En Europa, después de la lluvia
Los días de lluvia, Barcelona es lo más parecido a una película en blanco y negro en el mundo real
Ramón de España
Periodista
RAMÓN DE ESPAÑA
A Barcelona le sienta muy bien la lluvia. Me consta que hay gente a la que le deprime, pero a mí me pasa justo lo contrario y lo que me cruje es el calor veraniego. Cuando llueve, Barcelona parece una de esas ciudades del norte de Europa con las que dicen soñar Mas y Puigdemont, y se convierte en lo más parecido que hay en la vida real a una película en blanco y negro.
Siempre que llueve me viene a la cabeza una vieja canción de John Foxx, In Europe, after the rain, una espléndida muestra de electrónica melancólica con trazos de paisaje después de la batalla. Para antes de la guerra, ya está Bob Dylan y su A hard rain's a gonna fall, en la versión de Bryan Ferry, a ser posible. Si me he levantado con el pie izquierdo, lo que me viene a la cabeza es el monólogo delirante de Robert de Niro en Taxi driver, cuando le explica al sufrido pasajero de turno las ganas que tiene de que caiga un diluvio sobre Manhattan y se lleve por delante a toda esa chusma que recorre sus calles y a la que él observa con asco y desprecio desde su locura particular, bien aferrado al volante de su trasto amarillo.
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Cuando deja de llover o, simplemente, amaina y deviene un sirimiri local, suelo echarme a la calle. Y siempre sin paraguas, que es el artefacto menos poético jamás inventado, aunque quede muy bien en ciertos cuadros de Magritte. Se trata de calarse la capucha (o la gorra de béisbol) hasta las cejas, meter las manos en los bolsillos y caminar hacia el sur, nunca hacia el norte. Luego hay que seleccionar la banda sonora mental para el trayecto. Además de los temas citados, suelo recurrir al repertorio del injustamente olvidado cantautor canadiense Gordon Lightfoot, que atesora unos cuantos trinos lluviosos. En mi último paseo, hace unos días, dudé entre Early morning rain y Rainy day people, decantándome finalmente por ésta última, que contiene una estrofa conmovedora: La gente de los días lluviosos siempre parece saber si estás deprimido. Pero poca gente se cruza uno por Barcelona los días de lluvia, y los pocos que han salido a la calle evitan el contacto visual.
Los días de lluvia, en Barcelona, los ciclistas urbanos se quedan en casa porque en las aceras apenas hay ancianitas a las que atropellar o porque les da miedo darse un morrón. Tampoco hay patinadores, ni devotos del Segway. Hasta los pedigüeños de las terrazas buscan refugio, por lo que, si no has dejado la bebida, puedes consagrarte sin interrupciones a la tarea de emborracharte bajo el toldo de algún bar y dejar que el cerebro te conduzca a donde le apetezca.
El Barrio Gótico me parece el mejor destino para los días de lluvia en mi ciudad. La sensación de película en blanco y negro se intensifica y todo adquiere un aire antañón y agradablemente melancólico. De repente, te parece estar en una fotografía de Català-Roca o Miserachs, tomada a mediados de los años sesenta, y caes de nuevo en la cuenta de que todos los niños de las fotos de estos dos santos varones te recuerdan a ti mismo.
Si el alcohol te sienta mal, siempre puedes tomarte un Trankimazin, esa droga de doble efecto que descubriste hace unos años y que si te la tomas de día te da marcha y si te la tomas de noche te da sueño. Cuando te vayas a dormir, puede que sueñes con otro día igual, pero lo más probable es que despiertes con un sol brillante que vuelva a convertir tu ciudad en lo que realmente es: un enclave sudoroso para disfrute del turista. Y no sabrás cuando volverás a sentirte en Europa, después de la lluvia.
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