Pobres en abrazos

Proyectos como el del centro abierto de Cáritas en la Barceloneta tratan de paliar el daño que hace en los niños la precariedad familiar

Preparando la Navidad en Glamparetes. La educadora Natàlia Alonso ayuda a un niño con una postal, el jueves de la semana pasada

Preparando la Navidad en Glamparetes. La educadora Natàlia Alonso ayuda a un niño con una postal, el jueves de la semana pasada

ROSA MARI SANZ / BARCELONA

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Son niños y creen en la magia, aunque esa poca experiencia vital no les hace ser ajenos a algunas carencias que padecen, sobre todo emocionales. En la carta a los Reyes Magos que el pasado jueves escribían o verbalizaban para que alguien lo hiciera por ellos se centraban en lo material: bombones, chuches, la última 'play', una mochila de 'Frozen', una muñeca muy grande… Ante los educadores en más de una ocasión han confesado otros anhelos. "Enseña a dar abrazos a mi madre", rogó uno una tarde; "¿Por qué no me adoptas?", suplicó otro. O han mostrado temores, como aquel niño que confesaba su miedo porque había visto armas en casa. Y también desconcierto por no entender, la mayoría de ellos, que allí se les pongan límites sin castigos ni gritos.

Son usuarios del centro abierto Glamparetes, del barrio de la Barceloneta, uno de los tres de estas características de que dispone Cáritas de Barcelona, al que una treintena de chavales de 6 a 13 años acuden cada tarde al acabar las clases. Allí encuentran acogida, comprensión y la oportunidad de verbalizar sus emociones, o, como mínimo, de aprender a sacarlas. Algo muy difícil cuando no están acostumbrados a que en casa se les pregunte cómo están o cómo les ha ido en el cole; seguramente porque sus padres recibieron la misma educación y no saben demostrar amor. O no tienen ganas o fuerzas para hacerlo.

Este es uno de los servicios de Cáritas que acompaña a las víctimas más frágiles de la pobreza, los niños, y por ende, a las familias. En total, la oenegé de la Iglesia católica dispone de 57 proyectos para prevenir o paliar la exclusión de los núcleos familiares, una ayuda que este año ha llegado a más de 5.500 hogares con hijos, en los que viven unos 6.700 menores. Una precariedad que en los últimos años no está dejando de aumentar, como no se cansan de denunciar las entidades, ya que el golpe de timón por parte de las Administraciones para paliar esa creciente pobreza no llega.

En Glamparetes hay casos muy complejos, explica Sergi Bota, director de este centro abierto que tiene algunos usuarios preadolescentes que ya empezaron a frecuentarlo desde muy pequeños. Claros ejemplos de situaciones de exclusión que se están cronificando.

"La pobreza conceptualmente es un tema económico, pero va más allá", reflexiona Bota. "Si la familia no tiene unos mínimos cubiertos no estarán bien con sus hijos. Que un padre no pueda estar con su hijo es pobreza, que no pueda escucharlo, que no pueda mimarlo… Eso también es pobreza. No solo que no pueda alimentarlo", continúa el pedagogo, quien aboga, por otra parte, por ser empáticos con unas familias que se vinculan muy poco a los proyectos en los que participan sus hijos.

"Les cuesta mucho. Hemos de luchar para que se impliquen. El otro día propusimos una actividad con las familias y de nueve niños solo vino una. Es complicado, pero a la par que exigentes con ellos hemos de ser comprensivos", explica, para recordar que son familias sin los mínimos cubiertos y con muy pocos recursos. No solo económicos, también para solventar un trámite o resolver cualquier traba administrativa, ya que no saben desenvolverse. Y con la dificultad añadida, continúa Bota, de que la mayoría de los 30 niños del centro Glamparetes proceden de hogares monomarentales, están bajo la guarda de un hermano, de la abuela, o con una familia de acogida.

Cambiar la visión

Los seis educadores de este espacio se vuelcan, ante todo, en acompañar y en enseñar a los niños que hay otra manera de ver las cosas. En ese equipamiento son los protagonistas y pueden jugar, hacer los deberes, merendar en grupo con la finalidad de trabajar hábitos y socializar… No se les juzga. "Queremos que nos expliquen cómo están, que tengan un lugar tranquilo para expresarse. A veces es bueno que exploten aquí y saquen su enfado, porque si lo hacen en casa pueden recibir una actuación poco educativa y drástica. Aquí tienen acompañamiento", apunta Natàlia Alonso, la educadora que da unos abrazos como uno de los niños sueña que le dé un día su madre.

La mayoría de chavales del centro reciben terapias y reeducación, porque son pobres en hábitos y cariño. El proyecto busca que estas víctimas tan frágiles e injustas de la exclusión puedan romper el círculo. En definitiva, trata de evitar institucionalizar situaciones y que repitan pautas. Pero lo esencial, coinciden los educadores, es tratar las situaciones de pobreza de manera integral, con planes de apoyo para todos los miembros de la familia.