Pompeya en Barcelona

Proceso de restauración.

Proceso de restauración.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Ningún lugar como Pompeya, la ciudad enterrada por el Vesubio, para acercarse a lo que fue la vida cotidiana en el imperio romano, pero a muy pequeña escala en Barcelona se puede admirar la casa de un esclavo liberto, datada a finales del siglo I, una persona culta y con poder adquisitivo que vivía en un ángulo de la muralla. La peculiaridad de la Domus Avinyò no son sus restos arquitectónicos, descubiertos en el 2004 en unas obras en el subsuelo de la antigua sede de Hacienda del Ayuntamiento de Barcelona, sino la calidad de las pinturas al fresco ya restauradas, que se podrán visitar a partir del 11 de abril en grupos reducidos, previa reserva al Museu d'Història de Barcelona (Muhba), de quien depende.

El yacimiento incluye tres salas destinadas a actos sociales y a banquetes, un horno de pan y un molino. Se encuentra en el número 15 de la calle de Avinyó y es la segunda vivienda romana abierta al público en la capital catalana. En el 2010 se inauguró la Domus Sant Honorat, un espacio arqueológico situado también junto a la plaza de Sant Jaume, donde además de una casa propiedad de un personaje importante se encuentran los vestigios de locales comerciales del siglo IV. Hay indicios arqueológicos que permiten suponer que estas domus disponían de termas privadas, como era habitual en las casas relevantes de la ciudad.

En la Domus Avinyó, los mosaicos policromos del suelo y sobre todo las paredes y los techos decorados con excepcionales pinturas ponen de manifiesto el rango y el estatus social de su dueño, que en este caso podía ser un gladiador liberado por el emperador tras destacar luchando en anfiteatros o en el coliseo. Su procedencia no se sabe con precisión ni se conoce su nombre, «pero sí su buen gusto», indica Joan Roca, director del Muhba.

Lídia Font, responsable de conservación preventiva y restauración del departamento de Colecciones del Muhba, valora especialmente el conjunto mural exhumado en las paredes y en el techo de una de las habitaciones.

La pintura más destacada reproduce El rapto de Ganímedes, el príncipe de la família real de Troya que fue raptado por un enamorado Zeus que cobró forma de águila para llevárselo al Olimpo de los dioses. «Quien realizó este mural en el techo fue un artista venido de Pompeya, lo que se conocía como pictor imaginarius, cotizados por la calidad de su trazo», cuenta Carme Miró, responsable del Pla Barcino, que tiene como objetivo ilusionar a los barceloneses con este ambicioso proyecto arqueológico que revive la época romana en la ciudad. «El rapto de Ganímedes no está elegido por azar. Simboliza la libertad, el amor y la homosexualidad y se encuentra en el cubiculum donde el propietario de la casa recibía a sus invitados», informa Miró.

Jaume Ciurana, concejal de Cultura, destaca un pequeño mural dedicado a Terpsícore, la musa de la danza que aparece con una lira. «Es el primer instrumento datado en Barcelona, no hay representaciones anteriores al siglo I», argumenta el edil. Miró agrega que el fin es que los barceloneses del siglo XXI conozcan cómo vivían los habitantes de Barcino y, así, difundir «no tanto la Barcelona de las piedras, sino de las personas».

Font señala que la tarea más complicada de la restauración fue encontrar la conexión entre cientos de fragmentos encontrados entre escombros y componer el mural. «Contamos con la colaboración de Alicia Fernández, reconocida arqueóloga de la Universidad de Murcia especializada en murales romanos», explica Font. El equipo, en el que han trabajado cuatro restauradores, tuvo que recomponer el dibujo casi a ciegas. «Eran 24 cajas llenas de trocitos de murales. Un rompecabezas bastante complicado. Empezamos a trabajar en una primera hipótesis que seguía una forma hexagonal, pero un solo fragmento resolvió el jeroglífico porque gracias a él supimos que era una forma romboide».

Ayudaron a la investigación unos signos encontrados en el reverso del mural. «Justo detrás de la pintura del mortero», agrega. Para la restauradora se trata de unas pinturas de gran calidad de estilo pompeyano. «Han sobrevivido 2.000 años. Es un conjunto único», concluye.