Que no nos rompan los cromos

El mercado de lance aún es un refugio en esos domingos en que la vida lo agarra a uno por los pies

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OLGA MERINO / BARCELONA

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Pobres pero limpios. Era esta una consigna doméstica muy escuchada en las casas. Y sería por eso, por el credo del fregoteo como extensión de la lucha de clases, que un domingo de pubertad, al regresar a la mía, me cayó la del pulpo por haberme agenciado en el mercado de Sant Antoni un libro cuyas páginas amarilleaban, venían picadas de humedad y, sobre todo, echaban un tufo a sacristía vieja que tiraba para atrás. Pero nada que no solucionara una rociadura de colonia barata -segunda bronca- para disfrutar de la tarde cruzando Siberia detrás de 'Miguel Strogoff, el correo del zar'. De saldo y con el lomo rojo; lo había editado la Biblioteca Selecta de Ramón Sopena.

En aquel tiempo de infancia, los chicos iban locos en el mercado por desempatar los cromos de fútbol, provistos de listas que parecían criptogramas plagados de círculos y cruces. Nosotras, chaladas por los otros cromos, los de picar, por las muñecas recortables, y los números atrasados de la revista 'Lily'. Luego se encadenaron los años juveniles de instituto y facultad, de rebuscar entre los carritos aquellos cuadernos de 'Historia 16' que resultaban tan didácticos, tal vez porque el mundo bipolar era más explicable.

RITUAL DELICIOSO

Incluso en los últimos tiempos, desde que en el 2011 trasladaron a los 90 paradistas a la carpa de la calle de Urgell, por la rehabilitación del mercado de abastos, resulta un ritual delicioso escaparse por la mañana, bien temprano, a la hora silenciosa de los coleccionistas y bibliófilos, o más tarde, con la bulla, cuando los paseantes rematan las capturas librescas con un vermut. Esos domingos en que la vida lo agarra a uno por los pies y no sabe muy bien qué hacer con ella, Sant Antoni es un refugio. 

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Viene todo esto a cuento de que los libreros están inquietos desde hace tiempo, alertando de que el ayuntamiento pretendía impedir que el mercado del libro de segunda mano se instalara de nuevo en el perímetro del edificio modernista, donde había estado toda la vida desde el año en que empezó la guerra. Entre otras propuestas, les ofrecían arrinconarlos, disgregarlos en islas separadas en Tamarit y Borrell, un plan B que olía a chamusquina. Peor que el libro de Verne.

Los paradistas siguen angustiados por la incertidumbre de dónde los colocarán cuando terminen las obras. Temen la muerte lenta del mercado, después de haber resistido como jabatos el maremoto del ladrillazo. ¿Barcelona sin libros de segunda mano? ¿Pero no es ciudad literaria de la UNESCO desde el año pasado? ¡Si la librería Canuda ya se la zampó un Mango!

Llevan los libreros de lance dos años de negociaciones con el consistorio, interminables como reuniones de escalera, dándole vueltas al añadido de unas dichosas marquesinas, como si la cultura, los libros, afearan la postal arquitectónica que tanto agrada al turista. En esta ciudad se ha estilado mucho el "sobretot, que quedi maco".

En una penúltima vuelta de tuerca, sin embargo, el ayuntamiento presentó el jueves una contrapropuesta, la enésima, según la cual los paradistas volverán a la circunferencia del mercado (Borrell, Tamarit, Urgell y Manso), a falta de unos flecos por pulir. Lo cuentan, cerveza en mano, Joan Mateu, presidente de la Associació Professional del Mercat del Llibre Dominical de Sant Antoni, y la vocal de la junta Fuensanta García, Santi para los amigos.

POR AMOR

Vienen ambos hartos de reuniones y asambleas, pero esperanzados. Salen a la conversación cosas antiguas; Santi muestra en su móvil una foto de Antonio Rabinad, librero de lance y un pedazo de escritor al que nunca se le hizo justicia; ahí estaba, todos los domingos del mundo, con su gorra azul marino y su barba blanca de lobo de mar; dos de sus hijos, Sergio y Eric, heredaron el puesto de libros, y allí siguen.

Cuenta Santi que llegó al mercado de Sant Antoni por amor, al volante de un Ford Fiesta azul, y que luego enviudó a destiempo; Joan explica cómo arrancaron sus padres un negocio que con el tiempo se ha convertido en la paradeta romàntica, adonde acuden señoras a por historias de quereres muy a menudo subidas de tono. Anécdotas de Sant Antoni, cómo no; cada barcelonés atesora las suyas. Por eso, que no nos lo mareen mucho. Que no nos rompan los cromos ni la colección de tebeos viejos.