BARCELONEANDO

Puzle pétreo para San Cristóbal

El lunes fue día de bendición en la Concepció para los conductores devotos

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NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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Lunes por la tarde en la calle de Aragó. El sol no es de justicia pero la humedad es de una injusticia de las que mojan hasta el alma. En el carril derecho de la vía, entre Bruc y Roger de Llúria, el tráfico es más denso que el aire. Que ya es decir. Tanto que los coches están parados. Hasta aquí aparentemente nada excepcional en una de las calles más transitadas de Barcelona. Pero una mirada con más detenimiento permite conjeturar que algo pasa. Los vehículos suben a la acera, rodean la pequeña plaza que hay frente a la iglesia de la Concepció y vuelven a salir. Lo hacen bendecidos. Pero no solo se llevaban un baño de agua bendita sino también una estampita, una medalla y una rama de espliego. ¡Ah! Y un volante. Dulce: brioix y fruta.

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La pregunta es obligada. ¿A santo de qué la procesión motora? La respuesta es sencilla para alguien con fe. El santo no es otro que San Cristóbal, patrono de los viajeros desde antaño y de los conductores desde hace menos. Y el lunes era su día. La cola de coches era larga, y diversa. También la de devotos que lo son por convencimiento, algunos, y por tradición, los más. No en vano, los vínculos que unen al mártir, que se supone nacido en Canaán y con aspecto de gigante, con la ciudad vienen de antiguo. Y suman intensidad. Basta con leer a Joan Amades. Así uno sabe que, en 1592, el Consell de Cent le invocó para acabar con la peste.

La enfermedad se batió en retirada. Lo hizo el día del santo, por supuesto. También cuenta Amades que los barceloneses creían que quien se bañaba el 10 de julio en el mar no moriría ahogado en todo el año, gracias a los poderes del santo, evidentemente. Y convencidos estaban de que verlo daba suerte de por vida. Se supone que eso podía pasar la misma jornada. Pues era el día en que San Cristóbal arribaba a Barcelona y subía por La Rambla con el niño Jesús sobre sus hombros para luego evaporarse al final del paseo.

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No consta que nadie lo viera, pero la devoción no aflojó por ello. Ahí estaban las nueve iglesias que veneraban su imagen, las siete hornacinas a él dedicadas en otras tantas fachadas de la ciudad además de las dos capillas propias, una de ellas en la calle de Regomir, donde aún se celebra San Cristóbal por todo lo alto. Más que en ningún otro punto de la ciudad. Pero a una la festividad le pilló en el Eixample, no en el Gòtic. Aunque la iglesia de la Concepció puede despistar, pues luce medieval. ¿Qué hace una iglesia gótica en medio de la ciudad moderna?

TIZIANO Y HUMBERTO DE ITALIA

El derribo de las murallas y la expansión de Barcelona hacia el Eixample mucho tuvieron que ver con ello. La actual Concepció es la antigua iglesia del convento de Santa Maria de Jonqueres. Derribar el monasterio era vital para crecer, pero el templo fue indultado. Fue trasladado piedra a piedra, hacia 1877, desde la calle a la que dio nombre, justo debajo de la plaza de Urquinaona, a su actual ubicación. En aquella época con muchos campos y aún pocos burgueses. Una década después el claustro (de dimensiones solo superadas por el de la Catedral y el del Monasterio de Pedralbes) siguió el mismo camino. De manera que ahora los arcos ojivales y las columnas lobuladas con capiteles corintios del patio son un sitio fantástico en el que recogerse en medio de la calle de Aragó. 

Pero  iglesia y claustro no son lo único prestado en la parroquia de la Concepció.  El campanario también es aprovechado. Viene de la que fue iglesia de Sant Miquel, una de las más antiguas de la ciudad, pero que en 1869 sucumbió bajo la piqueta para ampliar el Ayuntamiento. No solo la torre fue salvada, la portalada renacentista también se libró del derribo y ahora luce en la iglesia de la Mercè.

Y ahí junto a tanto puzle pétreo desfilaban el lunes coches, furgonetas, bicicletas y patinetes (también los había) para ser bendecidos. El  cómo y el porqué de la relación del santo con el automóvil, Amades lo sitúa  en Italia y nombra a la madre del rey  Humberto como su máxima difusora: llevaba siempre una reproducción del fresco que Tiziano pintó del santo en el Palacio Ducal de Venecia  en su coche.