BARCELONEANDO

Póngame un 'lumumba'

lumumba

lumumba / AP

Olga Merino / Barcelona

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Arranca en el calendario gregoriano el mes por excelencia de los atracones, los amigos invisibles, las sobremesas familiares y esas cenas de empresa en las que se habla y bebe demasiado. Ay, el vino y la risa, la risa y el vino. El alcohol lubrica las lenguas y el sentido del humor. Como dijo el británico Kingsley Amis, buen escritor pero aún mejor bebedor, la raza humana todavía no ha descubierto otro sistema para eliminar barreras, para romper el hielo, que resulte la décima parte de eficaz en la relación con el otro que interrumpir la sobriedad durante un rato.

Pues hete aquí que nos hallábamos el otro día en una germanor prenavideña entre los compañeros del Barceloneando, en un local que sirve anchoas espectaculares, la Bodega Marín (Milà i Fontanals, 72), cuando un vistazo a las baldas del establecimiento, repletas de botellas, arrojó un inventario de néctares extraños. Por ejemplo, el Beso extremeño, hecho de bellotas, o un licor de calçots fabricado en Valls con su estuche y todo. Y, claro, como una cosa lleva a la otra, el asunto derivó hacia los pelotazos bizarros que se consumían en la Barcelona prehipster, bebistrajos como el cerebrito: se echaba un chorro de Baileys en un vaso de vodka y, como no se disolvía, daba lugar a un coágulo con protuberancias parecido a una sesera, al que unas gotas de granadina acababan de dar el toque gore.

A finales de los 70 y en los 80, en aquel tiempo de hombreras como pagodas, se estilaban también el destornillador (vodka con naranja), el Cointreau con piña o trincarse un Calisay con hielo. Recuerda Jerónimo Vaquero, el barman más experimentado de la ciudad —¡casi 50 años tras la barra del Boadas!—, que aquella fue una época muy dulzona en la que triunfó el cóctel Alexandra, a base de crema de cacao, crema de leche, brandy y un pellizco de canela. ¡Ah, menudo flashback! En los últimos años, sin embargo, dice Jerónimo que el paladar ha ido evolucionando hacia el trago seco de los aguardientes, aunque los guiris que transitan por la Rambla siguen pidiéndole copas ambarinas de Licor 43.

Entre los combinados vintage de puro azúcar, que dejaban unas resacas más diabólicas que las uñas de Fumanchú, se estilaba el llamado lumumba, un Cacaolat disfrazado tras un buen chorro de brandy castizo (Magno, Terry, Fundador), con hielo o bien calentito, según la temporada. Ninguno lo pronunciábamos bien —¿lugumba?, ¿lobumba?, ¿mogambo?— ni teníamos idea de que, por su color achocolatado, debía el nombre a Patrice Lumumba, el líder independentista de aquel Congo que había sido el patio de recreo de Leopoldo II, funesto rey de los belgas.

También se estilaba pedir un 'raf' o una 'leche de pantera'

En efecto, la crueldad humana no conoce límites. ¿A quién se le ocurrió bautizar un cubata setentero en honor de un símbolo de la resistencia al colonialismo? Tras la independencia, el pobre Lumumba quiso que los inagotables recursos del Congo revirtieran en el bienestar de sus compatriotas, y la lio. Estorbaba a los belgas, a la CIA y a todo quisque, de manera que se lo cepillaron el 17 de enero de 1961 e hicieron desaparecer su cadáver dentro de un barril de ácido sulfúrico. Pim, pam. Más o menos desde El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, venimos sabiendo qué mal le sientan a los bwanas las profundidades del continente negro.

No deja de ser curioso que tantos combinados históricos arrastren consigo un poso de violencia o un regusto cuartelero, como el Cuba Libre (era el grito de guerra antillano en 1898) o el raf (ginebra con Coca–cola, por las siglas de la Royal Air Force británica). Estas tierras, poco dadas a la sofisticación, han legado a la posteridad etílica la leche de pantera,

Los dolores menstruales se atenuaban con la 'persiana', el
pipermín con sifón

una bebida de legionarios: ginebra y leche servidas en vaso de palmo. La servían en los bares de la calle de la Mercè.

En aquella época de bebidas almibaradas, a las chicas nos daban Agua del Carmen o pipermín con sifón (persiana) para los malestares de la regla. Azúcar a manta, tal vez porque hubo que tragar con mucho durante la Transición. Ahora, en cambio, tal como se está poniendo la brecha salarial entre currinches y directores ejecutivos, habrá que reinventar el calimocho en las cenas de empresa. Cuenta la leyenda que se lo inventó una cuadrilla de Getxo para aprovechar un vino picado.