punto final a un mito barcelonés

La propiedad de la Casita Blanca entrega las llaves al ayuntamiento

XABIER BARRENA
BARCELONA

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No hay constancia gráfica porque la propietaria, apenada, no quiso que se inmortalizase el acto. No tenía pensado volver al que durante años fue su hogar y sustento. Así que habrá que imaginarse la entrega de las llaves como una especie de reproducción de la Rendición de Breda, el cuadro de Velázquez, aunque cabría nombrarlo por su otro nombre, más apropiado para lo que fue la Casita Blanca: Las lanzas. Lo cierto es que ayer, el establecimiento, el conjunto de paredes en Barcelona que más secretos inconfesables guarda, pasó a ser propiedad municipal. Poco después, unos operarios procedieron a tapiar las entradas. En unos días empezará el derribo del edificio. En unos meses nacerá una zona verde en el contexto de la ambiciosa mejora del eje de la avenida de Vallcarca que el distrito de Gràcia lleva a cabo desde hace cuatro años. La Casita Blanca engrosó así el panteón de la pequeña historia de Barcelona. Allí permanecerá en la memoria junto a los chiringuitos de la Barceloneta y los almacenes Sepu de la Rambla.

La Casita Blanca, para aquellos que no hayan tenido nunca un amigo que hubiera ido y les hubiera explicado, era un establecimiento que alquilaba habitaciones por horas, una modalidad ideal para un tipo de clientela en búsqueda de intimidad sin rastro (no había registros de entrada) y a módico precio.

Nacida en 1912 como un local de restauración especializado en mejillones, en 1945 renació como hotel de 40 habitaciones cuya primera característica es que nadie dormía.

MOBILIARIO 'VINTAGE' / Con el paso de los años, sobre todo en las últimas décadas, la decoración abigarrada del establecimiento fue un añadido para las parejas que visitaban el local. Cortinillas, falsas columnas dóricas, luces rojas, vitrales de colores (un poco pop, se supone que de los 70) y, sobre todo, muchos espejos.

El hotel por horas ya no cuenta con todo ese abigarramiento. Los enseres se pueden encontrar en los Encants, por lo que la visita ayer por la Casita Blanca fue triste. Espejos rotos, váteres (modelo años 70, desgraciadamente también) desplazados, puertas salidas de quicio y algunas rotas porque algún patoso se quedó recientemente encerrado dentro.

Con todo, el recorrido guarda momentos memorables. Como esa garita de recepción donde es posible hallar desde recambios de luces rojas (todo precisa de su intendencia) a un cartón vacío de cajas de preservativos (siempre hay clientes con poca fe en sí mismos) y, por supuesto, los clavos donde dejar las ya inexistentes llaves. O como la fuente del primer piso, que uno imagina como la de Jacques Tati en Mon oncle, activándose y deteniéndose según se daba a un interruptor.

EL SARCÓFAGO DEL PLACER / O como la habitación del Sarcófago, en el primer piso. La estancia era así conocida por los trabajadores del local porque contiene en su interior un inmenso mueble, parecido a un armario pero de más de dos metros de fondo. La apertura de las puertas del falso armario revela la naturaleza del mueble. Una cama rodeada de grandes espejos. Incluso Narciso se azoraría de gozar en un sitio así.