Lo que el turista no sabrá de Gaudí

Hugo Acuña reúne a expertos y seguidores del genio. Le gustan los golpes de teatro

Hugo Acuña, Arseniy Kovalskiy Kova-Gaudí y Feliciano Pla-Xiberta.

Hugo Acuña, Arseniy Kovalskiy Kova-Gaudí y Feliciano Pla-Xiberta.

ELOY CARRASCO

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Villarroel abajo, vestido de negro, con sombrero y levita. Barba cana y bastón brioso. Podría ser un excéntrico perdido o, dada la cercanía del Raval, un hipster extremista, aunque el Primavera Sound y el Sónar ya quedan algo lejos en el tiempo. Sin duda va demasiado abrigado para la época del año. En realidad parece recién llegado del siglo XIX y como tal lo tratan las miradas de los demás paseantes. El caballero sigue por Sepúlveda y completa una vuelta a la manzana sembrando la hilaridad ajena, mira su reloj de bolsillo y al fin entra en el local del número 43 de Villarroel.

Hugo Acuña Filippelli le gusta adornar con un golpe de teatro la reunión que ha convocado en la galería de arte que regenta, Peix-Up, con motivo del 163º aniversario del nacimiento de Gaudí. Digamos que Gaudí es su vida. «Lo persigo desde mi más tierna juventud». Arquitecto y urbanista argentino afincado en Barcelona desde 1975, ha citado a un puñado de aficionados -alguno de ellos merece rango de superexperto- para hablar sobre el genio de la Sagrada Família. Para hablar y para debatir un poco, porque aquí se hila muy fino el detalle, se cuestiona hasta el nombre. Ni siquiera está claro, plantea Acuña, si Gaudí se llamaba Antoni o Antón, y eso es algo que miles de japoneses se marcharán de aquí sin tenerlo claro. En la partida de bautismo consta como Antón Plàcid Guillem Gaudí Cornet, pero pronto cuajó lo de Antoni y así se quedó. Tampoco se conoce a ciencia cierta, hay pugna histórica, si nació en Reus o en Riudoms, aunque uno de los presentes, que es evidente que sabe lo que se dice, deja caer la teoría salomónica de que su madre lo alumbró en el carro que la trasladaba de un lugar a otro.

Gaudí era pelirrojo y poseía «un color de mirada extraño» desde sus ojos «celeste-violáceos», informa Acuña, erudito tanto de la obra como del personaje. «Sufría reumatismo y de niño faltaba a la escuela. No jugaba a fútbol. Observaba los objetos, así pasaba las horas». Amasando la indescifrable inspiración.

Quizá los mismos japoneses y también los rusos que ayer se achicharraban en la cola ante la Pedrera o camino del Park Güell tampoco lleguen a saber nunca que Gaudí «no era un misógino como lo tratan muchos historiadores». Su poca puntería con las mujeres quizá se debiera a que «era tímido», lo cual lo convirtió en desdichado sucesivo en amores. Hasta tres no correspondidos se le cuentan, siendo Pepeta Moreu, maestra y modista de Mataró, la que más cerca estuvo de compartir con él una flecha de Cupido.

A ver para el 2026

Uno de los asistentes a la charla mete baza con frecuencia. Corrige con ardor, matiza sin pedantería. Si el conocimiento de causa fuera materia evaluable, Feliciano Pla-Xiberta optaría a matrícula de honor. Es un ingeniero retirado que cumple 85 veranos y se crio frente a la Sagrada Família. Su padre y su abuelo conocieron personalmente a Gaudí, de quien dice poseer «15.000 apuntes». Sale al quite cuando Acuña menciona que al arquitecto se le derrumbó la cúpula del palacio episcopal de Astorga. «¡Cayó porque alguien decidió derribar un muro de contención!». Honor a salvo. El anfitrión, por no ser menos, redobla entonces la defensa del ídolo común, a propósito de lo de siempre: ¿cuándo acabarán las obras? «¡Las catedrales góticas tardan más de dos siglos en hacerse! A ver para el 2026, que es el centenario de su muerte...».

En medio de tan amenas revelaciones -y no menos datos técnicos sobre arcos, columnas, rectas, curvas y paraboloides hiperbólicos-, irrumpe un balbuceo ininteligible. La voz proviene de un rincón de la galería. Todos se giran en su busca. Es el mismísimo Gaudí, que tercia para aclarar otra duda sobre su complejísima persona. Era él el extraño individuo que merodeaba por la calle, el de la levita y el bastón: el resultado de mezclar la imaginación un punto gaudiniana de Acuña con el actor Arseniy Kovalskiy Kova, que no balbucea sino que es ruso.