a pie de calle

Buscando comida en las papeleras

Las familias tiran menos comida, pero desperdician 604 millones de kilos cada año

Las familias tiran menos comida, pero desperdician 604 millones de kilos cada año

CATALINA Gayà

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La señora vestía una chaqueta de punto, tendría esa edad indefinida que va desde los 70 a los 85 años y llevaba una bolsa del mandado en la mano. Esta cronista la vio por primera vez paradita frente a un restaurante el jueves 27 de octubre y le llamó la atención su pose estática. La mujer esperaba a que un empleado del restaurante sacara el contenedor de los desperdicios a la plaza. El muchacho la conocía porque la saludaba. El viernes pasado, la señora volvía a estar ahí con la misma chaqueta y con la bolsa del mandado en la mano.

Eran casi las 23.00 y la anciana cargaba con una barra de pan que había conseguido en la panadería. «Antes que tirarlas me las dan a mí», decía. La señora nació en una calle que ya no existe de Ciutat Vella y, explicaba el viernes, que no quiere revelar su nombre y, ni mucho menos, hacerse una foto porque «aunque la pobreza está en todos lados en estos días», no está dispuesta a que sus hijos -que viven fuera- sepan que la pensión no le alcanza «para todo». Por eso, pedía a esta cronista que se fuera, que la dejara tranquila en esa espera ya rutinaria.

En la misma plaza donde esperaba la señora, viven entre ocho y 15 personas sin casa. Desde que empezó el frío, dormitan en un portal de una tienda. A ellos, esta cronista nunca los ha visto buscar en las papeleras. Las papeleras suelen ser territorio de las ancianas como los contenedores lo son de los hombres.

Esta cronista lleva días observando a los ancianos que buscan en las papeleras. En realidad es difícil verlos porque, a priori, solo son viejos que pasean. La diferencia es que, de repente, se paran cuando ven una papelera, miran a los lados para ver si alguien los observa y luego introducen las puntas de los dedos con cautela. Por las mañanas, en la misma plaza donde esperaba la señora, suele haber otras dos mujeres, estas más jóvenes, que buscan comida. Siempre son las mismas, pero si se encuentran, no se saludan y actúan como si la otra no existiera.

Pareciera que las papeleras del centro tienen dueño: cada mañana, entre las 9.00 y las 10.00 horas, el mismo viejo busca en la papelera que hay en la Rambla de Catalunya, frente a la iglesia de Belén, y siempre acaba en sus manos un medio bocadillo que alguien no se ha terminado. Cada anochecer, una anciana hace el recorrido de las papeleras de la plaza de la Catedral. Ella, además de comida, recoge periódicos del día. Ninguno de los dos quiere hablar.

Los que buscan en los contenedores lo hacen de día o de noche, sin importarles si los ven o si los juzgan. Algunos solo buscan comida en los contenedores de los supermercados. Otros, armados con carritos, abren la tapa y van descartando lo que es inútil y lo que se puede vender. Mucho de lo que se recoge acabará en alguna nave de Glòries y luego emprenderá viaje a Marruecos en furgonetas donde no cabe un alfiler.

Hace meses que esta cronista no ve a ningún transeúnte que se atreva a decir nada a quien busca en un contenedor. Quizá ese mensaje de Cáritas de que todos podemos ser parte de ese 18,4% de catalanes que vive en situación de pobreza ya ha calado entre los que hasta ahora habían pertenecido a la clase media.

El 3 de noviembre, una pareja buscaba en un contenedor de la calle de Aribau. Habían visto que unos vecinos tiraban unos juguetes. No se habían atrevido a pedírselos y ahora los recuperaban del contenedor. «Tenemos hijos y los juguetes se pueden limpiar», decía la mujer.