BUCÓLICOS ANÓNIMOS

Agonía en la Diagonal

Un hombre hace 'footing' por la Diagonal.

Un hombre hace 'footing' por la Diagonal.

JOAN BARRIL

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Aestas horas de la mañana la acera de montaña de la Diagonal está cubierta de una ligera neblina. Se ven cuerpos de dos civilizaciones distintas. De un lado los caminantes tranquilos cubiertos con bufandas y abrigos. Del otro lado esas máquinas de músculos que van arriba y abajo de los casi cinco kilómetros que separan la plaza de Francesc Macià y el parque de Cervantes. Es allí, en ese trayecto, cuando le vi. Y él casualmente levantó sus ojos del asfalto y también me miró. Hubiera podido detenerse, pero los cuerpos de los atletas urbanos tienen una inercia parecida a la de los transatlánticos. Me sonrió y empezó a dar vueltas con saltitos de jilguero en torno a mí, como si me hubiera convertido en el tótem de los sedentarios. Ni siquiera nos abrazamos, pero nos hizo alegría encontrarnos de nuevo después de tantos meses. Él estaba regresando al mundo real pero la falta de resuello se lo impedía. Yo, boquiabierto todavía por aquella extraña aparición, no salía de las preguntas tópicas. «¿Y ahora a qué te dedicas?» «Ya lo ves cada mañana hago 10 kilómetros y por la tarde tengo una consultoría. Un desastre. Nadie monta empresas y todos las deshacen. Siempre nos queda el recurso de correr». Le recordaba siempre apalancado en la barra del Gimlet tomando el gintónic más novedoso que acababa de llegar. Eran tiempos de abundancia, cuando el dinero se medía por kilos y los kilos por almuerzos de compromiso. Ya no hay compromiso y lo único que nos queda, dice, es esa carrera hacia ninguna parte.

Al día siguiente decidí acompañarle. Después de la Navidad empieza laoperación bikiniy el trote de las zapatillas deportivas supera en la Diagonal al rugido de los coches. Empezamos como dos compañeros de escuela. Cuando llegamos a Ganduxer me siento incapaz de proseguir, pero mi amigo ha hecho un gran sacrificio para convencerme. Me dice que normalmente lleva una radio en la oreja donde escucha rock, pero que hoy hablaremos. Me pregunto qué podré decirle más allá de los monosílabosono. Me da la sensación de que me duelen las piernas. Y él, para tranquilizarme, me dice que ya me dolerán mañana. Numància está al llegar. Pienso que allí me apearé de esa tortura. Pero el semáforo de los peatones está en verde y hay que cruzar. Una vez al otro lado mi compañero se destaca. Si quiero desertar no se lo puedo decir a gritos. El corredor de fondo suele tener un fondo sensible. Sigo.

Decido no separar la mirada de las torres negras de La Caixa. Es una manera de creer que vamos avanzando. El Hospital de Barcelona me acogería de mi estrés atlético, pero no quiero perder la compostura. Recuerdo aHaruki Murakamien su libroDe qué hablo cuando hablo de correr. Él mismo se da la respuesta. Dice Murakami: «El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional».

Así lo creo avanzando hacia una plaza con nombre de papa y después el césped de un palacio entregado a un rey con muletas. Parece que ya estemos cerca, pero entonces empieza un agónico repechón. Mis reservas de moral están casi agotadas. Ni pienso. Me da la sensación que, a cada paso, las ideas se van convirtiendo en puré dentro de la batidora del cerebro. Si las piernas no obedecen siempre queda el recurso de la mente. Y la mente se ve tentada por unos bancos con vistas al tráfico. Mi amigo me grita: «¡Sobre todo no te sientes. Continúa moviéndote como si corrieras, pero no te sientes!» El banco ha sido más fuerte. Me he sentado. Me despido de él con los brazos pero ya no me ve. Paro un taxi y pienso que ya no volverá a hablarme nunca más.