Una historia de la pasión ciudadana por la aeronáutica

Globos sobre Barcelona

A la izquierda, el 'Graf Zeppelin' en la exposición de 1929. A la derecha, el dirigible en una escala. Abajo, grabado publicado en Francia en 1797, y a su derecha, una ilustración aérea.

A la izquierda, el 'Graf Zeppelin' en la exposición de 1929. A la derecha, el dirigible en una escala. Abajo, grabado publicado en Francia en 1797, y a su derecha, una ilustración aérea.

CRISTINA SAVALL
BARCELONA

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Todavía hay ancianos que cuentan con entusiasmo a sus nietos cómo el3 de octubre de 1932contemplaron enEl Prat un gigantesco dirigible con estructura cilíndrica de aleación de aluminio. Era elGraf Zeppelin, el faraónicoglobode 105.000 metros cúbicos. No era su primera visita a Barcelona, ya que en agosto de 1929 sobrevoló los tejados del paseo de Gràcia, la Rambla y Montjuïc con motivo de la Exposición Internacional, pero nunca antes había hecho escala en El Prat, tras cruzar el Atlántico desde Brasil rumbo a Württemberg (Alemania).

«Su aparición fue saludada con una salva de aplausos y una euforia desbordada». De esta y de muchas historias más versaMés lleugers que l'aire. Globus i dirigibles al cel de Barcelona (1738-1937), el nuevo libro deRòmul Brotons, autor deParcs d'atracció de Barcelonay deLa ciutat captiva. El ensayo forma parte de la colecciónOrígensde Albertí Editor.

GANÓ SEVILLA

GANÓ SEVILLA«La esperanza de laGeneralitat republicanaera que Barcelona tuviera una escala permanente de dirigibles. Se volcaron muchas ilusiones pero el Gobierno central optó por Sevilla. Recuerda a situaciones actuales», argumenta Brotons.

A principios de los años 30, por no haber no había ni una carretera en condiciones con acceso al entonces pequeño aeródromo de El Prat. Pero desde horas antes las instalaciones se llenaron de personalidades, periodistas y curiosos, que escuchaban por la megafonía: «Se ruega al público que cuando el zepelín esté maniobrando guarde el más absoluto silencio para evitar desgracias».

El autor dedica un interesante capítulo a la mala suerte deBarcelonaen el terreno aeronáutico, y ello se debe a que en esos tiempos heroicos lo único que se sabía con certeza es cuándo y de dónde partía un globo. Por ello, se evitaban las exhibiciones en ciudades portuarias ya que el peor destino, el más peligroso, era perderse mar adentro. «Resultaba imposible predecir dónde y en qué momento aterrizaría, incerteza que causaba no pocas calamidades, pero que motivaba una profunda admiración por los hombres y mujeres que se aventuraban a volar», escribe el autor en el prólogo.

En 1854, los propietarios de los Campos Elíseos, el parque de atracciones que albergó el paseo de Gràcia, contrataron al aeronauta francésBuisley, hijo de una familia de artistas circenses, un famoso acróbata con experiencia en los espectáculos en el aire. El globo fue hinchado con gas del gasómetro de Gràcia para ser trasladado al centro de las montañas rusas, la gran atracción.

La fuerza ascensional de un globo es mayor que el peso del conjunto. Así pudo sobrevolar el recinto durante 10 minutos con un público boquiabierto, que se llevó un susto de muerte cuando de repente se levantó una racha de viento que hizo virar la esfera hacia el mar. Buisley logró sobrevivir, pero, según elDiario de Barcelona, el piloto había sufrido «los más atroces y espantosos martirios» al intentar abrir la válvula para iniciar el descenso antes de sobrevolar el puerto.

«El mecanismo no funcionó y Buisley tuvo que trepar por las cuerdas para agujerear el globo. El frío intenso lo dejó agotado y al caer al agua perdió el conocimiento. Por suerte había tenido la previsión de ponerse el salvavidas y fue recogido por un vapor justo a tiempo de evitar que muriera asfixiado por el gas que se escapaba del globo», relata el artículo recogido por Brotons, que ha pasado cientos de horas en hemerotecas.

Aún más desgraciada fue una ascensión realizada en 1862. El intrépido aeronauta eraAntonio Menis, conocido comoEl Mallorquín, que solo tenía 13 años, lo que provocó la indignación del público cuando la prensa escribió sobre él tras su desafortunado accidente. En plena exhibición el globo comenzó a arder, dejando al joven colgado de una cuerda a unos 12 metros de la cesta. Al estrellarse contra un tejado de la calle Petritxol, el chico cayó por un patio interior. Se sobrepuso a las heridas, pero no tuvo la misma suerte un espectador que falleció al caer de una azotea de la calle de Sant Honorat cuando pasaba unos binoculares a su vecina.