LA MISERIA INVISIBLE

Un recuento nocturno cifra en casi 900 los sintecho de Barcelona

Un voluntario toma nota de la presencia de un indigente en el Eixample.

Un voluntario toma nota de la presencia de un indigente en el Eixample.

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Los indigentes se van a dormir a medianoche, como las Cenicientas, y por eso en la esquina de Urgell y Rosselló se hace tiempo, la gente charla, esperan a que las manecillas del reloj se junten en lo más alto. Arrels Fundació ha escogido este martes, esta noche, para llevar a cabo el recuento que hace periódicamente de los sintecho de Barcelona, y los voluntarios responsables de contar en la Esquerra de l'Eixample matan el tiempo conociéndose, fumando, hablando un poco de todo. Además, aún faltan unos cuantos por llegar. «Es verdad, tío, piénsalo. Todas las buenas películas que se han hecho en el cine vuelven siempre sobre los mismos temas, el amor prohibido, el extranjero, el personaje que vuelve a su patria», se oye. Charlas ociosas. La espera, la medianoche como punto de partida, el imperativo de contarlos durmiendo, todo tiene un sentido: que los sintecho estén en un lugar y que no se muevan de allí. El rigor del recuento peligraría si se hiciera cuando todavía circulan por la calle.

«Recordad, se trata solo de contar». Quique Costas es el coordinador de la célula, y en cuanto el grupo está completo -22 voluntarios en total- empieza a dar consignas. «Solo contar. No vamos a hacer ningún tipo de intervención, ni vamos a hablar con ellos. Solo contar». La zona 216-217 en la nomenclatura de Arrels está subdividida en cuatro cuadrículas, de modo que el grupo se divide en igual número de células, cada una con su mapa de la ciudad y una planilla para anotar la información que se pueda recabar: si es hombre o mujer, si hay menores, si están en un cajero o duermen en un banco. Todo lo que se pueda saber de ellos sin molestar, sin despertarlos.

LA SUERTE DE LOS DEMÁS

La labor de reclutamiento de Arrels ha sido un éxito, y en toda la ciudad y a esta misma hora hay más de 700 voluntarios dispuestos a peinar la ciudad, repartidos de forma estratégica, casi como una tropa, listos para actuar con la sincronía que requiere la acción. El plano de la ciudad ha sido troceado en 130 zonas, así que por todas partes se van a ver estas diminutas familias, un poco enigmáticas si no se sabe a qué se dedican, de qué van y para dónde. «Cuantificar y conocer la ubicación de las personas sin hogar es importante de cara a las propuestas que se puedan hacer para mejorar sus problemas», explicará al día siguiente el presidente de la fundación, Ferran Busquets. Todos aquí son conscientes de ello, y con la ilusión de aportar se ponen finalmente en marcha. El reloj marca las 12, en efecto, y allá van. «Nos falta la canción de 'Apatrullando la ciudad'», se oye, mientras los grupos se alejan.

Estas personas, las más de 700 en total, las 22 de la cuadrícula en cuestión, esa gente que podría estar en su casa, bajo las mantas, frente al televisor, con un buen libro en las manos, no responden a ningún patrón, no siguen una pauta, no desde lo sociológico, al menos, pero el nexo que los une es poderoso: están aquí porque hay que echar una mano. Hay maestras de escuela, profesores de filosofía, profesoras de ética, universitarias, abogadas, interioristas, gente en el paro, jubilados y prejubilados. En el grupo de la Esquerra de l'Eixample la edad de los voluntarios oscila entre 19 y 62 años, pero la pirámide engorda notablemente en la franja de los treintañeros. Socioeconómicamente también hay de todo, incluido uno cuyo discurso es que la vida lo ha tratado bien, que ha tenido mucha suerte, que no todos la tienen y que es consciente de ello, y por eso ha venido a ayudar.

EXTINCIÓN DEL DESHARRAPADO

¿Con qué se van a encontrar, ahora que ha llegado el momento de la dispersión, el de la verdad, si se quiere? Alguien como Vicenç Príncep, que durante seis años ha ejercido de voluntario en la fundación, avanza una idea al respecto. «El perfil de la persona sin hogar en Barcelona ha cambiado mucho en los últimos años, ya no es el hombre mayor, con barba, desharrapado, sucio, hambriento, que en un tiempo nos acostumbramos a ver. Ahora es alguien más como usted y como yo, no se diferencian tanto, no parece que sean indigentes. No tienen casi problemas con las drogas, pero en cambio beben mucho, sobre todo vino, cartones de vino. Son más jóvenes y hay más inmigrantes. Y son un espejo, porque cualquiera puede acabar en su situación. Yo veo a mucha gente de mi edad que se ha separado, ha perdido el trabajo y ha terminado en la calle». Príncep, prejubilado del sector de la banca, tiene 58 años.

Los grupos se dispersan y barren sus respectivas zonas con arreglo a procedimientos que pactan entre sí, a veces propiciando más subdivisiones. Encuentran indigentes en cajeros, en bancos, en parques, en las bocas de los estacionamientos, siempre con sus mantas, sus cartones, sus carritos de la compra, su parafernalia triste. Unos lo hacen más rápido y otros menos, pero hacia las dos de la madrugada todos se reúnen en un bar y entregan el trabajo. Arrels suma al día siguiente la labor de todos y da con la cifra de 892 sintecho, que supone un leve aumento con respecto a la estadística del último recuento -del 2013-: 870. Igual, es algo aproximativo, dice Busquets, «el número mínimo de personas que duermen cada noche en las calles de Barcelona», pues algunos, en lugares de difícil acceso, no han podido ser contados. Fantasmas, marginales entre los marginales, los más invisibles de todos.