Sant Joan, la Estrella de la Muerte

Como en un Twin Peaks, la aparentemente hermosa reforma del paseo de Sant Joan tiene sus sombras perversas

Clientes en la Granja Petitbo, el más neoyorquino de los nuevos locales del remozado paseo de Sant Joan.

Clientes en la Granja Petitbo, el más neoyorquino de los nuevos locales del remozado paseo de Sant Joan.

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La ecuación es esta. Se estrena hace medio año la reforma pendiente del paseo de Sant Joan, entre la plaza de Tetuan y la avenida de la Diagonal. Los dueños de los bajos comerciales suben los alquileres. Cierra el videoclub de Montse, porque aunque tiene un catálogo de 6.000 películas y una clientela que adora charlar de cine con ella le multiplican por tres la renta mensual y, la verdad, a nadie le apetece ser esclavo de un rentista, estar todo el día tras el mostrador para que la ganancia se la lleve otro. La incógnita a despejar de esta ecuación, la pregunta en realidad, porque de eso se trataba, viene ahora: ¿tan grave está Barcelona que será mejor ni arreglar las calles?

En Clerks, según algunos, película de culto, tiene lugar un soberbio diálogo sobre qué entrega de las aventuras galácticas de George Lucas es mejor. Uno de los personajes repara en un detalle que hasta entonces había pasado inadvertido incluso para los más fans de la saga. En la primera entrega de la serie, Luke Skywalker destruye la Estrella de la Muerte. Hasta aquí, nada que decir. Pero en El retorno del Jedi los rebeldes desintegran la versión 2.0 de aquella gran arma de dimensiones planetarias cuando aún está a medio construir. «Exacto. Para construirla rápido y en secreto tuvieron que contratar a civiles. Un soldado imperial no sabe instalar un retrete, solo sabe matar y llevar uniforme blanco». Lo que plantea Randal, personaje de Clerks, es que aquella acción de guerra bienintencionada terminó con la vida de decenas de miles de albañiles, soldadores, electricistas, pintores, aparejadores y fontaneros. O sea, como en el paseo de Sant Joan, donde ya ha cerrado el videoclub, han aterrizado las primeras franquicias del comer pse pse y donde dentro de unos días abrirá una pizzería en unos bajos por los que pedían 7.000 euros al mes, un potosí que suele ser inversamente proporcional al sueldo de los empleados.

La capital de un latinajo

La enmienda total a esta lectura pesimista de lo sucedido de golpe en Sant Joan es fácil. Basta con recordar que los bajos comerciales de ese tramo del paseo eran tristones y, más aún, que los bares, desde que se ha remozado la avenida, hacen el agosto cada día. La renacida Granja Petitbo, por ejemplo, un plácido oasis que abrió justo antes de las obras, es un exitazo. Y hay más. «Nunca nos había ido tan bien», explica Fer (así le conocen todos), dueño del 55, astuto como pocos, que ha decidido no subir los precios ahora que pasan tantos turistas. «Como ven que hay gente de aquí sentada en la terraza, ellos también se sientan. Si los subo perderé a los de aquí y los de allá».

Ahí está la cosa, que Barcelona se ha convertido en la capital internacional del argumentum ad consequentiam, un latinajo pedante, de acuerdo, pero muy oportuno, pues lo que viene a decir es que una afirmación es cierta o falsa en función de si gustan o no sus consecuencias. ¿Es mala la proliferación de pisos turísticos? Pues depende. Si uno es propietario de uno de ellos, seguro que no, pero si uno lo sufre porque es vecino, sí.

¿Es bueno o es malo que le hayan hecho un traje nuevo al paseo de Sant Joan?

Ante dilemas así, un remedio siempre eficaz suele ser llamar a Xavier Monteys, que es como el Randal de Clerks, pero con un doctorado en arquitectura. Monteys lamenta esa obsesión de Barcelona por reinventar cada calle, plaza o acera en lugar de, simplemente, reparar lo que se ha roto o ha envejecido mal. Sugiere que el paseo de Sant Joan es ahora una cañada para la trashumancia turística desde el centro de la ciudad a la Sagrada Família, y que premeditadamente es una calle que ya no se puede cruzar a la brava, con lo muy mediterráneo y sano que eso es, porque los obstáculos instalados están para que el tránsito a pie sea disciplinado, al lado de los escaparates y, sobre todo, junto a las terrazas.

Suena muy cenizo, pero conviene releer siempre las opiniones de este arquitecto. Suelen despertar el sentido común, aunque sea tarde. Montse cierra este fin de semana.