La política del bar es la política

Adrià Alsina pone en bandeja el seguimiento de la noche electoral en el bar que regenta en la calle Manso.

Adrià Alsina pone en bandeja el seguimiento de la noche electoral en el bar que regenta en la calle Manso.

ELOY Carrasco

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La política de este bar es la política. Bueno, y más cosas. Música, fútbol, arte y, como es un bar, por supuesto también comer y beberL'Industrial es nuevo en esta plaza (hoy se cumplen dos meses de su inauguración) y se apellida Fàbrica de complicitats, un eslogan que abre el campo de acción. Está en el vigoroso barrio de Sant Antoni (Manso, 22) y seguramente es el único bar de la ciudad que tiene en la barra cada día la edición europea de 'The New York Times'. En las estanterías hay una pequeña biblioteca y de las viejas paredes de obra vista colgarán en breve portadas de periódicos históricos, por ejemplo una de 'Il Popolo' en la que se informa, ufanamente, de los bombardeos de la aviación italiana sobre Barcelona durante la guerra civil española.

El local, de más de un siglo de antigüedad, había albergado un centro logístico a principios del XX. Desde allí se distribuían las mercancías facturadas en las numerosas fábricas cercanas. La atmósfera añeja permanece de algún modo a pesar de las varias pantallas de plasma, una de ellas enorme, la del sótano, que dan pistas de que la culerada es bienvenida. No parece un mal año, con un probable triplete de urnas y otro azulgrana, para abrir un bar que cuenta entre sus vocaciones el hermanamiento de fútbol y política.

Adrià Alsina (Barcelona, 1982) espera el domingo con la misma expectación que un cabeza de lista. Va a ser su primera noche electoral y confía en conseguir una participación alta. Sueña con que, quizá dentro de 20 años, haya gente que diga después de unas elecciones: «Vamos a L'Industrial». Así, casi por inercia, como si se tratara de algo clásico.

Periodista, politólogo y con un máster en comercio internacional y otro en comunicación global, Alsina ha trotado por tres continentes, inmerso en los intestinos de lo que hasta hace un rato conocíamos como la casta. Londres, Madrid, Sao Paulo, París, Hong Kong y Washington fueron sus escalas. Y Banco Mundial, OCDE, Banco Interamericano de Desarrollo y Bloomberg TV, las entidades en cuyos departamentos de comunicación forjó el conocimiento y los ahorros que le han permitido, una década después de zarpar, abrir el bar.

Conocedor de esas instituciones, no solo rechaza su demonización como culpables de la crisis, sino que las defiende. Cuando el gran castañazo financiero mundial ni siquiera asomaba la dentada cresta que habría de serrar las economías de tantos países, sostiene Alsina, la tendencia era mirar hacia otro lado. «A todos les iban bien las cosas. Los de arriba ganaban mucho dinero y los de abajo podían comprarse casas y coches», explica, sin ocultar su propio perfil político («soberanista y liberal clásico») ni emitir juicios morales sobre los responsables de la catástrofe: «Solo juzgo a quien miente conscientemente». El desastre de vivir a crédito. Por si las moscas, necesitaría el cartel, tan tristemente desaparecido de la mayoría de los bares, de «hoy no se fía, mañana sí».

Aviso a los gobernantes

El domingo, en fin, el plan es convertir L'Industrial en un bullicioso cenáculo abierto a múltiples voces. En lenguaje de bar, liarla parda. Hay una porra para los resultados de las municipales en Barcelona y Madrid -el ganador cobrará en cervezas- y allí estarán Toni Aira con 'Els Spin Doctors'su programa de Catalunya Ràdio, el colectivo Beers & Polítics y una sucesión de minidiscursos de cuatro minutos. Al cerrar los colegios, a las ocho, tarima y micrófono quedarán disponibles para todo orador presente con un pensamiento que defender.

«Los partidos clásicos están cuestionados con razón y se merecen esta crisis tan profunda por la que atraviesan, tanto los de base catalana como los de base española», dice Alsina, que no obstante se declara nada deslumbrado por las nuevas formaciones. Relativiza el valor de las encuestas y se atreve a vaticinar que habrá «pocos cambios de alcaldes». Y, echando mano del carácter agitador que se le supone a los bares donde pasan cosas, concluye: «Siempre es bueno recordar al que gobierna que en cualquier momento puede perder su puesto».