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Regateo en Babel

El bazar se ha convertido este mes en un éxito turístico, en especial por los bares

Dos turistas en los Encants, el viernes.

Dos turistas en los Encants, el viernes.

C. S.
BARCELONA

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El regateo entre vendedores y turistas, sobre todo franceses, ingleses, japoneses, sudamericanos y alemanes, que acuden a curiosear a los Encants termina por regla general con el más elemental lenguaje de los signos. Tres dedos alzados, tres euros; cinco, cinco euros. Es el idioma de la Torre de Babel en la que se ha convertido el moderno mercado de pulgas de Barcelona en el que estos días se escuchan muchas lenguas.

El gran bazar barcelonés atrae a los extranjeros que buscan algo insólito y barato para llevarse a sus casas y esa sensación tan gratificante de encontrar una perla entre un montón de chatarra.

«Este agosto los que compran son los turistas. Apenas vienen barceloneses», asegura José Manuel Dacasa, que regenta una de las tiendas cercanas a la zona de restaurantes. Su especialidad son los souvenirs tipo tazas con dibujitos y otros objetos de decoración. «Rusos ves pocos. Los que cada vez vienen más son los israelís. Los europeos suelen venir en grupo», agrega el vendedor del piso superior.

Juan Carlos Álvarez tiene cola de turistas en El Peixet, donde un cucurucho de rabas y pescadito frito cuesta cinco euros. «Junio y julio fueron flojos, pero es un gran agosto. Vienen muchos franceses, porque los Encants salen destacados en sus guías sobre Barcelona», agrega el propietario.

Maggie Vickerman, periodista inglesa, aguarda en la cola junto a su hijo. «Unos amigos me recomendaron que buscara la zona gastronómica. Es un lugar singular, me parece genial», describe la periodista.

La psicóloga argentina Susana González vive en Madrid, donde suele acudir al Rastro. «Tenía ganas de conocer los Encants. Me ha sorprendido que hasta haya ascensores», explica. Para ella, el mercado del arquitecto Fermín Vázquez es un espacio cómodo, amplio y bien distribuido. «No tengo sensación de agobio, algo habitual en los mercados de trastos viejos. Es abierto, pero a la vez está protegido de la lluvia», dice la psicóloga.

Bernard Dupont, turista jubilado francés, dice que prefiere el Marche aux Puces de Saint-Ouen en París. «Aquí en los Encants hay demasiada baratija que intentan venderte cara. Se encuentran muchos calcetines y sartenes, pero cuesta descubrir algo que valga la pena. Y si lo encuentras, el precio es astronómico. Igual las antigüedades se venden a primera hora de la mañana. No lo sabré, no pienso volver», critica en tono enfadado.

Menos de 50 céntimos

Dentro del campo de subastas, cada día se instalan puestos que cambian los productos que exponen dependiendo de las ofertas que hayan encontrado. Nieves Satín vende un lote de menaje con un millar de piezas entre cacerolas, ollas a presión, cazos, espumaderas, cucharones y espátulas. «Estos días está lleno de turistas, pero a mí me gusta más el cliente español. El turista se cree que lo que vendo por estar en el suelo no vale nada. No quiere gastar más de 50 céntimos. Te hacen perder tiempo para nada. Regatean y no paran. Se piensan que esto es el tercer mundo».