BARCELONEANDO

Miriñaques empapados

La placa en honor de Andersen recuerda la inundación de la Rambla en 1862

Dibujo a plumilla de la riada en un romance.

Dibujo a plumilla de la riada en un romance.

OLGA Merino

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El otro día, saliendo del Hotel Oriente, me fijé en la placa de bronce que recuerda la estancia de Hans Christian Andersen en la ciudad, pero por una vez en la vida me detuve en la letra pequeña: la visita del escritor danés, autor de 'El patito feo', coincidió con un temporal horroroso que anegó la Rambla el 15 de septiembre de 1862… ¿Pero cómo? ¿La Rambla inundada? (Ahora también lo está, y no de agua precisamente). ¿Tan gorda fue entonces la crecida como para mencionarla en la placa? La respuesta la tenían en el archivo histórico, en la Casa de l'Ardiaca.

Entre las páginas amarillas del viejo 'Diario de Barcelona de Avisos y Noticias' se descubre que el diluvio se prolongó durante varios días, con el agravante de que las tormentas veraniegas habían saturado el terreno de tal manera que ya no podía absorber más agua. Como dice Eduardo Mendoza, uno de los grandes novelistas de la ciudad, "en Barcelona llueve como el ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo bestia".

Un caballero ahogado en una tienda y una criatura muerta en las inmediaciones del Born. Calles convertidas en ríos de al menos "una vara de elevación". El subterráneo del Liceu, lleno hasta el nivel de la calle, y el restaurante del Café Cuyás, con cinco palmos de agua. La corriente arrastra melones, pollos y panes hasta el puerto. El torrente alcanza tal ímpetu Rambla abajo que arranca el asfalto de las aceras "doblándolo cual si fuera de cartón". También sufren graves daños los entonces municipios de Gràcia, Sarrià y la Bonanova, así como el Vallès. Justo un siglo después, en 1962, ocurriría un desastre parecido.

En la edición del 16 de septiembre de 1862 puede leerse: "Las pérdidas materiales, según nos ha manifestado una persona competente, se calculan en unos siete millones de reales y los sustos, trastornos y malos ratos no pueden calcularse". Así, a medida que pasan los días y las páginas, se complica la tarea de dilucidar qué resulta más nutricio, si la prosa folletinesca de quien firma los artículos, el secretario de redacción Melchor Alió, o bien los anuncios que los acompañan: fábrica de aros de junco para miriñaques, fabulosos por su "ligereza y baratura". Un doctor que cura las venéreas sin mercurio. Gas portátil a ocho "maravedises" el porrón. Y un ama de leche de dos meses que busca bebé para criar en casa (dan razón de ella en la Taberna d'en Patillas, en el Putxet).

Se ve que al ayuntamiento de la época le cayó la del pulpo por imprevisión: en vistas a construir el Eixample, las murallas de la ciudad habían comenzado a derruirse en 1854, pero se pasó por alto que los muros y sus fosos habían actuado, durante siglos, como dique y canalización del agua extramuros. O sea, las chapuzas de siempre.

¿Ni una imagen?

La fotografía ya existía, pero el diario solo reproduce líneas y líneas de plomo y tinta. En la Casa de l'Ardiaca, donde el tiempo parece haberse detenido, tienen la paciencia de rebuscar alfileres entre los imposibles, y al rato aparece Santi Barjau, responsable de las reliquias gráficas, con un viejo romance de ciego de los que se vendían por las calles. 'Relación verídica de la gran catástrofe por la inundación de Barcelona', se titula y va acompañado de un precioso dibujo a plumilla en que la corriente arrastra personas, canastos, sillas y algo parecido a una sandía. Y encima, en verso: "Triste y conturbado el pecho / llena de dolor el alma / relatar queremos cosas / que no son para 'contadas'" (sí, la rima a veces flaquea).

El romance lleva el cuño del impresor Narciso Ramírez, calle de Escudellers, 40, piso principal, y hacia allí se encaminan los pasos en la intuición de averiguar qué fue de la vieja linotipia. Pero nada. Allí están el restaurante La Concha y la inmensa empanada gallega de la vitrina. Un bar que lo menos lleva 40 años en el mismo sitio, a decir de una camarera que ha salido a fumar. Pero del primer balcón, de lo que tal vez fue la imprenta, cuelga una pancarta: 'Volem un barri digne', dice.Cosas. Cosas que van pasando.