El regreso de la memorable Dory

Una niña en la exposición del CaixaForum.

Una niña en la exposición del CaixaForum. / CARLOS MONTAÑÉS

ELOY
CARRASCO

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Es posible, aunque sería bastante raro, que aún haya muchos niños en esta parte del globo que jamás hayan visto una película de Pixar. Es posible que también existan muchos adultos en las mismas circunstancias, por ignorancia o desdén, solo que estos deberían sentirse culpables, con los pasos en falso, y ponerle remedio lo antes posible. Raro será que estos días de bacalao, garbanzos, sopa de ajo, capirotes y redobles no echen alguna por la tele para tener a la infantería entretenida y las parrillas medianamente variadas, que el riesgo de monocultivos de Ben Hur y similares proezas de largo metraje siempre está ahí, como una cruz. Otra posibilidad es que, frente a los escasos críos que jamás se hayan reído y emocionado con las aventuras de Nemo, Bichos, Los Increíbles o Cars encontremos a otros que presencien por 89ª vez a Dory hablando en balleno. O la genialidad de incluir unas «tomas falsas» al final de Bichos: hacer que se equivoquen es la mejor manera de humanizar a unas creaciones dibujadas. Como ocurría con aquellas patatas fritas, es muy difícil probar una de esas películas una sola vez, y más siendo una persona sub-10 en pleno siglo XXI.

Es sencillo comprobar lo catedralicio que resulta Pixar para los niños de hoy (y para sus padres, no es necesario que disimulemos) sumándose a la procesión que cada día (hasta el 3 de mayo, hay tiempo) mete la nariz en la exposición que en el CaixaForum conmemora los 25 años de la gran factoría del cine de animación de nuestros días (en feroz competencia comercial con la Dreamworks de Spielberg, responsable de Madagascar, Kung Fu Panda, Shrek, Hormigaz, Bee Movie, que tampoco son moco de pavo, pregunten a sus hijos... Y sin olvidar la deuda perpetua de ambos con el japonés Hayao Miyazaki).

Pero quienes están de visita en la ciudad son Pixar y sus hechizos animados. Los herederos de Disney, el del congelador. Es un portento que a lo largo de todos estos años hayan puesto de acuerdo al pagano público y a la exigente crítica, que a menudo tiene el rasero no se sabe dónde. Desde Toy Story (estrenada en 1995) hasta la producción que ya se ha anunciado para el 2016: nada menos que Buscando a Dory, la secuela de Buscando a Nemo. La memorable desmemoriada de nuevo entre nosotros.

Por el medio, la compañía ha obtenido recaudaciones gigantescas, de varios miles de millones de dólares, como recompensa de una creatividad asombrosa, que parece inagotable. Cuesta ver a unos profesionales tan entusiasmados con su trabajo como los que aparecen en los vídeos de la exposición explicando su trabajo (John Lasseter, Andrew Stanton, Pete Docter). Se dedican a dibujar, programar, hacer chistes, inventarse personajes graciosos; eso debe de ayudar a pasárselo bien. Desde el primer boceto de un personaje, dibujado a lápiz, hasta el más complejo programa informático diseñado para que, por ejemplo, Sullivan, el de Monstruos SA, tenga en su sitio todos los pelos, que son muchos. Una vez calcularon que serían necesarios 26,5 millones de globos de helio para levantar una casa como la de Up, hasta tal punto hacer bromas es una cosa seria. En CaixaForum, los prodigios ocurren en directo: el zoótropo de Toy Story (inspirado en uno de Totoro, de Miyazaki) convierte a unos estáticos muñecos en la esencia de la animación, por obra del movimiento y la luz (eso, con perdón de las fechas, sí parece un milagro).

Elogio de la 'simplejidad'

Y esas películas tienen un doble o triple fondo. Mensaje, se llamaba antes. En Bichos la idea es que hay que plantar cara a los abusones (esos saltamontes macarras y haraganes merecen un escarmiento); en Nemo, el protagonista tiene una aleta un poco defectuosa y un padre muy plasta y sobreprotector, y aun así salen adelante ambos; en Up, los buitres de la construcción van locos por echar a un viejo viudo de su casa y él los deja con un palmo de narices al esfumarse por los aires hacia una aventura.

La exposición es la demostración y puesta en práctica de un par de ideas que los cerebros de Pixar decidieron explotar en su momento: la simplejidad, que casi se explica sola y viene a ser el concepto cruyffista de que todo consiste en hacer fácil lo difícil, y algo que Lasseter dijo una vez, cuando le preguntaron cómo lo hacía para tener tanto éxito: «La calidad es un gran plan de negocio».