BARCELONEANDO

El metro de la playa

Neveras portátiles, sillas plegables... todo el folclore playero está en la línea 4

Pasajeros de la línea 4 y manteros en un andén de la parada de Barceloneta, ayer.

Pasajeros de la línea 4 y manteros en un andén de la parada de Barceloneta, ayer.

RAMÓN VENDRELL

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Ciudad costera sin playas hasta hace cuatro días, o más bien con las playas convertidas en una especie de zona prohibida por las barracas, las instalaciones ferroviarias y la mierda; en fin, ciudad costera sin playas hasta hace cuatro días, Barcelona construyó extramuros una mitología playera inevitablemente ligada al transporte. La iniciática autovía de Castelldefels era un trozo de Estados Unidos, hasta un autocine llegó a tener, y más al sur las curvas del Garraf eran una pesadilla a superar para alcanzar los placeres de Sitges. Hacia el norte la carretera de la costa era a partir de Mataró una sucesión de promesas tanto diurnas como nocturnas, alcanzables también en tren, a menudo apedreado a su paso por los descampados del final de la ciudad.

Ahora Barcelona es una metrópoli playera en toda regla y tiene un metro de la playa, la línea 4. Entre semana pasa en los convoyes de la línea amarilla lo mismo que pasaba en algunos bares madrugadores antes de que hubiera 'afters': se juntan trabajo y ocio, combinación a veces peligrosa.

Los fines de semana no existe roce entre currantes y ociosos: todo el mundo en los vagones de la línea 4 va a la playa o vuelve de la playa. Solo con una toalla a los hombros o con equipación más completa. Sombrillas hay muchas y neveras portátiles algunas. Por lo visto las sillas plegables nunca pasan de moda. Muchos grupos de jóvenes llevan una pelota de fútbol, voleibol o fútbol americano. Los pescadores de caña no desentonan entre tan marino paisanaje.

Ni la mochila ni el capazo ni la riñonera: la bolsa más extendida es la de plástico del 'paki', con cochinadas para pasar la jornada. Hay quien no puede esperar a llegar a la playa y empieza a picotear en el vagón.

En la parada de la Barceloneta se produce el gran desembarco de pasajeros. En el andén, aunque sea sábado, vuelven a coincidir curro, por decir algo, y asueto. Varias decenas de manteros subsaharianos ocupan casi por completo los bancos. Algunos dormitan. Estaban en la calle y han tenido que hacer el Santa Claus (según expresión de Lory Money, responsable también de la antológica rima "¿quieres una horchata / 'motherfucker'?") ante la presencia de la policía. En la estación de la Barceloneta se refugian como si fueran 'morlocks' cada vez que eso sucede. Un montón de veces al día. Bajo tierra aguardan los manteros a que su hombre en la superficie les comunique que está despejado. Y vuelta a empezar.

Ciutadella, Bogatell, Llacuna, Poblenou y Selva de Mar también son estaciones playeras. Aquí están los nuevos Warriors. Son cuatro. Todos llevan pantalones de la NBA y hacen el tonto intentando bajárselos unos a otros al menor despiste. Uno va con el torso desnudo. Seguramente para lucir el tatuaje caligráfico que lleva en el pecho, demasiado pequeño para que te pueda decir qué pone, aunque seguro que no es paz y amor. En la era del radiocassette, habrían llevado un 'ghettoblaster' a todo volumen. El intento de aproximación en la estación de Ciutadella, donde bajan, solo permite averiguar que van a la playa desde L'Hospitalet y que tienen 13 y 14 años. "¿Tú no serás de la acera de enfrente?", zanjan cuando consideran excesivo el interés. Caramba, todavía se dice eso.

Operación regreso

A partir de media tarde el estado de los vagones degenera, aunque tampoco es para llevarse las manos a la cabeza. Arenilla, alguna humedad, algún pringue, migas y envoltorios de las cochinadas, bolsas del 'paki' ya vacías, olorcillo a cremas solares, si bien el elevado número de pieles incendiadas indica que aún hay bastantes personas que las consideran una tontería.

En los andenes hay quien termina de adecentarse. Todo el folclore playero está en el metro de la playa. Todo menos el cambio de ropa bajo la protección de la toalla.