La playa en sus manos

INMA SANTOS HERRERA
BARCELONA

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Alas cinco de la mañana, Barcelona se despereza a la orilla del mar. La playa abre un ojo, luego otro y aún con las legañas pegadas lee sobre la arena en un enorme bocadillo con letras azules: «However sleepy you feel, don’t nod off on the beach!» (Por muy cansado que estés, no te duermas en la playa). Es temprano, para algunos demasiado, pero toca levantar la persiana, arremangarse y tenerlo todo a punto antes de que los bañistas conquisten la arena. 

Porque desde que en 1992 Barcelona se reconcilió con el mar, para pasar un buen rato bajo el sol basta con elegir una de las 10 playas desde Sant Sebastià al Fòrum –4,5 kilómetros–, ponerse el bañador (o ni eso, ¡a la nudista!), calzarse unas chanclas, coger toalla y crema solar... ¡Y a disfrutar! Los bañistas ponen las ganas y las decenas de personas que tienen el funcionamiento de las playas de Barcelona en sus manos ponen el resto. Y no lo hacen mal: por segundo año, este verano en todo el litoral de la ciudad ondea la bandera azul. 

Mantener el nivel a diario desde que empieza la temporada de playa –este año, en abril–, y sobre todo en la época álgida (del 31 de mayo al 30 de septiembre) es fruto de un arduo trabajo en el que están implicados muchos factores. «La playa es como una flor con muchos pétalos y todos tienen que estar en consonancia», describe Manel Pérez, uno de los tres coordinadores de las playas de Barcelona. Desde hace 18 años Pérez vela a pie de playa por que todos los servicios que en estos meses son esenciales vayan rodados. Echen cuentas: El Grup de Platges de la Guàrdia Urbana, Àrea Metropolitana, el servicio de limpieza y el de Cruz Roja, además de los informadores. Son las bambalinas de la playa, un engranaje en el que participan a diario más de 150 personas. 

Por tierra y por mar

A las siete de la mañana, cuando llega el coordinador, el servicio de limpieza de la playa lleva en marcha más de una hora. «Ya están en marcha las cuatro brigadas de tres operarios que se reparten el litoral, cada una a bordo de un camión 4x4», explica Alfons Bocchetto, jefe de la Zona Est de la Direcció de Nateja i Residus. Es la avanzadilla. Durante todo el día 19 equipos (37 operarios en total) en tres turnos (mañana, tarde y noche) pasarán por la playa. ¿El resultado? Nueve toneladas de residuos recogidas a la semana en la arena y otras 27 de las papeleras (11 de envases y 16 del resto).

En el agua, cerca de las boyas amarillas que delimitan la zona de baño (200 metros), una embarcación 5,75 metros de eslora y 0,35 de calado despliega sus dos brazos provistos de redes y peina el agua en busca de residuos sólidos. Es una de las dos Marnett que recorren las playas (de 7.00 a 15.00 horas) desde el Port Olímpic, donde inician el servicio, una hacia Fòrum y otra hacia Sant Sebastià. «Cada día recogen entre 0,5 y 1 metro cúbico de residuos», explica Josep Garriga, jefe del servicio de Inspecció i Neteja de Barcelona (Cicle de l’Aigua). La meteorología es determinante. Así, en la tormenta del pasado junio, se recogieron 13 metros cúbicos en un día. ¿Qué recogen? «Sobre todo, plásticos. Pero también juguetes, envases, botellas con mensajes, todo lo que puedas imaginar (o no) que flote…», explica Garriga. 

A las nueve de la mañana, en los 18 chiringuitos repartidos por el litoral empieza el trajín. Si la necesidad aprieta, ya se puede hacer uso de los 66 lavabos –18 adaptados-- de los que disponen los chiringuitos. Si no, algo más tarde, un operario de limpieza abre los 68 lavabos públicos –14 adaptados-- de la playa (hasta las 21.30 horas). En la arena florecen las hamacas y sombrillas de alquiler.

El sol aprieta y las toallas empiezan a ocupar la tercera fila. Son las 10.30 horas y el servicio de socorro de Cruz Roja, con el visto bueno del coordinador, iza la bandera: verde. En el módulo del espigón del Bogatell, un socorrista aprieta el botón de la grabación con el mensaje que corresponde a esa bandera, que se repetirá cada dos horas (cada hora en caso de amarilla y cada 30 minutos si es roja). Es la señal definitiva de que en las bambalinas de la playa todos los servicios han entrado en acción. 

En cada una de las 19 sillas de vigilancia repartidas por el litoral, hay ya apostado un socorrista acuático titulado. Los relevos son cada 45 o 75 minutos. Y en los puestos de auxilio ya están listos para lo que surja. «Un día de lluvia igual atendemos una incidencia, un domingo de agosto con buen tiempo, podemos llegar a las 200 entre rescates, evacuaciones, suturas...», afirma Gustavo Adolfo Coppié, coordinador operativo del Servicio de Socorrismo y Vigilancia de las playas de Barcelona. Sus puntas de trabajo dependen del tiempo y la afluencia de bañistas.

Pasado el mediodía, la playa es una amalgama colorida de gente de diversas edades y nacionalidades, entre ellos, algunos agentes de paisano de los casi 90 de la Unitat de Platges de la Guàrdia Urbana. El resto patrullan uniformados por tierra (cuatro coches logotipados, seis bicis, seis motos y dos Quads). También por mar, en zodiac. 

Jaque a la inseguridad

La gente se tuesta al sol y ellos atajan la inseguridad ciudadana: «Realizamos diariamente unas 150 identificaciones, una detención y cuatro imputaciones por hechos delictivos; unas ocho actas diarias por consumo de estupefacientes; hacemos unas 80 denuncias por venta ambulante y requisamos 1.200 latas diarias», resume Jesús Guzmán Pinazo, caporal de la unidad. 

Más allá de la seguridad y la limpieza, hay una serie de infraestructuras cuyo mantenimiento diario son garantía de calidad. Por ejemplo, las 89 duchas instaladas gastan unos 10 litros de agua por minuto, el equivalente a 6 o 7 horas diarias de uso continuado. «Eso implica también una acumulación de tierra que puede llegar a dejar hasta los dos centímetros diarios en el pozo de la ducha y generar atascos. Además, los aceites de las cremas solares dejan la base resbaladiza», explica Daniel Palacios, técnico de playas de Área Metropolitana. Por ello, se limpian al menos, una vez al día. De ellos depende el mantenimiento de las pasarelas de madera de acceso («El escalón entre la arena y el final de la pasarela no puede superar el centímetro y medio»), las sillas anfibias, los juegos infantiles, los grafitos... Tres equipos de dos personas prestan servicio en este tema.

El relax sigue en la arena. Entre bambalinas, la actividad. Hasta las 19.30 horas. Entonces, los coordinadores de la playa, los informadores y Cruz Roja bajan la persiana. En la playa quedan algunos efectivos de la Guardia Urbana de patrulla hasta las 22.00 horas y los equipos de limpieza de tarde. Anochece, y es la hora de los chiringuitos: cenas frías, refrescos y copas. En la zona de Ciutat Vella (Sant Sebastià, Sant Miquel y Somorrostro) apuran, cierran a medianoche. Los de Sant Martí bajan persiana a las dos. Es la hora bruja. Unos cañones de agua disuaden a los usuarios que se resisten a dejar la arena. Tres tractores peinan la arena de los 4,5 kilómetros de playa. Toca dormir unas pocas horas.