barceloneando

Polígono con renacimiento

La piqueta se llevó en 1856 la Casa Gralla,el mejor renacentismo de Barcelona

La Casa Roca, según un dibujo de la época, y, a la derecha, el patio, recolocado en una sede de Prosegur.

La Casa Roca, según un dibujo de la época, y, a la derecha, el patio, recolocado en una sede de Prosegur.

NATÀLIA FARRÉ

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De Portaferrissa a un polígono industrial de L'Hospitalet de Llobregat pasando por Sant Gervasi Mijas (Málaga). Y una construcción, dos demoliciones y otras tantas reconstrucciones. Así se resumen las vicisitudes del patio de la Casa Gralla, uno de los pocos ejemplos renacentistas que había en Barcelona y el único edificio con fachada de ese estilo en la ciudad. Y si no el único -también lo son la del Palau de la Generalitat y las de las sedes de los gremios de zapateros y calderos, en la plaza de Sant Felip Neri-, sí el único que mostraba en ella frondosos trabajos ornamentales: personajes, putti, animales mitológicos, monstruos, guirnaldas, cornucopias y demás. Elementos más que suficientes para despertar la admiración de la época y convertir la casa en la más suntuosa de Barcelona, pero que no lograron salvarla de la piqueta en 1856. El patio se recuperó pero nada se sabe de la rica fachada. En el peor de los casos descansa en el fondo del mar, frente al rompeolas, que es donde dicen los escritos de la época fueron a parar muchas de las piedras de la Casa Gralla.

Una pérdida -«dolorosa por su singularidad»- que Judith Urbano, historiadora del arte y profesora de la UIC, se resiste a aceptar: «Es muy extraño que vayan apareciendo elementos del edificio pero no de la fachada cuando en el XIX, cuando se tiró, todo el mundo sabía el valor que tenía». A Urbano la pasión por estas piedras del XVI le viene de su tesis (La Barcelona ecléctica, recientemente publicada por Duxelm) sobre el arquitecto August Font, quien se encargó por dos veces de reconstruir el patio recuperado por el marqués de Brusi. Y en su ánimo está explicarlo en la muestra que prepara para el año que viene en el Museu d'Història de la Ciutat sobre esta y otras construcciones desaparecidas de Barcelona.

Así, la piqueta tiró la Casa Gralla y la calle de Portaferrisa ganó una travesía (Duc de la Victòria) y un solar para especular en un momento que la ciudad estaba en expansión. Pero no todo el mundo se resignó, hubo quien intentó remediar el desastre, como el indiano Josep Xifré. El empresario quiso reconstruirla en otro emplazamiento, y con esa intención pidió al arquitecto Elies Rogent la elaboración de los planos de la casa y la enumeración de sus piedras. Pero Xifré murió y con él su proyecto. De manera que una parte de la casa fue mal almacenada y otra fue amontonada en el baluarte de la calle de Tallers. Y de ese montón, cuando era usado para la construcción del tren de Sarrià, compró Lluís Santacana, por 10 pesetas, el dintel de la puerta principal que ahora luce en el Museu de l'Enrajolada de Martorell.

Y unas 5.000 pesetas es lo que le costó el patio a Antoni Maria Brusi, marqués de Brusi, aunque las pagó pensando que adquiría la fachada. La realidad se la explicó Font cuando intentó ordenar las piedras, salidas de entre las almacenadas, para su reconstrucción. Font levantó el patio, en 1881, en el jardín de la torre que los Brusi tenían en Sant Gervasi; y en 1907 erigió una casa a su alrededor para integrarlo. Pero este no fue el fin de la historia de las piedras de la Casa Gralla. Hubo más.

Los planes urbanísticos del ayuntamiento (y las enormes plusvalías generadas, otra vez, por la expansión de Barcelona) volvieron a cruzarse en su azaroso destino. La remodelación de la plaza de Molina obligó a demoler la torre de los Brusi y con ella el patio. Y así se hizo. Las piedras volvieron a ser enumeradas y almacenadas, esta vez en Cornellà. Allí estuvieron años esperando a que el consistorio se decidiera a recuperar un patrimonio de la ciudad. Pero no lo hizo. Las acabó comprando un anticuario de Mijas, a donde se las llevó esperando venderlas al mejor postor. Fue entonces cuando la mala suerte de la Casa Gralla se truncó. Su destino no fue el, a priori, más fácil: la mansión de un nuevo rico en la Costa del Sol sino que las adquirió Herbert Gut, presidente de Prosegur, en 1994, y las devolvió a casa. El patio luce desde entonces en la sede que la empresa tiene en L'Hospitalet. De la fachada sigue sin saberse nada.