializado en embutidos, caza y repostería. Era famoso el biscuit llamado el Nuri. Había colas para degustarlo», explica Montse Vila, que a sus 57 años está ilusionada ante la nueva etapa que emprende el comercio. A modo de anécdota, cuenta que cuando los cazadores volvían de Collserola con el zurrón vacío «se escapaban al Núria a comprar liebres o jabalís para no volver a sus casas con las manos vacías».

Marcel Cortadellas, de 39 años, ejerce como gerente. «Mi padre siempre me habla del disgusto que se llevó Pasqual Maragall cuando se quemó el local. Vino a ofrecer toda la ayuda que estuviera en sus manos», cuenta Cortadellas. Tras ese enorme susto, el bar renació con la venta de bocadillos, montañas de ellos apilados en el escaparate a la caza y captura del turista.

Chatos a 1,50 euros

Ahora emprende un nuevo rumbo. «Queremos que los barceloneses vuelvan a ramblear», señalan los propietarios. Para ello dispondrán de una barra en la entrada en la que servirán chatos, el vaso bajo y ancho de vino que se servía en las tabernas. «A 1,50 euros. Serviremos copas de vino, de cava o de vermut a este asequible precio. Todo acompañado de platillos calientes y tapas de jamón», explica Cortadellas. Otra especialidad que recuperan es la piscina de ostras y los arroces que se servirán en el primer piso.

El Núria volverá a abrir todos los días, una tendencia en los nuevos locales de Barcelona. En sus inicios no cerraban ni de madrugada. «Cuando empezó la guerra civil les obligaron a cerrar de noche. No pudieron, nadie sabía dónde estaban las llaves».