Sé lo que hice el último verano

La muerte veraniega que más me ha afectado ha sido la de una antigua novia de Leonard Cohen: ya ven cómo me funciona el cerebro

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Odio el mes de agosto. Si fuese posible, me tomaría una pastilla el 31 de julio y despertaría el 1 de septiembre, saltándome la festividad de San Ramón Nonato. O aún mejor, el 12 de septiembre, pues así me libraría de la Diada de la Marmota, aunque este año no se prevé tan nutrida y pinturera como otros: es más fácil llenar el paseo de Sant Joan que la Diagonal, y organizar el desahogo patriótico en Berga, donde el 115% de la población es independentista, denota un deseo excesivo de jugar sobre seguro. No sé cómo irán las ventas en 'La botiga de Vilaweb' -negociete del amigo Partal, director de esa publicación digital, que demuestra que el patriotismo es mucho mejor cuando se le saca un rendimiento económico-, pero me temo que las chancletas estrelladas no están saliendo al ritmo previsto.

Si digo que sé lo que hice el último verano es porque recuerdo perfectamente no haber hecho casi nada de provecho. Tenía la intención de empezar a escribir una cosa, pero me he limitado a pensar mucho en ella porque cada vez que me sentaba frente al ordenador, me empezaba a sudar la papada, notaba cómo se me reblandecía el cerebro y acababa tumbándome a la bartola, tras darme una de mis seis duchas diarias. Lo acertaron: llevo muy mal el calor y este verano ha sido asfixiante. A diferencia de nuestros políticos, que en agosto se tragan entre cinco y diez obras maestras de la literatura universal, apenas he leído nada por los mismos motivos recién comentados: llevo quince días recorriendo a paso de tortuga 'Dark matter', la última novela de Blake Crouch, el hombre que se inventó 'Wayward Pines' (los libros y la serie) y sigo viendo el final a cierta distancia, aunque la trama sea apasionante. Ni escuchar un disco en paz me está permitido: el año que viene me alquilo un iglú en el Polo Norte.

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Durante este mes de agosto, salir a la calle se ha convertido en una especie de safari del que vuelves a casa molido y chorreando. Un día se me ocurrió bajar a la Rambla -a abastecerme de prensa extranjera en el único establecimiento de ese estilo que queda a mi alcance- y, aunque iba por un lateral, las masas de turistas en pantalón corto eran dignas de un zoco marroquí. Y encima leo una encuesta en la que nuestros visitantes se quejan de la masificación. ¡Pues a ver si contribuís a la sostenibilidad y os quedáis en casa!

EL URBANITA AGOSTEÑO

El mundo exterior colabora poco en el entretenimiento del urbanita agosteño. Lo del gobierno de Mariano ya empieza a ser de risa. Y lo del RUI hace tiempo que lo es, con el agravante de que los únicos que se lo creen, aunque sea cobrando, están todos en Prada de Conflent. Hay que conformarse con los muertos, que en agosto tienen un componente añadido especialmente deprimente, como si la ola de calor le hubiese dado la puntilla a los que ya no podían con su alma. Se nos fue Dolores Vargas, la del 'Achilipú', que solo por haber grabado una canción titulada 'Macarrones caldosos' ya ocupa un lugar permanente en mi corazón. Por eso y por ser la hermana del Príncipe Gitano, al que debemos la versión más descacharrante del 'In the ghetto' de Elvis Presley, chamullada en algo parecido al inglés y de probados efectos euforizantes. Y a diferencia del Pescaílla, que prefería cantar en camelo cuando se apropiaba de algún éxito foráneo, el Príncipe Gitano se aprendió 'In the ghetto' de memoria.

Se nos fue también Víctor Mora, cuyo Capitán Trueno nació el mismo año que yo, 1956. Recordé una visita a su casa, cuando ya estaba muy cascado, y la agradable conversación mantenida con aquel tipo encantador. Pero lo que realmente me conmovió fue el modo en que le trataba su compañera de toda la vida, Armonía Rodríguez, que ya le había perdonado de sobras su fuga de años atrás con la dibujante francesa Annie Goetzinger. Estaba todo el rato pendiente de él y le trataba como hay que tratar al hombre de tu vida: como a un adulto y a un niño a la vez. Se me encogió el corazón hace unos días cuando vi a Armonía retratada en el funeral de Víctor, siendo consolada por Paco Ibáñez: delgadísima y en silla de ruedas, era ella ahora quien requería cariñosos cuidados.

Pero como el cerebro me funciona como me funciona, la muerte que más me ha afectado este verano es la de una mujer que nunca conocí, la chica noruega que inspiró a Leonard Cohen su canción 'So long, Marianne'. Esa foto juvenil de Marianne Lenny en bañador, en una playa de la isla de Hidra, me sumergió en ese concepto que a Camilo Sesto le sirvió para llenar cinco sílabas de uno de sus hits: melancolía. De esa pareja feliz, una se acaba de morir y el otro tiene 82 años. Ya saben: Dios ha muerto, Nietzsche también y yo mismo no me encuentro muy bien.